jueves, mayo 03, 2012

¿Y, Alejandro? ¿Ya te rompí el corazón?

sábado, abril 12, 2008

Grabamos

Freddie: Cantá, corazón. Dale, che, disfrutá con nosotros.
Roger : Dale, chabón. Copate.
Brian : Como quieras, Johnny. Pero sería una pena que no cantes ni un poquito en este disco, tenés una voz muy bonita.
John : No puedo. No es cierto, Brian, no hablés huevadas. Lo que ustedes hacen con sus voces es muy hermoso. Vos no te das cuenta, Freddie. Esto es una revolucion nunca vista en la historia de la música y ustedes están a cargo. Yo sería un hijo de puta si destruyera o impidiera algo tan bueno para la humanidad.
Roger : No seas boludo, man. Vení, hagamos rock.
John : Miren, no empecemos de nuevo. No voy a cantar. Déjenme componer y ayudar con los arreglos. Déjenme hacer las bases. No me pidan que cante, no me lo pidan de nuevo. ¿Cuánto tiempo vamos a parar la grabación esta vez? Querían hacer música, todos queremos hacer música... Bueno. Estamos haciendo la música más maravillosa, a todos nos hace felices. Sigamos, no perdamos más el tiempo. Brian, probá los armónicos del medio...
Freddie: Vos mandás, bombón.
Roger : Sos un pelotudo.
John : ... y sacale un poco de distorsión.
Brian : A ver... ¡Hey, buenísimo! Freddie, queda.

lunes, diciembre 24, 2007

El mundo - se encendió rápidamente un cigarrillo, y siguió - es una locura - y cuando después de pitar el cigarrillo dos veces giró la cabeza y el torso para dejarlo en el cenicero, se encontró con otro cigarrillo que él mismo acababa de encender y olvidar.

miércoles, octubre 17, 2007

Ahí estás, quién sabe qué furia te ha escupido o cuál malentendido te acomodó en tan mala montura. La escalinata es ancha y larga, pero no eterna, bien sabés que lo eterno no existe cuando vas sobre la estertorosa bicicleta, bajando una escalera de velocidad y de sueño. Los primeros escalones han sido un acostumbrarse a lo falso y accesible, yo puedo bajar esta escalera en bicicleta, fácil es contener el equilibrio; pronto el rodado rodante te traquetea más y más fuerte entre las piernas, pronto uno y muchos pulsos sin pausa te recuerdan aquello sacrocoxígeo (que es rudimento de una cola de mono abolida por la burocracia evolutiva) y te lo llevan a golpes de martillo hasta la base del cráneo, a los temporales y hasta los dientes y la lengua que escamotea con gran milagro las mordidas incontrolables del mal piñón, de cada escalón traspuesto, ¡taf! ¡traf! y ¡prrrr! que hace el pedal cuando gira en falso con tu pie lejos, tengo culo y me duele, este asiento es muy duro.
Un rebote imprevisto parece una mentira, ya sabés que hay que pararse sobre los pedales y hacer de todo el cuerpo un elástico atento; todos los escalones son iguales y están sanos, vas a bajar, vas a llegar ahí donde te ves doblando a la izquierda; la bicicleta va a estar sólidamente parapetada en sí misma, quizá el buen bicicletero para calibrar el descarrilador y la tensión de los cables… ¿Qué cables? Si la carrera termina, si un día entre los escalones, los minutos y los días conseguís bajarte de la bicicleta mansa: bicicleta y sueño, ahí se quedan juntos, meses más tarde se congregarán dos cervezas y un amigo para escuchar tu peripecia. Todavía no es tiempo.
Pero no, que ni blando ni halaguero, los escalones son fatalmente iguales unos con otros, y entonces ¡desgracia!, velocidad final es igual a varias pomadas multiplicadas por la aceleración de la gravedad y alguna de esas pomadas es etcétera = gran incertidumbre, tu cuerpo quiere ordenarse sobre los giroscopios y reivindicarles toda la física que les atribuye la televisión por cable, y las maniobras sucesivas dicen todo lo contrario, la bicicleta no hace más que desviarse a cualquier lado…; mejor es no moverse porque trjjjj, porque un pedal o una ola de rayos raya el borde de un escalón con todo el pecho y tenés que deponer todos tus planes, como la intemperie deroga el alcohol etílico. No hay nada que hacer, la velocidad es inverosímil; la pared, la explanada, la pared y la explanada, la explanada y la pared van a ordenarte vigorosamente contra planos lisos y sinceros, van a quebrarte huesos importantes. No, no, no es posible, Un salto curvo, un salto imprevisto como toda la bicicleta, la carrera y el sueño te llevan de punta al último escalón donde hay una cuña honda, donde la rueda se encaja para siempre y la horquilla se quiebra. Finalmente vos, vos y bicicleta en una cabriola de mal circo volando rodantes a tres, a seis y a diez metros sobre la explanada, qué altura formidable, transponiendo la línea de la pared y vos, vos agarrado con todas tus almas a la bicicleta que quiebra el agua mansa del estanque. Los dos se hunden un metro, los dos salen desesperados tosiendo agua, vos y bicicleta se han dado un ridículo chapuzón y ahora salen alzándose de las axilas, sosteniéndose compañeros de la burla que les echan esas señoras inglesas del siglo dieciocho providenciales en cualquier sueño donde hay escaleras o bicicletas, o las dos cosas. Ni vos ni la bicicleta son capaces de decir nada, ensayan varios pensamientos pero no convidan a los demás la alegría de haber sobrevivido a semejante travesía. Bien hacen: dónde se ha visto un sueño tan deshonroso, mejor hubiera sido que te rompieras el cráneo en la explanada, la boca contra el paredón… La curiosidad insolente es preferible a la burla, mucho más si se trata de no estropearse la reputación en un sueño.

viernes, octubre 05, 2007

Never-ever-mind

La ropa sin planchar
¿y las cifras? ¡sin sumar!
el cigarrillo a la mitad.
Dejar la puerta entreabierta;
que todo eso, mejor está.

sábado, septiembre 29, 2007

Historia

Los que recuerdan, cuentan de un hombre al que en un punto y de repente, la noción del tiempo se le transtornó para siempre. Así le sucedía esto: transcurrida cierta cantidad de minutos, él juraba haber padecido muchos menos. Solía decir que, contra él, todo devenía dos y quizá tres veces más rápido que en los demás; que tenía la necesidad de dormir dos noches y vigilar dos días por jornada.
El hombre realizó todo tipo de experiencias arduas en su consideración para garantizar a los demás cómo decía verdad, cómo todo el mundo se había vuelto loco por alguna peste que sólo él escamoteaba, o que había decidido no arrimársele. Leía novelas largas, realizaba estudios universitarios y se diplomaba con celeridad, una vez tras otra. Se proponía ebanisterías o caminatas de entre aquellas que fuman mucho tiempo y las resolvía con su asombrosa velocidad. Convocó a escribanos para que dieran fe del singular portento; los jueces entre los hombres y los hombres entre los hombres todos le dijeron que nada admirable había en sus actos, y que los tiempos desvastados habían sido medidos y que nadie dejaba de considerarlos regulares y satisfactorios.
Lo segregaron loco y apostrofado, pero a nadie agredió, y nadie lo castigó.
Aunque el hombre no acertaba cuando denunciaba la peste, sí decía toda la verdad del caso cuando colaba el tiempo con los únicos anteojos de su razón: el Universo, infinito de poder había decidido enredársele al cuello, ahogarlo y fulminarlo con el horrible ostracismo que padecen los inocentes.

domingo, septiembre 23, 2007

En el Colegio Nacional

El profesor Belisle – así va una historia, y es cierta – consignó un único diez entre todos los casilleros, entre todas las planillas, sobre todos los escritorios que precariamente fueron suyos (Bien parados, señores. Silencio Toranzo y puta, es la hora del viejo Belisle).
- Está bien, Dolfinger.- dijo, y siguió – Hace diecisiete años (o diez y siete, porque las dos formas son, y van) estoy en este colegio, en el tercer año, dando clases.
Yo tengo sesenta y cuatro. Nunca puse un diez. En una lección oral digo. Cuando hay trimestrales, bueno, ustedes saben que es distinto. Están los que escriben humedades, otros verán de arreglárselas con esos lápices correctores, qué yo sé… que ahí les pegan, arriba de las instrucciones, un regio machete. Da miedo agarrarlos y usarlos, da miedo tener que saber tanto para poder corregir un tropiezo en el escrito, a ver si uno se equivoca y vienen los rusos o pasa alguna de esas de las películas, esas que muestran los yanquis. Hagan como quieran con eso.
Después están esos que memorizan y entregan un parcial, digo, un trimestral fenómeno, uno que también parece de copia o de alguna otra industria. No sean pavos. Lean, entiendan. Ahí recién escríbanme. A mí en ese caso no queda otra que ponerle un diez al memorioso, qué voy a hacer. Ahora sí, al frente, al que memoriza le puedo pegar un baile, le puedo pedir las cosas de atrás para adelante, que me abocete causas y consecuencias, qué sé yo, que me demuestre que verdaderamente sabe. También están los payadores… letra y música, señores; pero bueno. Eso es el examen escrito y cada uno ve la forma de parapetarse como puede, es como confesarle al cura, yo no lo jorobo.
Diecisiete años no son muchos. Ustedes no existían, pero bueno. Dentro de diez años van a ver cómo es.
Y este Dolfinger, ¿qué hizo? Se paró y vino, carraspeó y habló. Fuerte, claro. Qué sé yo en qué anda Dolfinger, si atrás de las chicas, o de los muchachos. Tiene arito. ¿Y?
Por lo menos este tema le interesa y se lo sabe.
Diez y siete años, y tengo sesenta y cuatro. Nunca había puesto un diez. Y, vean, esto es lo que yo quiero decir: éste no es el séptimo. Es un tercer año. Ni a la mitad de la carrera están. Ni yo estoy al final de la mía. No sé si vieron ese programa de la noche, ése en el que bailan. En abril y mayo todos se sacan un siete mordido, un ocho. Por allá por octubre hay nueves. En diciembre están todos los dieces. Pero los bailarines no son más diestros ni más nada. Son los que van quedando, y entonces hay sidras, y brindis hasta en las oficinas, y todos somos amigos o elegidos, arrimados al final de algo, esperando, como pasa cuando hay un comicio, entonces tenemos que recompalmearnos, como me dijo uno una vez, y me hizo reír. ¿Alguno de ustedes es cristiano? Yo no quiero discutir nada, ¿eh?, pero a mí me parece que en la Escritura dice que el Apocalipsis va a caer en alguna docena perdida de agosto, ahí, entre los días, que nos vamos a morir con trimestrales a medio estudiar, llamando a un número ocupado, no sé, en el medio de algo.
Yo no le he puesto el diez a Dolfinger porque se me venía el acabarse de la docencia, porque fueran a cerrar el colegio, o porque se viniera la guerra. Yo le puse el diez porque se lo merecía, como ninguno hasta hoy, como quizá ninguno nunca más. Pero quién te dice, y tate, que mañana puedo poner otro. Yo no sé. Bueno, siéntese, Dolfinger. Ni usted sabía que este era mi primer diez, ¿vio? Ahí está, y es así: lo inesperado es verdaderamente inesperado. Siéntese, siéntese. Y vamos a ver quién sube ahora a la picota, y que sea uno bien dialéctico, que la lapicera loca anda peripatética hoy.

Velar una foto ( I )

Mario Perrota fue uno de los periodistas más versátiles del Canal de noticias. Con el bronceado aplomo de un experto, rodeó puentes que los eufemistas del Medio usan para planchar palabras y cruzó nadando plácido los ríos modestos de noticias cíclicas, propias de la televisión por cable.
Conciliados sobre una papila, sus compañeros lloraron en el Canal, y en los otros la triste desaparición de un colega que luchó incansablemente contra una grave enfermedad, y que nos abandonó antes de tiempo, aunque lo cierto es que un mal cáncer mató a Perrota mientras jugaba al paddle en la cancha de un club muy exclusivo. Pobre Mario, tan buena era su noticia.
El olvido sedimentó rápidamente, Mario entró en un pozo y otro periodista entró al estudio en horario, para él, extraordinario.
Existió un televidente, sólo uno, que olvidó con abrumadora eficacia a Mario y su muerte.
Ése, cigarrillo se me cayó al piso, a ver, ya lo levanté; me sirvo una Coca y veo las noticias, prendió el televisor, exhaló humo, bebió y, mirando tras el vaso turbio de nariz adentro, sintonizó el Canal a las ocho y borroso cuarto. Mario Perrota comentaba un estreno de cine.
Ése, qué pelotudez de película, che, con la inocencia de los inocentes, podrá sintonizar el Canal de lunes a viernes a las ocho y echar a andar para siempre a Perrota y su Noticiero.

miércoles, mayo 30, 2007

Deixis ansiolítica (III)

Y de noche, fantaseando,
quiero al sueño darme libre;
pensando cómo matarte
es que consigo dormirme.

domingo, mayo 20, 2007

Deixis ansiolítica (II)

Te estaba escribiendo una carta, no sé si te la podré mandar. Pasa que vengo por avenida Colón, y en Colón no se puede doblar a la izquierda, viste cómo es.
Te estaba escribiendo una carta, tantas cosas decía con la carta. A la mitad paraba para llorar, para sacar fotos, inyectaba el cable fijo en la base del micrófono, no fuera cosa que algún ruido contacto, que un falso de estática estropeara las palabras. Y decía algo, reía, y guardaba la grabación.
Te estaba escribiendo una carta, en verdad no sé si la voy a poder mandar, porque si paro, si doblo a la izquierda en Colón y voy hasta el correo… un trastorno. A mí me gusta ir a la Oficina Central, desde ahí mandé los paquetes y las cartas que te mandaba, así hacía: cuando tenía la carta toda escrita en la mano, la doblaba y me acercaba caminando hasta el Correo, compraba un sobre, esperaba en una de las cajas. Las cartas se pesan raro, a esto no sé si lo viste. Los empleados las hacen girar apenas en el aire que está arriba de la balanza y las sueltan deteniendo la mano donde soltaron la carta. El sobre besa el vientre metálico de la balanza con una esquina, con suerte a veces queda medio cuerpo del sobre acostado en la balanza y los números verdes se reducen al instante, se mudan del falso peso que escribieron con el golpe y escriben uno nuevo y definitivo. Uno con setenta y cinco, dice el cajero, este estíquer va a contarle dónde está su carta hasta que la reciban en el domicilio… Así dice siempre, o más o menos.
Té. Estaba escribiendo una carta, vieras qué larga, y ya casi la tenía lista. Pasó que entró A. y dijo que ya no había manera, que termináramos con todo y saliéramos de la casa y nos fuéramos muy lejos, a Paraguay, a Brasil, a cualquier lado, antes de que la ciudad nos acusara con diarios y noticieros. Té decía. Estaba escribiendo una carta, como siempre hacía. Era té de canela y miel. Ahí fue cuando entró A. y me dijo todo esto que te dije. Entonces yo no sé si te la voy a mandar, ahora vamos por Colón, y no se puede doblar a la izquierda para ir al Correo. Quizá nunca más vuelva al Correo, quizá nunca más tenga una carta para mandarte.
Por fin salimos, subimos todo al auto y ahora vamos por Colón hacia el Oeste, que es tan distinto del correo, del sobre, la balanza y el estíquer. Acaba de pasar una ambulancia. El doppler se nos metió como bruma de hierro en los pulmones, no sabés el miedo. Era una ambulancia, la policía no sabe. Nadie sabe, mirá si va a saber la policía. Pero pensamos que era un patrullero, vieras el miedo que tuvimos.
Yo no sé si habrás recibido alguna de las otras cartas. Siempre te decía que estaba bien, que comía bien. Eso es lo más importante. Los secuestrados, el hambre y los palos en la boca son cosas tan recíprocas… Pero siempre te contaba que andaba muy bien, que ni frío pasaba.
Ahora qué, ahora ya está. T. estaba escribiendo una carta, una carta para vos. Ahí te contaba todas estas cosas que digo. Al último decía que ganaba siempre en las barajas, allá se jugaba en silencio y por porotos, qué plata puede manejar alguien que está secuestrado, ¿me entendés?
Pero es así, lamentable, como te lo digo. T. estaba escribiendo una carta para vos, yo iba a mandártela, como hacía siempre. Cuando la estaba terminando, ahí entró A., me dijo lo que ya te conté, sacó la pistola y le disparó en la cabeza. Hasta yo sentí miedo.
Ahora digo… qué estúpido… yo personalmente en el correo, a la vista de todos y sin guantes, despachándote las cartas de T.. Habrá que irse muy lejos. Quizá el Correo tenga cámaras filmadoras. Se maneja mucho dinero en el Correo. Muy lejos. Ni a Brasil, ni a Paraguay. Lejos.
Llevamos a T. en el baúl, como corresponde. Vamos a dejarlo pasando La Calera, que ahí lo busquen. A la derecha. Talvez perdió toda la sangre. Lo lavamos muy bien. Pasando Calera, a la mano derecha, acordate. Y perdoname. Yo no quería matar a T., fue que vino A. y pasó lo que te dije, pasó que T. estaba escribiendo una carta para vos, y que yo te la iba a mandar…

Deixis ansiolítica (I)

Yo no digo depilar, que es abominable. Afeitar el año, arrimar la navaja al prólogo del almanaque, un buen tajo en cada pierna de los días, la de la mañana, la de la noche. Así se arrastran los días de enero muertos y se los va juntando con los de febrero, que también van cayendo talados, y todos se pudren muy rápido, se secan, ya quedan astillas de huesos rodantes contra la navaja que se entierra prolija en la base misma de marzo, hasta abril, que despeña del almanaque a los días que ya no están más, y que no importan.
Junio tiene epígrafe, es mayo. La navaja lo lee muy rápido, pasa y afeita; los días de mayo, como todos los otros, no pueden evadirse de la funesta cartografía que los ha clavado para siempre en un sitio único, la navaja los ha puesto en perniciosa fuga, les ha quebrado las piernas, los días se desparraman, hay el desbande; el largo de la navaja es infinito, no hay más escape que la carrera y el sepultarse al fondo del año. Un miércoles corre a parapetarse en el feriado de octubre, hay un viernes que se viste con dobles ropas, de Navidad y primero de enero, y ahí se queda esperando llenar de mesas las galerías, de botellas y codos las mesas, y ya se ve allá tan orondo señor, congregando sillas dispares, robándolas de todas las habitaciones, alineándolas en las galerías. Las sillas se llenan de culos, las rodillas incómodas se cabecean unas a otras, algunas apoyan la frente en la pata de la mesa, – ésas, con sus culos, tendrán mala suerte - feliz Navidad… Pero la navaja llegará hasta el mismísimo Viernes, afeitando el piso con escobas, arrastrando las sillas de nuevo hasta sus habitaciones ordinarias, pelando huesos de pavo, brillando de soles nuevos, incontenibles…, y el año habrá muerto por completo y sin remedio.

Hay un día que es el único día del año. Ése no se muere, ése mella la navaja, se yergue en toda su altura de acero y la traspasa lúcido; ése mira panóptico al resto de los días y aplaude sobrio las muertes y los olvidos que lo llenan de sí mismo. Nariz de muerto en el féretro abierto – cabal como no hay otras -, falo del año, obelisco de la ciudad, legítimo peatón de la peatonal entre los caminantes apócrifos, bolígrafo de pie y andando sobre el papel, ágil fiel de la balanza, único día del año…

viernes, mayo 04, 2007

I

El cuarteto se abre cualquier noche, los bailes pasan regulares. Como los ómnibus. Se compra un par de cospeles, se elige un color de coche y se lo espera en 27 de abril. Se sube, el ómnibus está repleto y es difícil avanzar. El chofer ha renunciado a sus exhortaciones mecánicas, a medida que van descendiendo, - dice - avanzan hacia atrás en línea de tres, que hay lugar en el fondo. La puerta delantera está cerrada y los anteojos de sol que el chofer lleva puestos no se mellan con las manos y los insultos que se alzan demasiado tarde y de repente en cada parada temporalmente abolida. Tadeo y yo vamos adelante; yo estoy en el último escalón reivindicándome el tríceps derecho con toda la palma puesta en el techo como único sostén, adherido y estancado como una cuña puesta a martillazos. Hay que tenerse fuerte, acá adelante se sienten los torques y las inercias de cada esquina doblada sobre los pasos de verdaderos peatones, esos que conocen a qué distancia debe estar el ómnibus para emprender un cruce exitoso de la calle y acomodarse seguros como una pieza de tetris en la otra vereda.

- Ir al baile, Tadeo, ir para quedarse y para volver al día siguiente, y el próximo fin de semana. Entrar y bailar, emborracharse ahí. Empezar la ronda y revertirla cuando nos dé la gana, oponiéndonos a cualquiera. Despacio primero, un amigo, dos. Se arremanga, se convida. Después se empieza a recibir, y se acercan de a cuatro, empiezan los traqueteos, que el gil ese me hizo bailar la guacha, qué te pasa che culeado, cagar a puñetes. Pero despacio primero. Hasta que el baile y el ómnibus se van sepultando en los barrios, en la segunda y la tercera selección, las anagnórisis de pasar de un barrio a otro, y de Jiménez que se canta el Ramito de Violetas en un salto cronológico o fantástico; y de la lucidez al pedo criminal, y del pedo al amanecer que mata la noche y el baile, qué pedo que tengo, vamos vamos.
- Ahá. ¿Hasta dónde?
- Hasta la punta de línea. Cuando un baile termina, hay la puerta y las camionetas de la Policía, hay toda la gente afuera. Enseguida, el puente Santa Fe se va afeitando de la gente, nos hundimos en Santa Rosa como si fuéramos a Villa el Libertador, y a lo mejor hasta empezamos a ir de vez en cuando. La madrugada se va despejando de cabezas, primero en grupos grandes y en tocar al paso los timbres de las casas, como la mía; después en hitos de dos o tres pibes, de tres pibes y una minita, ¡La Voz La Voz! en el semáforo de Cañada. Las paradas se van llenando, los que esperan para subir después del baile son los que se están bajando ahora, en este ómnibus de siesta que va de la Facultad a tu casa, comprará un poco.

El Estadio y las calles se vacían, van cayendo los gritos, las palabras, como los boletos en este piso de goma. Al final, la pista está mugrienta y vacía, Jiménez se fue con dos tumbadas, el loco Quique espera a La Fiel en Colón y General Paz. Todo. Y mientras, el sol se va pelando y hace decantar todo en su lugar. Aparecen postes y obreros madrugadores, todo tan delineado y despierto, tan distinto al ocho mareado y tantas vueltitas que se bailan en un baile.

Vení de vuelta acá, conmigo, al ómnibus. Nosotros seguimos hasta la Circunvalación, a ver cuántos quedan, a ver cuántos se bajan; y volvete hasta la noche que te cuento: nosotros llegamos a la Colonia, y ya estamos solos en el borde, buscando una trenza para enredarnos en Liceo y comprobar que el fondo no es el fondo, que a la madrugada del sábado le siguen el domingo y el asado...
- Qué prescriptivo… sos un… Dale. Yo sé dónde vive el Gaby, una vez fui a comprar a su casa. En adelante, nuestro mejor amigo, ¿estamos?
No quise contestar enseguida, pero él era lo más próximo que conocíamos a un baile y, a decir verdad, era verdaderamente nuestro amigo.
- Hecho.

Es verdad que se vive para ir al baile. Está esa frase que traspone punto a punto cuarteto a religión, baile a templo, Mona y Dios. Pero también es verdad que las aventuras - si son legítimas - cuando fracasan, hacen del alma cenizas mojadas, y matan al aventurero. Preguntaron a Camilo Cela si era él una persona "de dos caras", un poeta y un prosista. Contestó con aplomo: Gilipollecez, hombre. Las personas son poliédricas, algunas aristas son fundamentales, pero de ahí a que sean dos, y sólo dos los accidentes importantes. No no.
Por fin decidí seguir estudiando, tener un pie en la boca de Mijail Bajtin y Roland Barthes – tapándoles, acaso, la boca - y, el otro, junto con las manos, haciendo palmitas en el Monumental Sargento Cabral.

Nos faltaba un nombre, pintar en estandarte nuestro lema y escudo de armas, levantarlo muy alto erguidos en el mismísimo pecho del baile y obligar a que Jiménez nos armara caballeros con su primera mención oficial; y, a la vez, queríamos aparecer iniciados en los misterios, incluso mucho antes que cualquier otro, queríamos dar la impresión de haber sido convocados por Jiménez en persona y hasta mostrarnos imprescindibles a la noche, superlativos pisacocos. Y fue después de poco pensar y mucho peatonarle una siesta a la ciudad, que llegamos a un acuerdo repentino y sin objeciones: Los custodios de la Mona. Doblábamos por Deán Funes hacia el Centro.

Habíamos tenido siete oportunidades, las habíamos desperdiciado a todas. Hoy salimos temprano. Ya ni llevamos los mapas. Sabemos dónde están las casas que nos interesan y no los necesitamos más. Imaginate un poco, nos agarran con los mapas y los interpretan hasta ponernos en picota, hasta empalarnos, hasta hacer lo que quieran. Yo los había escrito en unos recibos. Calculá, en serio fijate un poco, recibos con el nombre de mi jefe y con la prescriptiva de lo que íbamos a robar.
Me los perdí en el culo, me puse a escuchar tangos y a tomar vino, y me puse a no estudiar.

Y decidí no insistir con este cuento, y, más que perdérmelo en el culo, no sacarlo nunca de ahí.

domingo, abril 22, 2007

Historias

Historia del que se encontró una piedra
Hubo uno que se encontró una piedra, y la guardó.

Historia del falso profeta
También uno que decía que iban a pasar cosas, y que no pasaban, pero él igual decía.

Historia del que se rompió los dedos
Con la puerta era. Se los rompió todos.

Historia del que comía mucho
Engordaba.

Historia del que tergiversaba
Y también hubo uno. No se le entendía.

Historia del hugonote y la doncella
Cuentan los que saben que él no sabía qué eran los hugonotes; también dicen que capaz capaz ella ni era doncella. Pero se quedaron dormidos, eso es cierto.

Historia del que sacaba fotos
Un día se olvidó de comprar pilas, y era tarde, y no había dónde. También se tuvo que ir a dormir, pero, ahora que estoy tan confidente, qué mierda me va a importar de las pilas de la cámara, las pilas que hacen el flash y el flash que hace la foto.

Historia del que leía
Hasta cuando iba a cagar.

Historia del perro
Mordía.

Historia de la televisión
Cuentan que era a color.

Historia del disco
Giraba.

Historia de la campana
Sonaba, pero se perdió. Pasa que faltaba limpiarla.

Historia del que tomaba medicamentos
Se curó.

Historia del que fumaba
Le paso como al que sacaba fotos, que se quedó sin pilas, y ya no había donde comprar. Entonces no pudo sacar fotos, ni fumar más.

Historia del que se regeneraba
Le crecían las uñas y el pelo que él mismo se cortaba. Era de ver.

Historia del que esperaba
Era uno que estaba sentado, como si esperara, que fumaba, como si esperara, que se distraía y se angustiaba, no hubiera sido cosa que se le haya escapado lo que esperaba mientras no miraba. Ése se murió (Cerca de la revolución...)

Historia del que tenía reloj
Sabía la hora.

Historia del que no tenía reloj
Ése no la sabía.

Historia del que no tenía nada
Ni frío.

Historia del que saltaba
Alto alto.

lunes, febrero 19, 2007

At the bottom of time

the air of my lungs
was blown,
the blood of my brain
just drained,
the strength of my hands
erased,
the sharpness of my eyes
went misty,
and I was nothing but dark scent:
I loved.

domingo, febrero 18, 2007

Contrapunto

A: - Una línea.
B: - Más preciso.
A: - Una recta.
B: - Más preciso.
A: - Trazada con carbón.
B: - Más delgada.
A: - Trazada con lápiz.
B: - Más delgada.
A: - Trazada con un bisturí.
B: - Más delgada.
A: - Grabada con un láser.
B: - Más delgada.
A: - y = 3x – 8.
B: - Más universal.
A: - y = mx + b.
B: - Perfecto. Siga.
A: - Un brazo.
B: - ¿Qué sucede?
A: - La recta.
B: - ¿Qué hace?
A: - Cae sobre el brazo.
B: - ¿Y qué pasa?
A: - Lo atraviesa.
B: - Cuénteme más.
A: - Cómo no. Tan delgada como se quiera, ¿cierto?
B: - Así es nuestra recta.
A: - Sobre el brazo.
B: - ¿Lo corta?
A: - De lado a lado.
B: - Sígame contando.
A: - Mientras pasa, secciona la piel.
B: - ¿Y la carne?
A: - Una por una, todas las células que encuentra.
B: - Y descompone las moléculas.
A: - En cadenas más breves.
B: - Y hasta divide electrones.
A: - Y cosas más pequeñas.
B: - Pero no tiene volumen.
A: - Entonces no produce ninguna separación.
B: - En ninguno de los cuerpos que atraviesa.
A: - Fantástico. Vamos al laboratorio para realizar experiencias.
B: - No es posible.
A: - Iba a decírselo.
A: - No es posible involuclarla en recipientes.
B: - Nuestra recta es inasible.

Estructuralismo ( II )

El suceso es famoso. A es la mujer y decide abandonar a B, que la ama. Bajo distintas agendas, ha sucedido juntamente con la Historia y es un anillo más en el corazón del tronco de un Gran Árbol. Descubramos alguna de sus superficies particulares cortando una sección del tronco. La escena es ágil. Se ha realizado un montaje óptimo y los hechos suceden a toda velocidad – así pueden practicarse infinitos cortes en el tronco garantizando una versión particular para cada uno.
A es Fulana y B es X. Intuyendo la desgracia, X está de visita en casa de Fulana. Tendido boca arriba en la cama hecha de Fulana, X llora unas líneas muy finas sobre sus huesos temporales, hasta el cobertor de la cama. Hace su modesta apología y reconfiesa su amor a Fulana para conmoverla. A estas alturas, X ya sabe que Fulana no volverá a quererlo mientras exista el día.
Con la inocencia de los locos y de los inocentes, Fulana reprende a X herido, ¿vos escuchás lo que estás diciendo?, y hace silencio esperando a que él termine y se retire.
Por fin, mortalmente aconsejado por la esperanza, X ensaya una caricia en la cintura de Fulana, que lo rechaza inapelable.
Pero algo sucede. X advierte la inserción de la escena en la veta de la madera, la fuerza infinita que el tronco hace bajo sus pies y sobre el falso cielo. Y mientras comprende pormenores de la escena, se deja conducir escaleras abajo hasta la calle. El revólver aparece entonces en la cintura de X, ya tibio y transpirado, como todos los planes.
Ahora sin esperanza, X pide un último beso. La petición prospera y X se encuentra en la vereda paladeando la dulce lengua de Fulana. Elige una falsa retirada de su lengua en la boca y se separa de Fulana. Primero las bocas, después los brazos, cinco pasos, hasta pisar la calle. Ha visto en qué instancia de la veta está el espacio preciso de su amor por Fulana. A él le tocarán los ruegos, la humillación y la tristeza. Ella olvidará esa misma tarde. El revólver parece hincharse y late fuerte con cada detalle revelado. X se lo arranca de la cintura y se lo pone en la cabeza. Dice:
- No hagas escándalo, Fulana, no te voy a lastimar. Ni siquiera metafóricamente.

sábado, febrero 17, 2007

La intersección de las calles Nora López y Jorge Dalmaso, como es previsible, genera cuatro esquinas. El damero se llena con cuatro edificios: una penitenciaría, una clínica de maternidad, una batería de salas velatorias y un café. Las diagonales del cuadrilátero pueden escribirse así: maternidad-penitenciaría; salas-café.
El alcance semántico de la maternidad es grueso e inexorable, pero maravilloso. En las maternidades se nace, los nacimientos son la primera puntada del Destino en un género blanco que sirve tanto a Sandro Botticelli como a una modista de barrio. La tela es como el océano por donde viajar a cualquier parte del planeta. Cualquier Destino parece posible.
El signo constituido por la casa de exequias tiene un peso idéntico al de la clínica, pero opuesto. Allí, al menos en una prórroga simbólica, las personas mueren y los dependientes se ocupan de lacrar el expediente que se abre en las maternidades.
Entre la esquina de la maternidad y la de las salas puede trazarse un segmento de recta perpendicular a la aguja de la brújula. Ambas plantas están trazadas, con precisión apocalíptica, al norte.
El café no es alguno excepcional. Como sus congéneres, es una habitación similar a un living áspero diferido hasta la vereda. Sus funciones primordiales son el solaz y la nutrición de vecinos y trabajadores de la zona.
En la última esquina, un alambrado abraza las ruinas de una inmensa cárcel que la Administración Nacional porfía en utilizar "para seguridad y no para castigo de los reos".
Los barrios de la ciudad se parecen bastante. Sólo los estadios de fútbol, los cementerios y los hipermercados les dan una historia, un perfume o una mayúscula entre los nombres.
La esquina de López y Dalmaso no es públicamente excepcional. Sin embargo, practicada la hermenéutica adecuada, la intersección se transforma en un repetido impacto de baquetas que pronostican un arcano, o, por lo menos, una canción de rock.
Tres profesores de filosofía del Colegio Nacional asisten al bar de López y Dalmaso y se esparcen con lo que dieron en llamar "puterío epistemológico", una suerte de contrapunto enciclopédico que termina en la ebriedad o en la nada. El profesor Carreras, el más pedante de los tres, acostumbra anotar las pobres revelaciones que de tanto en tanto iluminan la mesa con la luz de un fósforo. Es cierto que los tres son muy lúcidos y conocedores de la disciplina, y que, muchas veces, consiguen destrenzar cuestiones capitales en un puñado de palabras. Pero también es verdadero que sólo el profesor Carreras tiene la prudencia o la soberbia necesarias para desenredar los párrafos pesados de la tontería y escribirlos en su libreta. La improvisación de postulados se somete siempre a una doble evaluación. Suponer que se ha tenido una idea genial es el primer juicio sobre la idea. Si se resuelve comunicarla, habrá lugar a enésimas opiniones. El vino entorpece todas las instancias del trámite poniendo y sacando nubes de acaso de manera aleatoria. Cualquier estupidez puede ser arrancada de la ignominia y ubicada en el Panteón de Roma.
Obedeciendo esta providencial agenda, el profesor Carreras anotó en octubre:
"La correspondencia entre la Tabla de Verdad ideada por los escoliastas y las cuatro esquinas de Dalmaso y López es irrefutable. No descarto la posibilidad de que el propio Aristóteles haya vuelto a nacer en la esquina de Dalmaso y López. Sucede que, sin incurrir en acrobacias o escondrijos leguleyos, cualquiera sabe que la Maternidad es el universal afirmativo "todos nacen", las salas velatorias significan que "ninguno es inmortal"; el boliche grita hasta las tres de la mañana que "algunos se divierten" y en el triste revoque que cubre las almenas de la penitenciaría puede leerse, como un murmullo perpetuo, que "algunos no son libres".
Que sí o que no, para todos o para pocos. Toda clase de silogismos puede plantearse mediante la observación de la esquina de López y Dalmaso.
La expresión “Sócrates es mortal” se escribió bastante lejos del Club General Duarte. Pocos estudiantes del Colegio Nacional la identifican con un pase-gol hecho desde un monasterio francés y, a decir verdad, la mayoría la esquiva y la dejan seguir su marcha hasta perderse en los fondos de alguna casa vecina.
Esta esquina está en el Barrio, fácilmente accesible como los cigarrillos del kiosco. Y, si bien las aulas del histórico Colegio Nacional son muy pintorescas, los adolescentes son más propensos reconocer méritos en el riff de Day Tripper que en la arquitectura barroca.”
Traspuesto cierto pudor que le produce leer su etílico anotador, el profesor Carreras decidió visitar la Dirección Municipal de Catastro para obtener una copia del trazado de la esquina a partir del cual escribir un manual de Lógica para el Colegio.
El documento no existía. Es probable que el profesor Carreras haya olvidado rápidamente la diligencia o que la haya reemplazado con otra aun más absurda.
El Director de Catastro, castizo egresado del Colegio Nacional, formó en secreto una comisión de artistas plásticos y poetas para confeccionar los planos faltantes.

jueves, febrero 08, 2007

Instrucciones clandestinas para supurar a Martínez

Estimado señor Gandolfo:

Espero se haya establecido cómodamente en la habitación que hice acondicionar para usted. Los criados tienen órdenes de servirlo como a real persona. No tenga cuidado en pedirles nada, están a sus órdenes como si usted les pagara.
Me ha llegado esta mañana la noticia de que Martínez está de regreso. Por circunstancias que encuentro vergonzantes, resolví hace tiempo alojarlo y servirlo cada vez que lo requiere.
No se alarme sin embargo. La situación no es extraordinaria, muchas veces me impuso Martínez su puntiaguda compañía. Supe alejarlo con astucia y prontitud en cada oportunidad.
Todavía constan en mi habitación dos sillas con una inscripción en la ribera del respaldo. Una dice “tu silla” y la otra “mi silla”.
Martínez y yo dormíamos en el mismo cuarto hace unos años. Una tarde tomé las sillas y les adherí las placas con los grabados.
Dije a Martínez:
- Si hemos de convivir, distribuyamos con justicia los recursos.
Asintió Martínez con un solemne cabezazo, y continué:
- Cada uno tendrá una silla. Mirá: “tu silla”, “mi silla”.
Vos te vas a sentar en tu silla y yo en mi silla.
Martínez estuvo de acuerdo otra vez y cuando tomaba la primera silla y la acercaba a su cama, lo interrumpí de esta manera:
- ¿Qué tenés en la mano?
- “tu silla”- dijo Martínez.
- ¿Cómo que mi silla? Hemos convenido las cosas hace un instante y ya estás zafándote de las normas. Vos te sentás en tu silla, ¿comprendido?
- Desde luego, esta es “tu silla”.
- Si es mía, yo me siento ahí.
Martínez dejó la silla que asía y tomando la otra, dijo:
- Está bien. Pero acá dice “mi silla”, y yo entendí que…
- Tenés razón, Martínez. Esa también es “mi silla”, por lo tanto sólo yo puedo darle uso.
Episodios como el que le transcribo ofuscan notablemente a Martínez y ponen en duda sus convicciones más hondas. Pero no se confunda. Martínez es un hombre violento. Si en verdad desea permanecer en la casa, nada conseguirá con ardides como ése.
No intente procurarse el favor de Martínez. Tarde o temprano, y de manera invariable, Martínez va a traicionarlo.
La experiencia demuestra que los siguientes procedimientos operan satisfactoriamente, alejando a Martínez por espacios prolongados de tiempo:
Tiene Martínez especial predilección por jugar a las cartas. Malena esconde unas barajas preparadas. Pídaselas e invítelo a jugar cada tarde. Gánele doce manos seguidas durante tres días consecutivos. Piérdalas todas el cuarto y gánelas todas el quinto. Sobre el final del negocio susurre que “Alejandro de Macedonia se embriagó una tarde y perdió cinco mil hombres en pocas horas. Al día siguiente se hizo con Persia, por eso aún se lo estudia y admira.”
Martínez sufre cólicos intestinales con frecuencia. Me confesó dolores tan insoportables que no vacilaría en dispararse a la cabeza en medio de un espasmo. Invente cualquier excusa y lleve las pistolas y escopetas del depósito al baño. No las retire ni permita que Martínez lo haga.
Martínez es incapaz - preste especial atención a la palabra - de permanecer en soledad sin deprimirse.
Trátelo con indiferencia, pero sea cauteloso. Nunca de indicios de que existen instrucciones clandestinas para segregarlo.
Ante un requerimiento de Martínez, usted no sabe cómo salió el partido de anoche, ni escuchó el pronóstico; no lleva fuego consigo, no sabe hacer asados, no puede hacerle la gauchada de tirar de esta soga ni de alcanzarle un martillo (porque usted tiene las manos ocupadas en otra cosa, porque no lo oye), no quiere ir a tomar cerveza a la galería ni sabe dónde está la sal, no tiene dos de cincuenta para cambiárselos por uno de cien, no sabe el teléfono de la empresa que trae el gas envasado; no puede decirle la hora porque su reloj se atrasa; nunca escuchó el disco que Martínez lo invita a escuchar ni puede hacerlo ahora; no puede llevarlo al hospital más cercano y mucho menos sabe aplicar primeros auxilios.
Frente a cualquiera de estas solicitudes, por favor enciérrese. Y finja que trabaja.

Con hondo placer colaboraría con usted en estos menesteres, pero por desgracia me hallo muy ocupado. Algunos de mis negocios actuales son tendientes a prohibir definitivamente el ingreso de Martínez a mis propiedades, pero el suceso es todavía incierto.
Pronto estaré con usted para regalarlo en persona, como lo tiene merecido. Quieran las gracias que aquel día nos encuentre ejecutando la abolición definitiva de Martínez. Será una jornada excepcional.


Héctor Castaño

lunes, enero 29, 2007

Trasposición de los cánones II

Imagine a funnel, funnel means embudo. Usted (¿usted se acuerda de cuando lo trataba de usted? y le daba instrucciones para hacer etcétera)toma el libro de cuentos dispuesto a leerlo desde la página seis o siete ( donde empieza el baile, y el baile es una milonga que usted no sabe bailar, porque ya se va cansando de los cadenciosos paréntesis que dinamitan por el medio cada verso)a la ciento ochenta y cuatro, a decir terminé el libro, me gustaron tal y tal cuento, la parte en que etcétera (¿no le parece que debería haber una declinación para el pronombre etcétera? Como decir Fulano, Mengano, Zutano, pero con etcéteras de varios colores. Perdóneme por... perdóneme. Estábamos en que usted se disponía a no sé qué mierda. A leer el libro, ahí está). Pero carajo que no pudo, ¿eh?. Primer cuento, hay unas nociones acerca de la punta del tiempo, usted piensa y felicita al Fulano pitando bien dulce el pucho. Después está esa historia memorable del boxeador de Lanús áperca pibe áperca el patrón siempre me decía pibe y dale que te dale al tabaco una cosa que no sé es mirar pa' arriba; después la del cisne, la de las sustituciones, una fiesta de libro, pero carajo que no va a poder. A funnel I mean, la hoja 45 es más chica que la 44, y la 46 más chica que la etcétera, ¿meniende?. La del medio es la de menos superficie, pero ¿me va entendiendo? A ver. ¿Y ahora? Sí, la primera de la segunda mitad es más grande que la del medio y así van creciendo, y la última es igual a la primera, pero no me venga a decir, usted no meibaentendiendo, yo le tuve que contar. Y no era un embudo ¿sabe? eran dos embudos unidos por la punta. Yo encaré mal, pero si usted no meibaentendiendo da lo mismo que sean seis embudos vaya uno a saber cómo ensartados, y ahí lo quiero ver buscándoles el parecido con un libro. La cosa es que usted no pudo leer el libro porque era muy modernoso, y usted no lo entendía, ya sabe cómo es eso de fondo y forma, de no entender el libro y romper una botella para clavarse los vidrios en la garganta y morirse.
Ah, me faltaba, cómo me fui a olvidar. La hojita del medio es un rectangulito que dice váyase a cagar, esa era la idea del cuento.
Imágenes no, no tengo. El laberinto perplejo y toda esa mierda del Viejo Ciego, con un lazarillo llegás por las noches trayendo las quejas del viejo violín. No, ¿no?


- ¿Y? ¿Qué te dijeron? ¿Sale el cuento?
- Sí. No sabés el papel de las tapitas. Es una publicación barata, viste, escriben muchos pibes como yo, todos somos artistas, ¿viste?
- Ah.
- Sí, y tienen unas mesitas, y ahí los ponen con discos raros de esos que recién salieron. Adentro hay unos sillones y un puf para tirarse.
- Copado.
- Sa.

domingo, enero 21, 2007

Es un mar apócrifo, eso es todo, sin embargo del catálogo de imágenes, a saber: las gaviotas que vuelan de goma y de madera, el brillo azul y negro de plata madura en cualquier parte. Las sombras.
- Es la sombra más feliz que he derramado en muchos meses. Orgullosa, alta, precisa. ¿Vos viste? La sombra es una cosa tan vecina del humo, tan lo mismo que el humo. Aunque bueno, una torre de humo no es una cosa que exista, como un chorro de agua…
Mirá cómo crece. Pasamos una luminaria y sombra. Se va llenando, se estira, cada vez mejor delineada, hasta que el ángulo límite (porque esto es sin duda algo en lo que tienen que ver ángulos límite) se quiebra, y la sombra recién madura se disuelve, y se muere. Fácilmente metafórico, che. Nace, crece y se termina. Y después allá, en el próximo foco aparece de nuevo. O no. No, aparece una sombra nueva; y si la vida de una sombra que avanza delante de un cuerpo es el tiempo lineal, la sucesión de sombras es el tiempo cíclico. Puf, fácil, muy fácilmente metafórico.
- Cuando crecen – El chiste no tiene que ver con drogas o con sexo; esos chistes ya son una formalidad muy absurda y los dos esperamos que alguno proteste en el próximo y queden abolidos para siempre – es porque van sintetizando proteínas de sombra, que son muy anabolizantes. Ahí tenés, para tu metáfora. La sombra se muere porque se trepa a la desmesura de Áyax y a la de ese tipo que tomaba esteroides y que se murió. Vos tenés que pensar que nada es para siempre, y ya está. El error de los hombres es creerse más Sófocles de lo que son.

Más tarde teorizamos estupideces sobre la salinidad del agua, tema obligado: si esa muestra que tenía trescientos doce gramos de sal por litro de agua era una medida de peso en volumen o si en realidad en cada recipiente de un litro entraba casi un paquete de sal (casi, el paquete trae más) y el resto era agua.
El asunto es que el agua es muy salada.
Pero la salinidad del agua no es una cuestión muy lírica. Las olas sí. De todas maneras es difícil apostrofarlas con algún brillo nuevo. Digo que todo está dicho, y allá atrás hay un señor de barba que me protesta; y más acá un adolescente muy rubio y muy casto que me quiere convencer de que me equivoco.
Entonces bueno, intento descifrar una imagen extravagante pero muy acertada y concluyo entre comillas con que un filo de agua viene afeitando la orilla una, otra vez, nunca termina, y no extingue ni arena ni espumas. Y significo nada.
- Más.
- Qué.
Para tu metáfora. Este es un mar ficticio. Bueno. Las vacaciones son también unas horas y unos días de ficción, llenas de actividades y noches postizas de otras actividades y otras noches que a fuerza de suceder y suceder todo el año, son más legítimas.
- Y es cierto, pero está incompleto, no sé bien dónde. O mirá, está bien así, es una verdad, es la verdad, pero todo es un problema de interpretación, ¿viste?, y yo ahí no veo más que confusión y continuidad. Fijate en la ropa sucia nomás. Hay ropa sucia en invierno y en verano, a veces pasa sucia de una estación a otra y es la misma ropa que ahí tirada tiene enredados los meses y los días y el sol de la siesta, aunque sea muy de noche y uno esté borracho, o pensando en otra cosa.

La locución nos tuvo callados un rato.
La Mar Chiquita bla, fangoterapia, volver con la totalidad o la mitad de los dolores del reuma mudos; ciento dos establecimientos hoteleros (para Morel y Faustine, estamos en la época) cubiertos estropeados dinamitados hundidos borrados perdidos.- Y después de un silencio vuelve a toda carrera el catálogo de sucesos cansados de tanto decirse – Bla bla la Draga Victoria, bombas y piletones, bañistas, el primer transporte interurbano del país, el Hotel Viena,(peinado de comillas hacia la derecha:) un misterio frente al mar.
El lugar propicio para unas vacaciones inolvidables.
La laguna da y quita. Familias que han perdido tres viviendas y siguen tan ribereñas como en la primera generación (…) Una lucha entre el hombre y la Naturaleza, y quién les parece que pierde.
- (El contribuyente)
Levantar paredes es, lamentablemente, tirar escombros a la laguna…
Ladrillo en mezcla en ladrillo, escombros a la laguna; puertas-ventana enriquecidas con antióxido verde, escuadra, plomada, stanley, escombros a la laguna; impermeabilizantes a buen precio en Rafaela (debe a haber tantas cosas baratas en Rafaela), y burletes, y un parquet siliconado que es una paquetería (ya gritando); cerraduras de doble paleta lamidas de grafito, mirillas, calefones eléctricos, hierros del ocho (rulos marrones y tan quebradizos en el agua, los he visto), vidrios templados, tejas falderas. Todo, como ábacos partidos, cansancio y merienda de los albañiles, con parrilla y todo: escombros a la Mar Chiquita.

-Como tus ideas.
- ¿Por qué?
- Vos las trajiste para acá, todas pensadas, oscuras, esforzadas o no sé cómo te imaginás que las trajiste, todas elaboradas, florecidas. Un cáncer negro de ideas que crecen y te duelen, y viniste a tirarlas al agua, “escombros a la laguna”, ¿cierto? ¿Para qué lado llevan peinadas las comillas los escombros? Qué gracioso. Sos muy estúpido.
¿Qué estás escribiendo?
- Lo que vos decís. Y te voy contestando, pero por escrito.
- Ahí está. Ése es tu problema.
- A ver…
- Querés reducir todo, fijarlo el los rieles del Ferrocarril General Muerto y Perdido. Y que vaya de una punta a la otra de la trocha que vas descubriendo o inventando. ¿Probaste caminando? Es más fácil, si te dan ganas vas por el terraplén, si la vía se corta vas por la vereda, o por la calle. ¿Qué locura, no? Ser libre, y a la mierda.
Ves el horizonte, todo el horizonte, pero no te llega más que la superficie de una moneda, mitad agua y mitad cielo. Si el sol no pasa por tu ventanita, no hay sol. La Constelación Limitada. Una sola estrella grande y tonta.
La carpa es tu colchón, nada más, ni una vez pisaste cerca de la guitarra o de mi bolso. Pero tampoco ves todo el colchón, qué vas a ver. Para vos el colchón es el pedazo donde ponés la cara, y ni eso, donde ponés el ojo izquierdo, y pensás con ese solo ojo, pensás con el borde del cerebro que tenés más oscuro y transpirado, y pegado contra el colchón.
Hacés un resumen salvaje de la realidad, ya ni siquiera sos vos, sos un pedazo tuyo donde decantaron algunas porquerías. Estás parapetado atrás de tus dientes, con la boca cerrada, chiflado por ordenar todo desde afuera para salir un día, desesperado por sacarle punta al mundo y dejarlo hecho una sola púa para probar la Teoría General de la Desgracia, meterte todo el mundo de una sola vez en el pecho y suicidarte con un puñal que sea todo el mal mundo que te tocó.
Tu sombra no es la del martes – y esto ya se va diciendo con un doblar de ropa y enrollar de colchón, un sacar estacas de la carpa para mandarse a mudar cuanto antes -. Tu sombra es la de mediodía, un punto grande y espeso que apenas se ve abajo tuyo. Primera persona del singular, presente, modo ególatra, voz soberbia del verbo Yo.
Decime de nuevo para que me cague de risa. ¿Para qué lado lleva peinadas las comillas eso?

viernes, diciembre 29, 2006

Fenna ( I )

Yo me llamo Aldo. La A sirve de presentación y por eso es mayúscula. Tiene dos patas que son como fustes cruzados y a veces los fustes llevan basamento (cuando la A es imprenta mayúscula) y hacen arriba un frontón vacío por donde se puede pasar el dedo, un pañuelo o cualquier otra cosa para el otro lado, la A es como cualquiera de esas letras de acero inoxidable que hay en la fundación de los misioneros, que dicen LAPEN. La A es la letra que menos dice de mí. Después hay L, y ahora dejemos el acero inoxidable que es tan difícil de pulir con lijas y vayamos a la lengua y el paladar, único sitio donde la L existe a guisa de tobogán, o trampolín, o de piedra esférica que rueda ele ele melosa y salta apenas, pero en lugar de remansar sobre la D, colchón nasal natural si existe alguno, en la cabriola deviene en O y va a dar conmigo, con mi L y con mi nombre contra algún edificio y me deja como una ventana tuerta en la fachada, como una O mayúscula que pone fin, y parece que lame la pared, pero ahí se queda.
Esto que cuento es clásico para los que escuchan, pero por nada en especial, es clásico porque ya pasó, porque es un relato que no tiene fuentes, o que tiene una sola; los testigos tienden a magnificar cualquier episodio en el que se desenganchó un trolebús y así se sienten cómplices de una aventura, de una hazaña, de una mitología, como iniciados en los Misterios del Cartapacio Perdido, “veinticinco años trabajé en la Municipalidad, pibe”, y ven el edificio con orgullo de arquitecto jubilado, de Áyax sudoroso sobre las vacas degolladas, pobre Áyax, algún dios le confundió el entendimiento.
Había una escalera, ¿quiere que le cuente?, había una escalera de madera y de hierro, desde abajo del último descanso vi a mi primo Tomás por primera vez, y le pregunté quién era, y me dijo soy yo, tu primo Tomás. Yo tenía cinco años y él tenía dieciocho. Me alzó, yo no lo conocía, en serio no lo conocía pero me dejé alzar, era mi primo; me preguntó si quería ver a mi papá, le dije que sí, fuimos hasta el féretro y él le abrió una tapita que tenía a la altura de la cara. No me pareció muerto, ni pálido estaba, pero cómo sublevarse: cinco años, soy tu primo, es mi primo, se murió tu papá, ahí está muerto en el circo borroso de todos sus hermanos, es tu papá y se murió, qué cuña se puede martillar para quebrar semejante bloque de mármol, yo tenía cinco años, un muerto era un muerto, un padre un padre, una familia etcétera, “esto sí puede estar pasando”, naturalmente “esto puede ser cierto”, y que descrean los adultos.
Ése es mi primer recuerdo, una vez un idiota me preguntó cuál era mi primer recuerdo, entonces elegí ese, que es tan útil como cualquiera más o menos vecino a la Torre Ángela, a la motocaja, al Callejón sin salida y a esos dibujos animados de los que no recuerdo el nombre. Padre muerto, hito y acabose. Por eso, no se crea todo lo que digo; por eso y porque las lenguas son cosmologías, el dato libresco de que los esquimales distinguen diecinueve clases de blanco para la nieve y yo apenas la vi marrón de tierra en Los Cóndores.

domingo, diciembre 10, 2006

El lector en el texto (II)

El tiranuelo encuentra el libro, ese libro donde se cuenta cómo iban venderle sus últimas palabras y también la peripecia de su muerte.
Mancillado en su visera y sus anteojos espejados, ordena a los secretarios y generales que se busque y se aprese al vendedor de gritos y palabras que tal muerte le prepara.
Con gran esfuerzo, los secretarios consiguen explicarle que el libro contiene ficciones diciéndole que “son como maquetas de edificios que no están en ninguna parte, Presidente, o como mentiras”, y que los vendedores de gritos y palabras no existen. El tiranuelo entiende entonces que debe capturar al Autor del libro porque “este cuento es un insulto”.
Los secretarios organizan un comité de averiguación cuya primera medida es retirar de la venta las Obras Completas del Autor. La investigación avanza rápidamente y hacia el final del primer mes, peritos infiltrados en bares y universidades públicas averiguan que el Autor fue una suerte de loco que hablaba para atrás y de costado, que vivía en Europa, y que murió en una ciudad de francesa adonde van a morirse los escritores latinoamericanos.
Aterrados por las malas noticias que deben comunicar al tiranuelo, los peritos del comité eligen democráticamente a un delegado, y ese delegado realiza un parte verbal ante el propio tiranuelo.
- Carajo - dice el tiranuelo - ¿quién va a pagar por esto? Los huesos son inimputables, ¿cómo se hará justicia? – y convencido de la existencia necesaria de cómplices del Autor, ordena que se reúna otra junta investigadora para buscarlos.
Esta vez las averiguaciones son lentas y difíciles; al parecer, el Autor no sólo ha escrito por su cuenta, sin ayuda de escribas sino que, además, las pistas dan a entender que todas las ideas de sus cuentos le pertenecen. Otra vez el miedo de confesar el fracaso y otra vez la elección de un representante de la junta para que se las vea con el Presidente.
- ¿Cómo? ¿Nada? – El Presidente está furioso, como nunca - ¿Y la investigación, y los expedientes?
- Aquí están, señor Presidente. Y estos dos libros del Autor no fueron quemados. Uno contiene el Cuento, el otro narra la historia de cierta familia en Banfield que quizá pueda aportar datos.
- ¡Aportar datos! ¡Contra la investidura del Presidente, estúpido! ¿Y mis derechos? ¿Qué piensa usted que es esto? ¡Deme!
El tiranuelo toma uno de los libros y lee la contraportada en voz alta:
- “Bla bla es uno de los libros legendarios de Bla… miserias de la rutina bla bla… imaginación creadora y humor corrosivo bla... contra la solemnidad y el aburrimiento bla…” ¡ Aquí tiene!: “ Sin duda, el Autor sella un pacto de complicidad definitiva e incondicional con sus lectores”. ¿Ve? Indague, encuentre a los lectores que se confiesen cómplices del Autor; tortúrlelos y hágalos desaparecer, ¿comprende?
- Sí, Señor.

Entonces fueron secuetrados muchos idiotas y al final sí, se hizo justicia.

martes, noviembre 28, 2006

El Maestro se sienta bajo un laurel, ordena las ideas en parlamentos y las destruye: alisa una tablilla y escribe. Se termina el espacio,el Maestro abre la alforja de lino, toma otra tablilla, también la escribe; otra, una más y casi todas las que trae. Termina de escribir y las envuelve ordenadas dentro del paño.
El escriba toma las tablillas, copia el texto en papiros y las destruye.
La comedia está lista, el Maestro la lleva al teatro y entre los actores y el público la destruyen.
Después la muerte del maestro, las guerras, el derribamiento de templos, los siglos y la quema de bibliotecas. Los papiros caen en mala zanja y fuerte lluvia los destruye.
Destruida, la comedia viaja en borbotones que carraspean, crujen y se embarran hasta llegar a los monasterios. Los escolásticos complementan las atetizaciones alejandrinas: interpretan la comedia, conjeturan sobre los pasajes destrozados, la multiplican en cientos de cartapacios que se reúnen en libros provistos de tapas, títulos, miniaturas y éxplicites donde dice: “Quien escrivió este libro de Dios paraíso amén Fulano del Monasterio le escrivió etcétera
Más tarde la imprenta: se separan los tipos en palabras, los talleres venden la comedia a los ricos y los ricos la destruyen.
Hacia el fin, brotan universidades en toda la tierra. Los catedráticos demuestran el modo en que la comedia pertenece a un cierto estado de sociedad desaparecida, analizan imágenes y tropos, buscan conexiones, derraman hermenéutica y la destruyen.
Ahora la comedia está por fin completa y ordenada. El texto está impreso en hojas blancas como el yeso, la traducción está anotada y comentada sin lugar a novedades relevantes; los versos están numerados, las editoriales y las bibliotecas asignan a la obra un número inequívoco en el catálogo universal de todos los libros; se han señalado con precisión cuáles son las interpolaciones tardías y hasta existen ejemplares con estudios preliminares del Maestro y su comedia. Todo tiende a que la comedia se fije en los rieles que parecía haber perdido mientras la Historia.
Entonces aparecen los bachilleres que obtienen fotocopias de la comedia y le subrayan tramos con resaltadores fluorescentes, la apostrofan con asteriscos y se sirven de los personajes y las ideas que el Maestro había destruido bajo el laurel, a saber, hacen literatura asignándoles nuevas aventuras y se conducen según los postulados del Maestro cuando van de madrugada a los bares; y destruyen la comedia, y son los encargados ocasionales de que no muera.

miércoles, noviembre 22, 2006

Radiación solar (pésimo)

-Esto no puede suceder… No es una novedad. Viene pasando desde que hay democracia. Y yo digo: si desde que hay democracia tenemos memoria para tantas cosas, ¿por qué nos olvidamos de esto? Y es que hace rato que viene pasando. Prorrogan las sesiones ordinarias porque durante el año los legisladores no asistieron al Congreso. La Ley de Presupuesto Nacional…

- Buen día.
- Cómo anda, maestro. Colón y Cañada.

-Un dato, Mario. En muchos países de Europa, los legisladores que no asisten a un determinado porcentaje de sesiones pierden la banca. Como en el secundario, los legisladores se quedan libres.
- Pero es que… Y uno ve de madrugada esas sesiones interminables, las ve por televisión, y cómo gritan, y los mozos que retiran quién sabe cuántas tazas que están desde la siesta… Ahora nos acordamos del tema porque viene la elección presidencial y la Oposición empieza a congregar todas las deficiencias de los legisladores T. para que el público sepa lo que hace T. y no esté tan seguro de votarlo el año que viene. Bueno…


- Y acá ¿qué irán a hacer?
- Es la Torre Vespasiani…
- Ah… - el taxi dobla por Figueroa Alcorta y llega a avenida Colón.- ¿Cruzando?
- No, acá está bien.
- Seis.

jueves, noviembre 16, 2006

Una gesta doméstica

El plan estaba hecho desde siempre. Constaba de dos o tres certezas (la hora en que su abuela, que jamás sale de la pieza más que para ir al baño, apaga el televisor y se duerme pesada y grande, la seguridad de que la tía Mabel no vuelve hasta las seis de la mañana, el patio confidente al que, desde el fondo, fluye la cocina repleta de un televisor solitario y chico, tan viejo como útil para ver pornografía en secreto) pero, fundamentalmente, de su ingenio. Nada le costaba fingirse dormido antes de que la tía Mabel saliera de noche, de sobra sabía en qué ferretería comprar el adaptador para el coaxial que el televisor de la cocina reclamaba para mecanizarse con el cable, con la videocasetera, con el masturbarse los sábados.
El problema más grave se presentaba cuando la tía Mabel desistía de su salida. La Norma no viene, Fer. Y la verdad es que hace frío, mejor me quedo. ¿Vos qué decís?
Dale, quedate, soltaba Fer apretado por esa resta infinita que representaba otra persona en la casa una noche de pornografía. Contundente, una desgracia, la tía Mabel se queda.
Pero Fernando es un adolescente castizo, y es proverbial que Fernando sabe esperar a que la tía Mabel se duerma para entrar lento como miel en su pieza, para hacer tronar las agachadas en el baño y entrar elástico a la pieza, haciendo de sus dedos y sus piernas remedos de las flechas de Zenón que en su marcha precisa como el color negro multiplican el tiempo y le besan las partículas más ínfimas.
Así esperaba al segundo elenco de ronquidos de la tía Mabel y se levantaba despacio de la cama sin blasfemar la oscuridad, ni con el encendedor. Entraba a la pieza, se quedaba esperando a que las pupilas se le dilataran y se llenaran de todo lo azul que el cielo del patio ponía en la cara de la tía Mabel. Está dormida, dice Fernando, y hace dos pasos hasta el mueble del televisor, se agacha mirando la cama hinchada de Mabel, remueve la hojarasca de manuales y agendas sobre la videocasetera; se pone los cables al hombro y sale de la pieza mirando fijamente a la tía Mabel. El trayecto oscuro está descontado, la distancia hasta la cocina, destruida decenas de veces con cada sábado de cables al hombro y videocasetera entre las manos de Fernando que bien podría vivir ciego en esa casa.
El frío no importa, Fernando avanza por el patio en calzoncillos. Entra a la cocina, monta los pertrechos. Falta el adaptador, que está sobre un aparador muy alto y sólo es conocido de su hermano Abelardo. Quién sabe con qué género de improvisación insolente Abelardo (que es mayor, que es el que compra los casetes) recorre esos sábados y viernes que por derecho le corresponden. En los de Fernando nada es azaroso. Sólo una vez perdió su ficha adaptadora y tuvo que ir a la ferretería del Shopping a comprarla por un precio que, leído desde la nobleza de la causa, no fue tan elevado.
Pero allá Abelardo y su impericia. Con nosotros Fernando, hábil y oscuro mentiroso, capaz de ir a casa de su abuela en cualquier siesta de casa milagrosamente vacía para ver su sagrada pornografía. En casa ni siquiera tiene una radio, la casa de sus tías es un modesto paraíso electrónico. Acá Fernando, hoy, esta noche, con nosotros en la cocina, sacando los casetes de donde su fluida previsión los ha puesto a las nueve de la noche, en la caja de una licuadora que nadie usa. Los videos son cuatro, desde el jueves está pensando en uno y es el primero que saca de la caja y pone en la videocasetera. El aparato es muy ruidoso contra tanto silencio en tanta noche. La banderola del frente de la casetera es la conjunción más débil de la sinfonía. El resto de los ruidos (el borde pivotante del casete que revela la cinta golpeando contra los ganchos que lo tiran hacia atrás, los motores y cabezales bufando según la partitura que de memoria conoce Fernando) lo asustan como martillazos de batán. Pero todo pasa rápido. La película comienza y Fernando busca la escena que ocasionalmente más le interesa. Entonces el FF o el RW, los Pause y un nuevo FF hasta una parte en la que se detiene por segunda vez en el mes. La percepción aurática se disipará algún día, pero hoy al menos, todo lo repetido es nuevo y valioso, refrendado por la orquesta de silencios y precisiones que tan bien supo dirigir para llenar la oscuridad de pornografía, de privilegio sólo para Fernando…
- ¿Qué hacés, Fernando? Pendejo pelotudo, me vas a romper la video en el piso. Acostate ya – Dice la tía Mabel con un vaso de agua en la mano. Mabel prende la luz del patio y vuelve a su pieza. Fernando ve morir su erección con estúpidos corcoveos y se levanta despacio. Sin decir nada, cruza el patio, se calza en la cama y piensa en la afrenta hasta muy tarde. La luz del patio queda prendida hasta la tarde del domingo. A esa hora vuelve a llenarse de sí misma y cristaliza el dolor de la sorpresa y la vergüenza del fracaso hasta entrada la noche. Más tarde cualquier mano la apaga y todo el asunto termina.
No sólo el amor desengaña.

viernes, noviembre 10, 2006

El lector en el texto (el lector engreído en el texto)

Estudiar ya no es una gesta imposible. Leer, subrayar, rendir y aprobar. Desengañarse. Pero.
Trabajo esforzado de un solo valiente sosteniendo el péndulo infinito o lo que sea que mide el tiempo breve y lo hace tan pesado para un cuerpo cansado que imagina con horror la fecha del examen y sostiene el péndulo insoportable hasta una hora prudencialmente alejada del final.
Y mientras tanto el peso y las hojas acabadas cargadas de selecciones hechas con marcadores de color, la palabra del autor que divierte, la que incomoda e invita a renunciar ahora; el párrafo como una cantera de donde tantos cuentos se podrían sacar ahora que el valiente ha descifrado cómo dispensar mucha fuerza de un solo golpe y tiene que atormentarse administrándola en la lectura de cientos de hojas cuando podría aplicarla toda junta reunida en una descarga violenta de ficción… Ahora que la fuerza llora tan sin nombre mareada en cumplir consignas académicas y no puede dedicarse a eso para lo que fue concebida, que es escribir cuentos. Más, más y más fuerte, la fuerza trabaja y se enreda, y él se imagina el brumoso día del parcial al que han de llegar tantos idiotas, pero no el valiente, que se ha decidido a salvar su fuerza de allí donde se disipa absurdamente, que se ha levantado de la silla y se ha subido de un salto en la fuerza indomable para guiarla como puede escribiendo un cuento, perdiendo el tiempo que tiene para estudiar en un cuento sobre lo imposible de estudiar para un examen, alejando más el examen, llevándolo contra las cuerdas de un abismo mitológico en el que estudiar para los exámenes es imposible, convirtiéndose en el héroe que estaba matando con el estudio.
- No puedo más – dice- El examen es el miércoles, hoy es lunes, me faltan dos capítulos enteros, no es posible acabar, me rindo.

jueves, noviembre 09, 2006

Romance del caballero y el Embudo

El Embudo es prodigioso,
todo lo sabe juntar.
Con las suertes más dispares
puede un collar enhebrar:
redoblante y bandoneón
al compás hace sonar,
precipicio y cielo abierto
a un punto sabe llevar,
sol ardiente a los inviernos
por su cuello ha de llegar.
Todo junto allí en su boca
al vacío vuelve a dar.
Las cosas que fueron amigas
se vuelven a enemistar:
tu abrazo ya no quiero,
dice un peso al holgazán,
del embudo hemos salido,
dice el jazmín y se va,
queda el asno relamiéndose
besos que pudo probar.
En una noche celeste
caballero fue a un bazar.
Por muy pocas monedas
pudo el embudo comprar.
Del fondo del paquete
la leyenda fue a sacar,
y leyó maravillado,
tal sorpresa se fue a dar:
“Enhorabuena me hallaste,
hombre de lleno de piedad.
Soy Embudo Prodigioso,
todo lo sé congregar:
los arcanos y las luces,
en mi magia han de rimar,
a los peces en los cielos
puedo yo hacerlos nadar.
A tu corazón pregunta
qué desea él agrupar,
y de a pares en mi cuello
para ti se ha de juntar.”
Alegrose el caballero
con toda felicidad.
Caballero enamorado
quiere a su dama besar
y ella toda desdeñosa
nunca lo quiso amar.
Con el Embudo en la mano
soltó el caballero a hablar:
“Te lo ruego, Prodigioso,
me dejes con ella estar
y en tu vano nos ampares
y nos pongas par a par”
Dijo entonces el embudo,
de este modo le fue a hablar:
“Tu corazón me lo pide,
mi magia te lo dará”,
y cumplido el artificio,
la dama lo vino a amar.
Por cada lágrima de él
ella un beso supo dar.
Una por una ilusiones
en gracias supo mudar.
Ya se aman tiernamente,
mas no termina el cantar,
porque el Embudo es brujo
y el hechizo va acabar.
Abrazados se resbalan
y a la boca van a dar.
Sale el uno, sale la otra,
el cantar va a terminar.
“Del encanto ya soy libre”
dice la dama y se va.
Se entristece el caballero,
cae llorando al zaguán.
“Te agradezco la merced.”
dice al Embudo al llorar.
“Duró poco tu artificio,
fue muy breve y ya no está.
Mi corazón otras cosas
ya no quiere congregar.
A un amigo te daré
y para él has de apiñar.
Por mi parte, te confieso,
no la he dejado de amar.
He de volver a lo viejo,
he de dormirme y soñar”.

domingo, octubre 29, 2006

Pocos libros más infinitos y más sosegados que El Quijote

llanto:
arte esforzado y varonil propio de la Grecia Arcaíca, la Alta Edad Media, el Barroco y el Postmodernismo. Si bien son abundantes los episodios de llanto clásicos, renacentistas y románticos, éstos no pasan de remedos afeminados y vacíos de todo sufrimiento verdadero.

viernes, octubre 27, 2006

Casa recordada

Las habitaciones están en un primer piso. La de ella está frente a la de su hermano, la de su hermano está junto al baño, del otro lado está la de sus padres. Es sencillo. Pero no, así no es.
La de su hermano está frente a la escalera y la de ella tiene una ventana que da al patio, como la de sus padres. Entonces la suya debe estar al lado de la de sus padres. Eso no puede ser, ahí está el baño y después la de su hermano, que está frente a la suya porque también tiene una ventana, pero que da a una terraza o un techo más bajo y sigue estando frente a la escalera para que la ventana obedezca a mi certeza sobre esa terraza o ese techo, que es el techo de la misma casa, que es el techo del piso de abajo. Nada, y momento. De nuevo.
Es así: la de su hermano está junto a la escalera, el frente de la escalera y el de la pieza de su hermano son un mismo plano. Entonces la suya está en lugar de la de su hermano, al lado del baño, y al baño sigue la de sus padres, llena de tantas camisas como en mi vida he visto. Ahora sí, la de sus padres y la suya tienen ventanas que dan al patio de abajo, la de su hermano está frente a la suya y por eso la ventana da a otro lado y tampoco, así no era.
Su habitación está frente a la de su hermano, eso es seguro, muchas veces vimos juntos por la puerta y hasta nos cruzamos a la de su hermano que está al frente y ya no sé qué ventana tiene. La suya debe estar en lugar de la de sus padres, el baño en el medio y la de sus padres frente a la escalera, en el lugar que tan equivocadamente le daba yo a la de su hermano. Y así tampoco… la de sus padres estaba al lado del baño, pero no era tan accesible, más bien estaba en una esquina como acechando, como todas las habitaciones de ese tipo de matrimonios.
No puedo conseguir más información, ya no me reciben de visita, es necesario que me atenga a lo que afirmaba primero: la suya tiene una ventana que da al patio y está frente a la de su hermano, la de su hermano sigue dura frente a la escalera (que no es la habitación de ella porque es la escalera, y una parte del espacio no puede ser escalera y habitación a la vez, por lo menos no en este caso, porque yo recuerdo que ninguna habitación en esa casa era escalera y que la escalera era escalera, de madera como tantas). La de sus padres está en esa esquina, quizá también frente a la de ella o de una pared lisa, una que no había considerado ni visto, nunca, hasta ahora que la casa está herméticamente cerrada, como buena casa de ex novia y que yo, afuera, tengo la mente encerrada en un primer piso del que no puedo bajar, porque nunca presté demasiada atención a toda la escalera como para recordarla y bajar hasta el patio por la cocina y ver cuántas ventanas le caen encima y tratar de reconocer alguna pieza contenida por alguna ventana, esperando que asome algo suyo o de sus padres para establecer una coincidencia.
Yo no sé, ya no sé. Acá arriba está todo, seguro y entero pero móvil como libro de arena, como recuerdo mal contado, como buena mitología.

martes, octubre 24, 2006

Vivir (mentira)

Ñ tiene una idea importante. La mira, le escruta todas las partes descubriéndolas, como hace para opinar sobre algo que cree no conocer; la recuerda tan bien como puede, la escribe y la olvida para siempre.

Fácilmente metafórico III

La llevaba al descuido en cualquier bolsillo. Si bien la prefería sobre algunas cosas, atendía para esto sólo a unos cuantos accidentes graciosos que la hacían verdaderamente muy bella. P. tenía una joya de buen oro blanco, pero no la sabía joya sino que la consideraba bonito y entretenido juguete, y nada más. Muchas veces la tomaba entre las manos, se reconocía la nariz con la forma de la joya, la tocaba con los labios; se holgaba de cómo le abultaba el bolsillo del jean, redonda, concisa y pesada. La mostraba pero no la prestaba, a nadie. El máximo deleite de P. era llevársela a la boca y envolverla con la lengua, porque la parte esférica de la joya era lisa y la pequeña malla de cadenitas tenía un no sé qué de dulce conjugada con la saliva, dulzura que rápidamente devenía en el clásico sabor metálico de las llaves y terminaba con la joya que él tenía por insignificante en algún cajón de la cómoda, o la mesa de luz, o en el piso bajo la cama. El olvido fue sedimentando sobre alguno cualquiera de estos depósitos y el azar dio con ella en el interior de la carcasa de un bafle muy viejo y muy grande que tenía P. en su dormitorio. El tiempo lleno de mudanzas y más azares, y más tarde las declaratorias de herederos pusieron el bafle en manos de un sobrino de P. muy dado a los equipos musicales de alta fidelidad. Y fue el caso de que este sobrino desmontó la carcasa del parlante para corregir un nosequé en el circuito pasabajos, y descubrió la joya, a la que reconoció muy valiosa al instante. El sobrino de P. decidió no tasarla en ninguna joyería y la tuvo por la mejor pieza de arte que en su casa había y que en su vida había visto, y fue feliz de solo contemplarla y conocer – sin ninguna codicia – su desmesurado valor en dinero.
Sobra decir que aunque la joya fue de P. hasta el mismo día de su muerte, P. vivió y murió muy falto de una hermosa joya y, naturalmente, muy triste.

Estructuralismo

-¡Mamá! – Jorge se compró una sierra eléctrica - ¡Ma! – También una mesa de trabajo y un soporte para la sierra, y hasta compuso guías y para deslizar los tablones, y escuadras, y reglas pivotantes para trazar encastres óptimos. - ¡Mami, mirá, vení mirá! – La madera bien abrasada por las mariposas se deja cortar porque la sierra, si bien es de segunda mano, es importada de Suiza y funciona muy bien. – ¿No venís, ma? – Todo está montado en el patio; un día Jorge va a hacerse un galponcito para trabajar la madera en el verano y cuando llueve. – Lo que descubrí, ma, vení, fijate.
-¿Eh? – Dice mamá desde el lavadero. – Ya voy. Y mamá sale al patio. Mira porque admira a Jorge, tan habilidoso que es…
-¿Viste, ma? – Dice Jorge – Es un sistema.
-Claro – le dice su mamá. - Ahora tenés un buen sistema para hacer los cortes bien derechos y no renegar más. ¿Te acordás de esa vez? Le tuviste que sacar dos centímetros de fondo al aparador porque te habías pasado con una repisa. Ahora te va a salir bien todo, hijo, y me alegro mucho, porque vos sos muy habilidoso. Se ve lindo tu sistema para hacer los cortes, espero que hagas cosas muy lindas..
-Pero no, ma – le dice Jorge, ansioso le dice - La madera, ¿ves? Por donde la cortás, ¿no?, por cualquier parte. Están las vetas. Ése es el sistema, la estructura de la madera. Cortás un taquito o hacés un disco con la mecha-copa, esa que saca bocados, la que te mostré el otro día..., ¿te acordás?
-Eh, sí – dice mamá. Y cómo un sistema, hijito.
-Claro, mamá. Es el sistema de la madera, por eso todo el árbol es el árbol, y todo el tablón es el tablón; porque tiene las vetas. Por más chiquito que sea el pedazo que yo le saque al tablón, cortándolo en cualquier ángulo, siempre aparecen las vetas de punta, como hilos infinitos. La madera puede medir tanto, mamá, ¿entendés?, pero yo la puedo cortar todas las veces que quiera, y siempre encuentro la punta de la veta que está escondida en esa parte, que es continua en toda la madera, ¿entendés?
-Sí, más o menos. ¿Pero si la cortás de canto?
-Y, es medio raro ahí. Cortando de canto es como si apareciera el costado de los hilos, pero las vetas son unos hilos raros que no tienen costado porque no tienen un calibre que se pueda medir. Habría que separar las vetas de la madera, y eso no se puede hacer. Capaz que tallando, sí, pero yo no sé bien cuál es una veta y cuál otra. Es el sistema, mamá. Hace que toda la madera de una tabla sea siempre madera. O la mandarina. Por donde la cortás hay globitos con jugo, y por eso toda la mandarina es mandarina y no hay otra cosa adentro.
-Bueno, hijo, me alegro de que hayas descubierto el sistema para cortar por las vetas, para que no se te partan los tablones en cualquier lado. ¿Es eso, no? Claro.
-Más o menos, mami, más o menos.
-Sos muy inteligente, hijito. Pongo para lavar y voy a lo de la tía.
-Chau, ma, saludala a la tía.

lunes, octubre 16, 2006

Borges y él

Borges es negro, la sangre de Borges huele a óxido o a llaves, Borges es de tapas duras, las letras en la tapa y el lomo de Borges son doradas; Borges es de hojas amarillas cargadas con derechos de autor que deben respetarse.
Él es endeble, se gasta y se va ajando porque siempre estoy abriéndolo en cualquier párrafo para descargarlo un poco, para ordenar el desorden que no se puede ordenar, porque su tinta es cualquier tinta y eso la hace más infinita. Él me divierte además de asustarme. Borges sólo me asusta, es un solo infinito canónico, uno que puede aprenderse por completo si uno se esmera. Por eso Borges sobrevive y sobrevivirá a Cortázar, no por otras cosas.

domingo, octubre 15, 2006

Verano

El primer verano no vuelve. Hay los otros, cargados de brisas añejas, de noches de pasto con exceso de rocío y pies fríos lejos de la ciudad; hay la retórica de los paraisos ruludos en los barrios, del olor a siempreverde; están los mismos caminos del primer verano, ése que es un cliché con botón de encendido en la memoria de cualquiera, ése que parece que vuelve a funcionar todos los años, desde octubre. Hay llaves para descifrarle partes, existen algunos muy voluntariosos para reunir todos los pedazos que pueden en otro primer verano que se escapa, que no vuelve, que pide coincidencias imposibles entre una fecha y una gran lluvia para imitar en todo al primer verano. Pero la granizada se despedaza en cualquier parte, lejos de la compañera del primer verano, y no nos sorprende como entonces buscando un reparo, arruinándonos de agua. Qué lindo fue mojarse en ese verano. Los de la luz habrán tomado medidas desde aquel primer verano y este año ya no habrá gran apagón ni aventura doméstica de meter toda la comida en el freezer, que es el único sitio que conserva el frío por un día o dos. En la avenida no habrá un choque ni una insiginia de Peugeot raspada para llevarse de trofeo cuando las grúas se hayan ido. Tres lunas, un racimo de tardes vacías en febrero que se iban descubriendo por primera vez, que aparecían por primera vez y se nos enseñaban únicas con gran pertrecho alegorizante, con gran mentira... El primer verano vacío y falso, el primer verano que se va llenando de todos los otros y forma un verano único y ficticio, sin un solo instante de insatisfacción, un verano idéntico al primero que no vuelve, porque nunca existió.

sábado, octubre 14, 2006

Simultáneo

El demonio: Danilo, acá estoy.

Danilo: Maravilla. Yo pensaba que eras fantasía, por eso no desprecié ningún paso del libro, y los seguí a todos, hasta los más extravagantes de esos pastos y esas piedras que pagué tan caras; y la estrella en el piso rayada a pulso; la casa vacía.

El demonio: Nada de fantasía.

Danilo: Pero sólo conozco de estas cosas por historias falsas.

El demonio: Siempre falsas, Danilo pionero.

Danilo: Genial. Ahora dámelo todo, dame lo que nadie tiene ni tendrá.

El demonio: Bien. Esto es todo, Danilo: Verdad. Yo soy; tu alma es cierta y está perdida para siempre. Todo cumplido, adiós.

sábado, octubre 07, 2006

Trajeron el féretro del tío Hugo – Dijo mamá.

El tío Hugo murió hace dos mayos, nadie recuerda el día. Yo me torcí los dos tobillos bajando la escalera de la Municipalidad para ir a casa, para saber más. Recuerdo, pero no me interesa porque es algo que ya pasó. Me dolió un buen rato; a la madrugada ya había un olor espantoso en la iglesia de Bialet Massé y yo dormí muy mal en el asiento de atrás del Volkswagen Gol de mi primo Gabriel. Creo que con mi hermana.


Debe estar lleno de tierra, pero no. Unos grumos bien oscuros arriba y nada más. La tapa está suelta, cuidado cuidado, ahí está, lo pusimos arriba de mi cama destendida. ¿Cómo lo acomodamos? Así, asá, guarda que se cae. Ya sé. Traeme cinta de embalar de esa que hay, total es como una maqueta del tío Hugo, él no siente nada y… y capaz que hasta él mismo se hubiera atado bien con cinta para no abrirse: era guapo, era gaucho, muy habilidoso y de pocas pulgas.
Algo salió mal, yo no sé cuándo. Mi mamá no me trajo la cinta gruesa que le había pedido y el tío Hugo se nos dio vuelta en el piso, sobre mi sábana, que siempre está arrastrándose por el piso. Mamá se preocupó mucho: íbamos a tener que verlo para juntarlo, todo seco y desarmado como un guiso de barro y de huesos. Yo lo quería ver pero tenía miedo de impresionarme. La tapa no se había corrido mucho y parecía estar clavada todavía. No recuerdo cómo pudimos acomodarlo boca arriba otra vez. Mi mamá siempre estaba conmigo, pero yo no la veía. Su voz era como una conciencia alternativa que yo escuchaba solamente cuando me hastiaba del olor y el esfuerzo por acomodar al tío Hugo. Me pareció haber escuchado que teníamos que acomodarlo para sepultarlo en otra parte o para cremarlo. Acomodarlo. Sonaba a cada rato. Lo decía yo, lo decía mi mamá.
El cajón quedó destapado del todo y la tapa perdida de repente. No me importó. Ahora yo estaba solo y era mentira que me molestara el olor. Apenas lo sentía. No sé cuándo supe que el féretro era retráctil. Ahí estaba una caja cuadrada y sin tapa llena de tío Hugo y de un fluido naranja muy traslúcido. Me lo habían separado en dos o tres porciones, contando el cajón de muerto. Acomodarlo pasó a ser otra cosa entonces: yo tenía que meter las dos cajas en el féretro y ponerle la tapa. Entonces el tío Hugo iba a estar entero en un solo recipiente, salvo el granulado que había que sacudir de mi sábana. Vacié una de las cajas en el cajón y encajé la otra cerca de la cabeza, que parecía de chancho y no tenía ninguna expresión.
Terminé, dije, pero ahora había otra caja llena de tío Hugo. La puse sobre el cajón y salí a contarle a mi mamá que alguien se había robado todo. Volvimos juntos a la pieza, que no era la mía, aunque tuviera mi cama. Mi mamá me hizo ver que las cajas con Hugo estaban en un placard y me consoló, como siempre. Entonces me desperté.

lunes, octubre 02, 2006

Desvanecimiento de las lágrimas (llorando con Julio)

Yo no sé, mira, es terrible como llora. Llora todo el tiempo, la habitación, tan cerrada y marrón, aquí contra los ojos con lagrimones salados y blandos que hacen pfs y se desvanecen en la almohada uno detrás de otro. Qué hastío. Ahora aparece una lagrimita en la comisura del párpado; se queda temblequeando contra el velador que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se hincha, y va a resbalar y no se resbala, todavía no se resbala. Está prendida con todas las uñas, no quiere resbalarse, y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece la barriga; ya es una lagrimaza que se acuesta majestuosa y de pronto suip, ahí va, pfs, perdida, nada, una oscuridad en la funda. Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en la comisura y ahí mismo se deslizan por la mejilla; me parece ver la urgencia por la carrera, sus piernitas desprendiéndose y el suspiro que las hipnotiza en esa nada de resbalar y esfumarse. Tristes lágrimas, redondas inocentes lágrimas. Adiós lágrimas. Adiós.

Ver el texto original http://www.juliocortazar.com.ar/cuentos/gotas.htm

lunes, septiembre 25, 2006

La luna reversible - Elementos de álgebra lineal

Balada para un loco

El loco está en el pasto.
El loco está en el pasto.
Recordando juegos, y guirnaldas de margaritas y risas.
Habrá que mantener a los locos a raya.
El loco está en el hall.
Los locos están en el hall.
El diario tiene la portada contra el piso
y todos los días, el pibe de los diarios trae más.
Y si la represa se rompe mucho tiempo antes de lo que corresponde,
y si no hay un cuarto allá sobre la montaña,
y si tu cabeza también explota en negros presagios,
te veo en el lado oscuro de la luna.

El loco está en mi cabeza.
El loco está en mi cabeza.
Levantás la hoja, hacés el cambio,
te ocupás de mí hasta que esté cuerdo de nuevo.

Cerrás la puerta,
tirás la llave a la mierda.
Hay alguien en mi cabeza, pero no soy yo.
Y si las nubes te rompen los oídos con truenos...
gritás y parece que nadie escucha.
Y si la banda donde estás empieza a tocar otras notas,
te veo en el lado oscuro de la luna.


Brain damage

Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste? Salís de tu casa, por Arenales. Lo de siempre: en la calle y en vos. . . Cuando, de repente, de atrás de un árbol, me aparezco yo. Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte en el viaje a Venus: medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies, y una banderita de taxi libre levantada en cada mano. ¡Te reís!... Pero sólo vos me ves: porque los maniquíes me guiñan; los semáforos me dan tres luces celestes, y las naranjas del frutero de la esquina me tiran azahares. ¡Vení!, que así, medio bailando y medio volando, me saco el melón para saludarte, te regalo una banderita, y te digo...

(Cantado)

Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao...
No ves que va la luna rodando por Callao;
que un corso de astronautas y niños, con un vals,
me baila alrededor... ¡Bailá! ¡Vení! ¡Volá!

Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao...
Yo miro a Buenos Aires del nido de un gorrión;
y a vos te vi tan triste... ¡Vení! ¡Volá! ¡Sentí!...
el loco berretín que tengo para vos:

¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Cuando anochezca en tu porteña soledad,
por la ribera de tu sábana vendré
con un poema y un trombón
a desvelarte el corazón.

¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Como un acróbata demente saltaré,
sobre el abismo de tu escote hasta sentir
que enloquecí tu corazón de libertad...
¡Ya vas a ver!

(Recitado)

Salgamos a volar, querida mía;
subite a mi ilusión super-sport,
y vamos a correr por las cornisas
¡con una golondrina en el motor!

De Vieytes nos aplauden: "¡Viva! ¡Viva!",
los locos que inventaron el Amor;
y un ángel y un soldado y una niña
nos dan un valsecito bailador.

Nos sale a saludar la gente linda...
Y loco, pero tuyo, ¡qué sé yo!:
provoco campanarios con la risa,
y al fin, te miro, y canto a media voz:

(Cantado)

Quereme así, piantao, piantao, piantao...
Trepate a esta ternura de locos que hay en mí,
ponete esta peluca de alondras, ¡y volá!
¡Volá conmigo ya! ¡Vení, volá, vení!

Quereme así, piantao, piantao, piantao...
Abrite los amores que vamos a intentar
la mágica locura total de revivir...
¡Vení, volá, vení! ¡Trai-lai-la-larará!

(Gritado)

¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!
Loca ella y loco yo...
¡Locos! ¡Locos! ¡Locos!
¡Loca ella y loco yo!


Alexis Dovganj

martes, septiembre 19, 2006

(...)
tengo miedo de que un dia ya no quiera
bailar conmigo nunca mas.

(Pedro Guerra)

martes, septiembre 12, 2006

Precursores del Renacimiento

-¡Mami! ¡Mami! - dice Alexis - ¡La parra brotó, y está llena de hojitas brillantes y claritas, y cargada de florcitas blancas de polvo!

Mamá escucha desde la cocina, y con el corazón súbitamente arrugado de alegría se olvida de que Alexis había hecho quién recuerda qué insolencia o cuál desobediencia; y va rápido su pieza, se tiende en el cubrecama verde de su cama de una plaza y llora llanto dulce por su hijito querido.
Alexis sigue en el patio acariciando las yemitas peludas y los racimos frágiles, y las otras hojitas, las que parecen lechuguitas moradas y le recuerdan otras cosas también hermosas.
Dice Alexis:

-Mamá no me contesta nada porque no le importan unas brotes o una primavera celeste y verde. La verdad es que siempre está enojada conmigo.

Y se sienta en el cantero a rayar el polvo con un palito.

lunes, septiembre 11, 2006

Catorce métodos hilarantes para eliminar a Taylor

La trasposición de los cánones

El bar es una pecera gigantesca. Las paredes son un ventanal continuo, desde el techo hasta el suelo. Las personas con sensibilidad artística no reparan en que el vidrio está sucio; para todo el que se aventura con frecuencia en la poesía, el bar tiene una impronta de maqueta de gente y mesitas cuadradas, de tazas mágicamente diminutas. Adentro está Taylor hablando con sus amigos. Cuenta una anécdota de muchos ademanes bien altos. Apenas hace un chiste escruta las caras de todos para pesar las risas. Cuánto detestamos a Taylor, qué repugnancia tan sin nombre nos llena cuando lo vemos ¿eh?
Una fórmula de blanda matemática dice que es necesaria cierta cantidad de globos de helio para elevar una escopeta y perderla en el cielo. Vamos entonces, busque esos globos y átelos a esa escopeta. A matar a Taylor diga que va. Acérquese, no piense en nada, bese el vidrio con el cañón, tac, dispare desde afuera contra la mesa, a la cabeza de Taylor, mire arriba, busque un espacio despejado de ramas y suelte el arma. Qué ruidoso mamarracho, que violencia más impune; qué huir tan manso, que hermosos son los colores de los globos que ha elegido. Márchese silbando algo bonito. Ha comenzado otra primavera de bandoneones filosos.

sábado, septiembre 09, 2006

Los años de la semana ( cuento con punto atrás)

Entonces parecía que no pasaba nada, de nada, che. ¿Qué me trajiste hoy? Nada te traje; quise elegir entre muchas cosas que había en mi baúl, después anduve por el centro buscando. Y al final pasó que tuve miedo, ¿viste?; y cuando por fin encontré una cosa que me gustó, la quise para mí, y dije qué egoísta, y ahí nomás pasó que la tiré en un tacho con mucho insulto y mucha escupida, y la arruiné para mí también, y la arruiné para todos. Ahora ya no sirve más y... y qué pena... ¿ Y mañana? Máñana capaz que, capaz que tampoco, o sí, no sé. No, tampoco. Mirá, no sé.

Otro día hubo un día, por fin hubo un día. Estaba lleno de todo el tiempo. ¿Entonces? Entonces yo supe que ya era tarde para cualquier cosa, y que las flores de azahar no habían sido para mí, ni para vos; que las flores habían sido para los dos. ¡Qué lindo! No, che, ese día era el último y ya no había más tiempo para ponerle a otros días y ni un solo día para un poco más de tiempo.

martes, agosto 22, 2006

Infinitamente, con mayor frecuencia en el verano, hay quienes entrada la noche, acostados de pecho en sábanas blancas, con el mentón cerca del hombro derecho y la cara de trabajo muy preciso, pueden sentir como el cuerpo y las ideas se les enfrían y se les endurecen; y a punto de quedarse dormidos o de morirse, vuelven a llenarse de sí mismos, y se sorprenden de lo que les ha sucedido, y hasta tienen mucho miedo. Por fin olvidan todo de nuevo pero ya sin preocuparse. Entonces consiguen dormirse y nunca más recuerdan lo sucedido, a menos que pase otra vez.
Existe en el Mediterráneo una bahía o un pequeño golfo que tiene una hermosa playa en el extremo del oeste. Se ve a pocos metros la costa de enfrente que es acantilada y tiene una baranda de palo muy corta que precede una gran casa a pocos metros del mar. Todas las mañanas puede verse al dueño de la casa de espaldas contra la baranda, mirando a la galería mientras posa para fotografiarse con el brazo izquierdo extendido, como si abrazara y sostuviera a alguien dormido o muerto arengándolo para que sonría a la cámara.

lunes, agosto 21, 2006

Dice Jorge

Dice Jorge que no tenga miedo. Él va seguido, ya ni mira para entrar. Dice. A la noche vamos a ir juntos. Él me va a prestar unas botas que tiene. Las suyas son más modernas pero las que tiene de sobra también sirven. Sin botas no se puede, pibe, me dijo. Los ganchos te agarran los tobillos y si no caminás rápido te quedás encajado, y por ahí no pasa nadie más que los tipos malos. Yo no me los imagino, ni a los ganchos. Cuando me cuentan cosas tristes, sinceramente no entiendo nada. Una vez me quebré tres dedos del pie cuando me cayó un fierro grandote. Perdí uno. A mí no me dolió tanto y cuando lo cuento se asombran, no sé por qué. Si me preguntan qué fue lo peor que me pasó en la vida, cuento eso, que no fue tan malo, porque hoy camino muy bien sin el dedo. Es el del medio, no me acuerdo de cómo era caminar antes. Pero no recuerdo otras cosas malas para contar.
Que me abrigue bien porque va a estar frío. Y que vaya a mear antes de salir. Bueno. Yo le hago caso.
Jorge está muy entusiasmado. Me dice que no lo voy a poder creer, que me vaya preparado para sentir. Así me dijo cuando me fumé el porro ese, y ¿sabés qué? Me dio sueño ahí nomás, y me dormí en el parque. Apenas amanecía me desperté solo, Jorge ya se había ido. Caminé hasta el zoológico y le conté al de las entradas todo lo que me había pasado, y le pedí que me regalara un cospel. Me dio el cospel, lo más bien. Y me invitó con una medialuna muy rica. Pasó el ómnibus, llegué a mi casa y seguí durmiendo.

El noticiero termina a las ocho, ahí pasa Jorge y nos vamos. Hay que ir en tren. Hay que cuidarse de noche en el tren. Locura de Jorge, el tren anda bárbaro. Cuidarse de qué.
La verdad es que no sé a dónde me lleva Jorge, ni me interesa saber, pero bueno. Dicen que hay que hacer algo. Y Jorge me lleva por muchos lugares raros. Verle la cara de alegría es divertido. Estoy hablando solo, qué boludo...

jueves, agosto 17, 2006

Amicitia absolvibit vos

et liber liberabit.

miércoles, agosto 16, 2006

Mi Tecmesa de hermosa cintura, mi troyana de lindas trenzas, mi luna tranquila, princesa de todas las estrellas, boquita blanca. Mi alma en gotas contra el piso.

lunes, agosto 14, 2006

Ars redendi

Córdoba, 17 de mayo de 2005

Señor gerente de La Constancia Compañía Argentina de Seguros SA (ex La Porfía Compañía Argentina de Seguros SA):

Amparado en la fantástica esperanza de que mis palabras lleguen por fin a sus manos, a sus ojos o a lo que sea utilice usted para interpretar aquello que los demás suelen comunicarle, he decidido escribirle.
Una sucesión finita de circunstancias ha complementado mis intenciones originales de tan sólo solicitar por decimosexta vez el pago correspondiente al siniestro número 57683 ( se adjuntan formulario de reclamo administrativo en vuestra compañía y en la que ampara mi vehículo, fotografías de los dos automóviles siniestrados, originales y copias de siete presupuestos de reparación, fotocopias de DNI, Cédula expedida por la Policía Federa Argentina, carné de conductor, tarjeta verde, credencial de regulador de equipo de GNC (1) ) con la crónica y relación de los múltiples incidentes sucedidos en los quince anteriores intentos de buen suceso.
Regularmente, (llevo siete años abocado a este noble emprendimiento de cobrar los cincuenta y tres pesos correspondientes a la reparación de la óptica trasera derecha de mi Peugeot 504) a partir del primer año completo de ineficaces reclamos, no explico a cualquiera todos los pormenores del asunto pero, sabrá, usted no es uno de tantos obreros tan deliciosamente enseñados en el arte declinatorio de reclamos de

(1) Portada de Sargeant Pepper’s lonely hearts club band, figurita número diez del álbum “Locademia de policía” – Panini, 1992-, autógrafo de Mark Knopfler, también adjuntos.


terceros. Por esa, entre otras circunstancias, voy a narrarle las etapas que he podido salvar del onírico entrevero que suele cundir en nuestro juicio con respecto a aquellos hechos a los que las adolescentes o el buen burgués suelen guardar en el folio que lleva el rótulo de fantasías. Sueños en general, prodigios en particular.
Los detalles del siniestro constan con todos sus firuletes en las dos denuncias administrativas (“Estado del tiempo: a) Despejado, b) Neblina, c) Llovizna, d) …”).
Porque deseo se apiade de mí, y sólo por eso, le diré que era un viernes de noviembre en el año 1998. Yo era joven, brioso, inocente y bienintencionado. Si le interesan algunas confidencias, aún creía en buenos amores y pago de siniestros.
Vuestro asegurado (le ruego me disculpe, su nombre consta en la documentación pero yo lo he olvidado) salió presto de su Ford Fiesta para pedirme disculpas y para escribir con letra prolija en un papelito amarillo algunos de todos esos datos que las compañías de seguros procesan en maquinarias secretas que los convierten en dinero.
Él me habló con esa ternura que nos despierta el pelo que se nos cae para no crecer de nuevo o el tiempo que se escapa para siempre; convencido de que cuando se hace causa común, más y mejor se puede contra la calvicie o la muerte misma.
Volteó un par de veces para mirarme y alabar a vuestra empresa, los dos autos que le repusieron a su cuñado de acá, el excelente servicio de sepelio que recibió su prima del medio de allá…

Con toda la documentación entre las manos salí una vez que mi casa fue el jueves y fue también la mañana.
En el papelito constaba el domicilio de las oficinas comerciales junto con otro, donde sólo se recibían reclamos de terceros.
Yo había tomado la precaución de pedir asistencia cartográfica a mi hermano mayor, que es un nomenclador con menos avisos comerciales que los ordinarios.
Otra vez, como agua en el agua , la mayoría de los números que dan orden a los hechos que se concatenaron ese día se diluyeron; y aunque todavía estoy seguro de que entrar en las oficinas es lo que sucede a llamar a las puertas, y no al revés, no tengo más certezas que las de esa especie.
Acabó noviembre; se terminaron los quince días que le siguen. Para entonces había yo transitado topografías de lo más diversas buscando el escritorio adecuado para pedir mi dinero. Se turbaba muchísimo mi amigo el ingeniero cada vez que le describía los accidentes de un pasaje cercano a la oficina que yo buscaba. Él me decía que le estaba refiriendo la forma de algo que se llama banda de Möebius; me mostraba un libro con fotos de pinturas de un alemán, y me preguntaba perplejo por la ubicación precisa del lugar que le representaba con mi crónica, sin que yo pudiera contestarle con certeza.
Con todo, las mayores extravagancias no se daban en el espacio, sino en el tiempo. Pasaba que los martes y los jueves (días de atención al público) era imposible hallar siquiera el barrio buscado. Parroquianos de bares circundantes abocetaban incorpóreos planos recargados de útiles admoniciones para tener amores dulces y perdurables o buen suceso en la pesca de dorados. Al trabajar de manera simultánea, los improvisados cartógrafos se complementaban coincidiendo siempre en los trazados fundamentales de cada mapa. Pero si los interpelaba por separado, en forma sucesiva, la correspondencia entre sus descripciones se apagaba, y llegué a veces a desconocer todas las calles que se me nombraban.
El predio grande de la telefónica, (el que tiene el alambrado) y el paso a nivel estaban presentes en la mayoría de las instrucciones. Las vías del tren desaparecían los martes; los jueves llevaban directamente a la barrera alzada. Bajando por la avenida se llegaba sin dificultades al cerco perimetral de la telefónica.
Haciendo uso de todos los talentos que he perdido, caminé junto al alambrado. La curvatura era ligera pero evidente. Quince cuadras me revelaron una certeza indestructible: a pesar de su convexidad, el alambrado nunca renunciaba a su paralelismo con la calle que acompañaba al terraplén del ferrocarril.
Adecuarme a semejantes singularidades orográficas, no voy a mentirle, fue muy dificultoso. Me adscribí a ellas sin pretender interpretar nada.
Renuncié así a ensueños tales como doblar en la próxima esquina y desvincularme de la vecindad con el diabólico contorno de la telefónica; ir a Buenos Aires por la ruta número seis o sufrir la congoja legítima de cuando la muerte nos separa.
Invertí seis o siete jueves más en tratar de aprender a darle buen uso al sendero junto al cerco. En definitiva, la huella entre los yuyales no era más que un camino, y los caminos sirven para llegar a algún lado.
Por fin me retiré de la contienda cuando me hallé en la playa de estacionamiento de la telefónica, detrás de un tejido metálico que jamás había transpuesto. Salí del descampado por cualquier parte y corrí a encerrarme.
Los domingos que son de verano… Ahí se yergue el edificio, contrastando insolente con las casuchas del barrio. Escrupulosamente delineado y aislado, garita, handy, alarma.
Es la locación equivocada en el momento preciso, o es el sitio y no el día. Cualquier otra combinación es una sola: es una recepcionista que me ha pedido que espere, es un sillón que me arrulla silente. Flujos y reflujos de manos estrechadas y palabras benignamente proféticas.
Catalina dice que me comunique por carta o por fax a la Superintendencia de Seguros de la Nación….. ¿Para contarles que hay unos ladrillos y unas argamasas muy específicas que se abrigan pudorosos de mi vecindad?
No lo sé.
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24 de mayo

El pecado se paga, Señor Gerente. Sargeant Pepper’s no es de mis favoritos, a pesar de que suela decirlo; tampoco padezco delirios especiales con la música del señor Knopfler.
Cuando recorté la cara del Sargento Carey Mahoney de aquella figurita número diez, no estaba en mis planes completar el álbum. Quizá por eso no recuerde si finalmente conseguí la número sesenta y seis, talvez por eso pegué la porción de la diez en su esquina y coloreé con descuido el espacio restante. Quizá por eso jamás, jamás vi otra figurita con ese número.
El pecado se paga, Señor Gerente. Y todo pecado es de muerte.
Está escrito que el Castigo Divino se aleja infinitamente de sus tristes remedos terrestres. Yo lo asocio al desconcierto y la duda, aunque, sabrá, no puedo afirmar nada.
Decir que me gusta Sargeant Pepper’s tiene, a largo plazo, el mismo efecto que padecer esa preferencia. Incluso la misma apariencia: el disco que gira y gira todos los días, los vecinos que lo escuchan, el gran afiche en la pared de mi dormitorio; puros títulos y procedimientos despojados de toda intención. Recortar una figurita y darla por buena promueve otra conducta también funesta e inesperada: completo el álbum de ese modo, ya no se han de comprar nuevos sobres. No se espera algo que se tiene ya entre las manos, por más placebo esto que sea.
Pensar que todos los impedimentos para cobrar mi dinero no son consecuencia de las faltas que le menciono es tan absurdo como descreer del Infierno.
Julio se adelantó este año. Era un julio impostor, apócrifo. Los sentimientos cambian, Señor Gerente.
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3 de junio

En los últimos días no me he sentido muy bien. Sin embargo debo escribir todo esto tan sólo para que no se pierda. Catalina insiste en que no continúe; dice que irá a hablar con usted cuando pueda, pero yo no puedo creerle. Las enfermeras dicen cualquier cosa para detenernos la lengua y las manos. Que tengo que descansar, que no sé qué puta de la presión…
En realidad, como lo habrá notado usted ya, no tengo intenciones de recibir la indemnización por los daños.
Sólo quiero que sepa que renunciar a algunos deseos y proyectos (por cobardía, libre ejercicio de voluntades ajenas, por la muerte misma del titular de las voliciones) no es algo más.
Un plan es, convengámoslo, una segunda realidad, conformada por tiempo y espacio; eventos específicos, personas y volúmenes diversos e infinitos. Los planes mueren, Señor Gerente. Y sus restos se degradan. Ocurre que no siempre se descomponen hasta su mínima expresión. Y ahí puede ver usted todo tipo de teorías drenando líquidos repugnantes, hombres que caminan con la dificultad propia de un cuerpo en eterna corrupción; conjunciones, verbos y sustantivos incomprensibles, mezclados en la confusión ferviente y patética de lo que se pudre.
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6 de junio

Ha ocurrido algo insalvable: pugnar por lo inalcanzable es obstinarse en atravesar la podredumbre que prolifera en aquella realidad ni futura ni pasada. Muerta. Y es, por supuesto, contaminarse con todo aquello, alimentarse con los despojos y los entes inconclusos, imperfectos.
Toda realidad paralela, sabrá usted, Señor Gerente, es una reproducción de la actualidad que nos incluye, es función de la real realidad. Ahí están mi representación, la suya, la de estas hojas…
Sucede que tras el espejo soy tan sólo algo que se me asemeja, otra cosa producida con mi sustancia.
Alimentarse es, a largo plazo, reemplazar partes de nuestro cuerpo por los alimentos. Alimentarse durante el crecimiento es crear con los elementos nutricios nuevos distritos en el cuerpo. Una mala alimentación no requiere suplantar todo el cuerpo por inmundicias. Sólo bastará usarlas para conformar órganos primordiales o sus partes más importantes. Es suficiente convidárselas a las porciones sanas del cerebro. Yo ya pagué, Señor Gerente. La óptica fue instalada hace meses. Yo ya vendí mi 504.

Córdoba. Hospital Neuropsiquiátrico Provincial.