miércoles, junio 28, 2006

La logia

- Hable rápido. Usted ya fue juzgado. ¿Qué dirá?
- Que soy inocente, que ustedes son un hato de locos o de rapaces, o de rapaces locos; que esto es todo lo que tengo para decir.
- ¿En su defensa?
- Y para incriminarme, y para perderme, aquí todo tiene la misma jerarquía.
- Dice mentira.
- Dice disparate.
- Mátenlo.
- Y… díganme, para saber que no voy a morir en vano, para sentirme un mártir, ¡para provocar un epitafio! ¿Quién preside la logia?
- Usted.
- ¿Su logia presido? ¿Y cómo he faltado a los votos? ¿Por qué no tengo potestad sobre ustedes?
- Sin dudas todo esto es un triste malentendido. Pero aquello no es excusa. Demos fin al asunto de una vez. En adelante, permanezca en silencio. Hasta el final. Buenas tardes.

(Lo rodean, levantan los bastones, dicen ¡hap! Y le dan una paliza. Con mucha reverencia, matar no es fundamento para entreverar las cosas).

martes, junio 27, 2006

En medio del asunto

(...)
- Encontré al Mesías una tarde de abril en cualquier espejo
- Nos contaba P.-. Él se ocupaba ganoso de hallar algo. Le pregunté qué era aquello y me contestó solemne que buscaba cierto elemento que le llenaría el pecho. Dijo haber probado con espuma de goma, con madera, con bollos de papel; con ciencia, con amor, con verdad y con ilusiones, sin haber triunfado más que provisoriamente. Intenté convencerlo de que trepara a mi pecho y se cobijara dentro. Pero él repetía todos mis movimientos en el sentido opuesto. Se alejaba de mí tanto como yo me acercaba a él. Pronto advertí que éramos una misma cosa sutilmente dividida. Nuestro anhelo era idéntico. Nada podía ofrecerle yo para satisfacerlo, ni él me obsequiaría eso que deseaba obtener para dar paz a su alma.
Le di la espalda más tarde, pero nunca pude abandonar su compañía. Como yo, él continúa buscando. Puedo verlo a menudo en los espejos. Él también se ha dejado la barba.
Nada conseguí del Mesías para llenarme. Me supe incluso más vacío al saber que éramos uno.
Hay, sin embargo, algunas cosas más que Mesías, amores y verdades en el mundo.(...)

viernes, junio 16, 2006

Pregón ( III)


A los que sueñan hasta morir


Ha estado así toda la tarde. Primero el bidón que está tras el pie del lavamanos, después los vasos para hacer buches, el de Mario, el de Pablo y el de Ester. En cada pieza de la jabonera de plástico hay una parva de estopa embebida en el agua. La jabonera rebalsa, en el borde de la bañadera hay grandes islotes de agua redonda y engrasada, estriada de jabón muerto. Así ha estado toda la tarde, pobre P., las vértebras lumbares le duelen hasta la cabeza. En el baño no hay sillas y en la casa no hay nadie. Pobre P., tan solo, con tanta agua que sale de la canilla y se le pierde insolente entre las manos, y se va nadando como las nutrias en el río, como escamas contra escamas, como gritos en el frío.
El agua no es algo que pueda controlarse fácilmente. Las salpicaduras se pegan una sobre otra, los pantalones y las camisas quedan rápidamente ensangrentados de agua y pesan, y están fríos, y hay que sacárselos para no enfermarse de pulmonía y morir de mala tos.
P. ya se sacó la ropa, hace horas sacó toda la ropa. Tapó la bañera con las medias, dejó las zapatillas contra la puerta. El desagüe del lavamanos está cancelado por el tapón desde muy temprano. En el pozo resbaladizo y blanco está el jeans tupido de sorbos irrepetibles, como son irrepetibles los besos.
Sucedió a mediodía que la canilla de la bañera se atascó; “Se atascó para siempre”, dice P., y se arranca mechones de cabello. Desde entonces toda el agua está suelta entre el resumidero y el pico. Colocó P. su primer balde bajo el chorro y corrió desesperado a llamar un plomero. El experto le aconsejó que cerrara la llave de paso y esperara hasta las cinco; le dijo que llegaría con sus aparejos y daría fin al problema. “¡Usted no comprende!” lloró P., y lo insultó. “ El balde se me acaba mientras hablo con usted por teléfono, ya se pierde el agua en la bañera, como la sangre se pierde. No puedo alejarme del baño, no puedo perder toda esa agua. ¿Sabría usted recuperarla?, ¿tiene máquinas para destilarla, para distinguir el agua que salió de la canilla y se perderá en el desagüe? ¿Sabe dónde estará siquiera? ¡Usted no comprende! ¡El balde está lleno, yo no tengo muchos más!, voy a reemplazar el balde lleno, buenas tardes”.
Ya constan siete baldes y tres jarras, nueve frascos sucios con café soluble, un juego de porcelana inglesa, veintitrés cucharas ordenadas entre el inodoro y la pared con sus globos de agua hasta las comisuras. También hay dos paquetes grandes de algodón inflamados con la pasta sutil, pesadísimos. Las zapatillas drenan el líquido con rapidez, hace rato que P. las rechazó y bebió el agua que suspiraron aplicando la cabeza contra el piso, llenándose el pelo de agua. Ahora no puede arrancárselo y eligió pellizcarse el abdomen para castigar su ineficacia.

- ¡Tribulación, luto y desgracia! – grita P. - ¡No puedo contenerla, mi vida entregaría, pero no puedo hacer nada para guardar toda el agua!

A medianoche P. Decidirá cerrar la puerta del baño y sellar el intersticio continuo del marco con toallas y rollos de papel higiénico aplastados. “Prefiero morir asfixiado, (de ningún modo planeo inhalar o beber el agua y destruirla) evitar que el agua se escape y se mezcle con otras es una causa muy noble. Los guitarristas compondrán canciones y los estudiosos darán arduas conferencias; los hombres todos saludarán mi virtud para siempre.”
Sin parar y más fuerte, el trépano de cristal tamborilea contra el balde dormido y estúpido, repleto.
“¡Cuánta agua, cuánto llorar!” dice P. hecho agua, vertido sobre el canasto de la ropa sucia. “Las medias son un filtro maltito en la coladera, el agua sigue avanzando y se diluye lejos como fuego en el fuego, como cielo en el cielo, como agua en el agua”. Se puede oler el agua fría en toda la casa. El olor llega hasta la avenida pero ninguno lo percibe; nadie entiende el agua, nadie sabe lo que es perder de veras.
En tres días P. va a morir de sed. Al sexto día morirá de fatiga, al octavo de hambre. En adelante la muerte de P. será un asunto de todas las tardes.
“¡Insensato!”, dirá su vecino el mecánico. “Debió conformarse con guardar unos cuantos tanques de aguas memorables. Vivir para guardar el agua no es vivir; no hay tiempo para cortarse el cabello ni para preparar locro de maíz.
Son las cuatro de la mañana en casi todo el barrio. P. resolvió sus últimas estrategias y ató la traba de la banderola con el cinto. “El baño no puede llenarse hasta reventar, las paredes son más resistentes que el agua”.
Ahora duerme sentado en calzoncillos con la cabeza erguida entre una escoba y un secador de piso. Sueña que el agua perdida se despierta en los drenajes. Ya está muy diseminada, pero los pedazos de agua se reconocen entre sí y corren a reunirse para volver unidos y limpios hasta el resumidero en el baño de P. derogando mil tiranías. Es mucha agua que sube suave y se estaciona blanda en un fardo plastiquísimo sin tocar el suelo ni los artefactos del baño.
El chorro de la canilla saca la cabeza del fondo del balde y se incorpora sin gotear para mirar a P. dormido. “Pobrecito”, dice el agua y se estira para besarlo. El tanque y los caños maestros suscriben la buena locura del cielo y cooperan abrazando el agua para sostenerla inmóvil.
“No llores, valiente.” – dice maternal el agua – “Acá estoy con vos y ya no existen el olvido ni la muerte.”

domingo, junio 11, 2006

La pericia poética

A los comerciantes vecinos de Alberdi, con solidaridad sincera.


Obedeciendo los exóticos designios del señor gobernador, el jefe mayor de la policía provincial añade al prospecto de las investigaciones criminales ordinarias un capítulo denominado pericia poética. Alineada con la vanguardia, la fuerza procede a contratar los servicios de un filólogo y un psicoanalista para la confección de los singulares partes. El primer informe obtenido complementa las averiguaciones practicadas sobre un episodio de vandalismo sucedido en las inmediaciones del estadio del Club Atlético Belgrano. Enmendando el castizo empleo de los pronombres relativos, transcribimos lo más relevante del texto oficial:

En horas de la víspera, en zonas aledañas a la entidad celeste, se constató la presencia de tres individuos de sexo masculino, todos mayores de edad y, en apariencia, bajo los efectos de sustancias estupefacientes. Los tres sujetos, enfundados con emblemas de la susomentada institución esgrimían piedras y fragmentos de ladrillos con intención de lanzarlos y producir daños a los inmuebles del barrio. Al oír la voz de alto, los vándalos se deshicieron de las municiones arrojándolas contra un comercio cito en avenida Colón a la altura del 1400, ocasionando destrucción de cristales en el mismo.
Los efectivos intervinientes en el caso dieron captura a uno de los forajidos. Los dos restantes consiguieron darse a la fuga y son por estos momentos motivo de intensa búsqueda (…)


Lo que sigue es la reseña confeccionada por los profesionales del espíritu:

El detenido: (…) Arrolladores, impostergables como el destino y la venganza, ¡oh, furia dolorosa!, salimos del estadio y nos derramamos por Santa Rosa en dirección al centro. Las doradas mieles del crepúsculo otoñal reverberaban en nuestras camisetas resintiéndose a la muerte y llenándonos el alma de valor celestial. Desenfundamos nuestras porras y saltamos de la vereda a la calle sin dejar las armas.
A distancia de un bulonazo apareció una hueste formidable de policías que superaban a todos en las pateaduras y el uso de la itaca. Los enemigos marchaban en número temible hacia nosotros y deseaban ponernos en perniciosa fuga. Mis compañeros dejaron caer sus mendrugos de montaña y corrieron a refugiarse en las retiradas tiendas de Villa Páez. Algún dios me trastornó el entendimiento y me hizo permanecer inmóvil en mi sitio. La hueste de policías se hinchó incontenible en una ola y se quebró sobre mí haciéndome perder la pisada. Lejos de sentirme abatido – tales son el valor de mi brazo y la nobleza de mis creencias futbolísticas – balanceé la piedra con todas mis fuerzas y la descargué potente contra un muro, y conseguí demolerlo por completo, como quiebran las palabras justas una mentira y la hacen pedazos: así son las cosas que pueden hacer los hombres cuando un club de fútbol los favorece.
La fuerza del tiro me contoneó a la derecha y me hizo pisar mi celeste túnica; me enredé en el género y caí al suelo. Pronto se cernieron sobre mí los policías como nubes duras de justicia y me envolvieron con funesta paliza hasta que perdí la conciencia. (…)


El informe concluye con un brevísimo testimonio del detenido:

Io e’taba ha’ta la pija de faso, chabón, quería shompé’ todo lo vidrio’ de eso’ vigilante que no agitaban. Viinieron lo’ gile’ eso’ y me she cagaron a patada’, pero ni m’ importa que me peguen. ¡Ascendimo’, culiado, ascendimo’!

viernes, junio 09, 2006

Paradoja automática (trastienda del destino)

Enredados con la tarde, arrullados por la miel del sol, los enamorados resbalan por lo eterno; y se tejen, se destejen, se conocen, se olvidan, se recuerdan, se siguen amando y nos vengan.
- Las profecías – dice él tendido, mirando arriba – son vano lirismo. Qué lejos de nosotros, qué lejos… pero mira: se me antoja que aquella plumita de de algodón, esa que cae contra la ventana, me promete el infortunio. Pronto, boquita, porque todo es pronto, vas a llevarme al descuido en la memoria y yo, recuerdo suicida, voy a perderme para siempre, contra el fondo del tiempo.

Ella se incorpora de repente y ya sin calma le pregunta:
- ¿Cómo? ¿Qué infortunio te guardo? ¿Cómo será posible que llores por mí hasta morir? ¿Qué voy a hacerte pronto? ¡No quiero saberlo, por la vida que ya no quiero! ¡Nunca! ¡Cuentas horrible destino, pero yo lo haré mentira!
Entonces ella se desgarra de las sábanas, se viste y se va de la cama, también pronto, como todo lo que se va.
- ¡¿Adónde, boquita, adónde?!
- Adonde nunca pueda lastimarte – contesta, y sale.
- ¡Desgracia!- grita él, llora y grita - ¡Desgracia! ¡Trillado cambio de fortuna, me ha dejado! – y sigue llorando, y sigue gritando, y tomando las sábanas se trenza la muerte sobre el cuello.

domingo, junio 04, 2006

Interpretación de la farra

El jean más versátil estaba en la tabla de planchar, como cualquier otro, en medio de la pila de ropa. Me lo puse en la cocina y me prometí muchas cosas.
Tadeo y Silvina me esperaban en la plaza, sentados en el pedestal que tiene un mástil grande. Nos soltamos los tres por una callecita sucia de Alberdi. Silvina temblaba de frío y caminaba muy rápido.
Ya no recuerdo bien qué tomé pero me siento bien. La puerta del baño de damas está a la izquierda, a tres metros, adelante. Salen mujeres muy bonitas. A la derecha está el baño de hombres. Me tocó entrar precisamente cuando el disc jockey suprimía toda la música para que el boliche entero cantara a una voz el estribillo de la canción que fue hit el invierno pasado. A mí no me gustan esas canciones, pero la fanfarria del ingreso al baño fue magnífica, como el cortejo más bizarro. Como si hubiera estado planeada.
Micaela demora mucho. Si no sale pronto voy a olvidar su nombre, y si tengo que preguntárselo de nuevo ya no va a querer besarme, y va a pensar que soy un estúpido.
No sé por qué siempre los hombres tienen que anclar en algún recodo de la multitud y elegir una mujer para besarse un rato. Las mujeres quieren lo mismo pero no hacen nada para propiciarlo.
Este boliche está lleno, supongo que como nunca. Sólo vine tres veces. A ratos me parece toda una locura, apenas se puede caminar entre los torsos rígidos y los hombros prominentes, entre las mujeres indiferentes. En lugares llenos como éste proliferan de súbito convenciones que fijan vías de circulación. Hasta existen caminos de una sola mano, como quebradas o fallas que separan una región de cabezas de otra. Tensé la espalda y los brazos, trencé una mano con la de Micaela y los dos vinimos al baño lamiendo las paredes del cañadón, descubriendo la vía o haciendo una nueva para todos. Ya no cedo el paso ni pierdo la pisada, por más que empujen con fuerza.
Hace mucho calor adentro, el humo lo mantiene continuo hasta nosotros y nos hace parte del calor. Yendo a pie a las Cataratas, por la ruta doce, se reconocen baches de aire fresco y seco, aún en medio del verano. Cerca de la barra de atrás hay uno, aquí junto al baño existe otro.
Yo le dije a Micaela que mirara a esa pareja. Él es alto y agradable. Está borracho. Ella le habla muy de cerca pero no lo toca. Aquello terminará en un beso, en las manos, quizá en un departamento y en una tarde de domingo insoportable. Pero ella no hace nada, sólo espera y no se atreve a nada. Entonces él sigue tejiendo mentiras, apologías de seis pesos y le da más cerveza para vencerla. No hay otra cosa por hacer, pobre muchacho. Aquello terminará por lo menos en beso, está cantado.
El miércoles hacía con Tadeo unas consideraciones sobre la palabra filo: Fijate. – le decía – Entre los griegos clásicos, filo es amor. Hacer el filo es algo muy distinto, Tadeo. Hacer un filo es hermosearse con ficciones, recomendarse personalmente a una mujer para el amor cuando en realidad sólo se busca sexo.
Y si te fijás bien, la poesía es mero afilar, puro mentir. Pero el amor es otra cosa, che. Yo no sé qué es, pero es otra cosa. El habla corriente está llena de metáforas y dobles sentidos, es cierto, pero yo creo que aquél es un abuso. No hay derecho de equivocar tanto el alcance de una palabra y hacerla girar así hasta que apunte sobre sí misma y se destruya.
Tadeo estuvo en todo de acuerdo conmigo y hasta puso otros ejemplos menos específicos pero igualmente acertados. Adrián dice a la ligera que mi deducción es un disparate, que el amor es lo que se da, que semejante lectura de las cosas me postula fuera de la realidad y que soy un idealista muy duro y pedante. Por eso no somos tan amigos como quisiera.

Esta mujer tarda demasiado y me deja pensando todas estas cosas. No es regular que venga a los boliches, pero las circunstancias narcóticas me hipnotizan y yo siempre estoy buscándolas. Es difícil producir una buena, como ésta. Aquí adentro está el Universo entero: el amor de los que se besan por primera vez y se aman sinceros afuera, la soberbia y el desprecio de los desconocidos, la fuerza de los deportistas enfundados en camisas ajustadas, el egoísmo, la ley castiza y la justicia de los guardias, el poder. La noche es el tiempo, todo el tiempo; los colores son la diversidad y emborracharse es el cambio. El frío mareado y el amanecer de afuera componen la muerte.
Yo no soy esas cosas, ni otras parecidas. Por eso me regocijo paseando impune por el infierno de otros, rozando con todo el pecho a mis camaradas de tormento, bebiéndome todo el fuego y el veneno hasta perder la consciencia y hacerme infierno. Acá estoy, filósofo mudo del boliche, dame una cerveza, lleno de mí, de sombras de tangos, recordando deseos, hermético y preciso como el color negro, magistralmente parapetado en mis mejores ropas de muchacho joven y atrevido: borracho. Decirme todo esto es maravilloso. Confesárselo a alguno es el remate de la hipocresía.
Este boliche es el mundo, lo dije. Resumidos en un puñado están todos los arcanos trabajando al compás.
Mi habitación no está tan llena de humo, ni tan sucia; en la masa de un ómnibus repleto de gente se disipa mucha energía que este lugar congrega magistralmente, como embudo prodigioso.
Talvez Adrián tenga razón, quizá la hermenéutica sea un impedimento medieval para la vida postmoderna. Abusar de las interpretaciones es una cobardía.
Yo no soy tan distinto a toda esta gente. Acá estoy con ellos, nunca importa por qué. Ellos no se pusieron de acuerdo para reunirse, ya no sé cómo fui a sospechar algo así. Ahí está el pibe que me pidió un trago de cerveza, parado en una sola pieza al borde de la barra, haciendo un filo impecable. Como yo.
Toda esta proclama me califica para rogar que Micaela no salga nunca del baño, para avanzar sobre aquella morocha de rulos que sonríe como la victoria misma, para llevármela afuera y abandonar la boca agria de mi parejita, abandonar a Tadeo, a Silvina. Sería fantástico, pero ahí viene por fin Micaela, tan fulera como hace un rato. Llegué a pensar que nunca saldría. Voy a mentirle una sonrisa sin importancia y a pedirle otro beso.

sábado, junio 03, 2006

La verdad revelada

Un equipo de biólogos chubtenses descubre cierto nuevo vegetal en Neuquén. Las investigaciones más avanzadas de los químicos presentes en el arbusto develan la existencia de compuestos muy extraños y altamente estupefacientes. Un miembro del equipo decide destilar todo aquello nuevo encontrado en la planta y elaborar pastillas para iniciar la comercialización ilegal de una variedad nueva.
Los efectos neurológicos de la pastilla son devastadores, destruye al menos diez veces más tejido nervioso que cualquier otra sustancia corriente.
El científico se administra la droga con frecuencia y padece sucesivos accidentes cerebrovasculares en el transcurso de una tarde. El efecto de las lesiones es un coma profundo e irreversible.
De inmediato, una comisión de médicos practica nuevas investigaciones sobre la droga pero se presenta una dificultad: es muy difícil hallar pacientes vivos para la realización de pruebas. La droga mata en cinco días. Se recurre al empleo de voluntarios y se despierta gran controversia.
En cierto punto el consumo de la pastilla se interrumpe y ya nunca más se la comercializa.
Con intención de aumentar sus chances para ganar cierto premio, dos bioquímicos alemanes de prestigio internacional dedican dos años al estudio póstumo de los compuestos. Se recurre sofisticadas simulaciones por computadora. Los resultados se publican en la revista científica más importante de Europa y de nuevo se despierta gran controversia:

“Es imposible describir la magnitud de los efectos alucinógenos del
Apolineo. Se comprobó satisfactoriamente que el consumo de la droga promueve la revelación de las más perfectas e inequívocas verdades. El paradójico arcano no se detiene allí: los efectos neurodestructores inciden directamente en aquellas zonas del hipocampo destinadas al recuerdo y testimonio de las verdades develadas.
Sólo un abreviado vestigio de aquellas revelaciones ha llegado a nosotros. Lo complementamos con una imperceptible conjetura y lo presentamos organizado de la siguiente manera:
Un discurso perfecto es aquel que propone múltiples interpretaciones ciertas. El discurso más perfecto de todos es aquel que admite un alcance hermenéutico infinito. Con aquella disertación magistral es que se dicen todas las verdades de manera simultánea, concentradas en una verdad única.”


En la actualidad nadie continúa con las investigaciones y quizá nunca recomiencen.