Pregón ( III)
A los que sueñan hasta morir
Ha estado así toda la tarde. Primero el bidón que está tras el pie del lavamanos, después los vasos para hacer buches, el de Mario, el de Pablo y el de Ester. En cada pieza de la jabonera de plástico hay una parva de estopa embebida en el agua. La jabonera rebalsa, en el borde de la bañadera hay grandes islotes de agua redonda y engrasada, estriada de jabón muerto. Así ha estado toda la tarde, pobre P., las vértebras lumbares le duelen hasta la cabeza. En el baño no hay sillas y en la casa no hay nadie. Pobre P., tan solo, con tanta agua que sale de la canilla y se le pierde insolente entre las manos, y se va nadando como las nutrias en el río, como escamas contra escamas, como gritos en el frío.
El agua no es algo que pueda controlarse fácilmente. Las salpicaduras se pegan una sobre otra, los pantalones y las camisas quedan rápidamente ensangrentados de agua y pesan, y están fríos, y hay que sacárselos para no enfermarse de pulmonía y morir de mala tos.
P. ya se sacó la ropa, hace horas sacó toda la ropa. Tapó la bañera con las medias, dejó las zapatillas contra la puerta. El desagüe del lavamanos está cancelado por el tapón desde muy temprano. En el pozo resbaladizo y blanco está el jeans tupido de sorbos irrepetibles, como son irrepetibles los besos.
Sucedió a mediodía que la canilla de la bañera se atascó; “Se atascó para siempre”, dice P., y se arranca mechones de cabello. Desde entonces toda el agua está suelta entre el resumidero y el pico. Colocó P. su primer balde bajo el chorro y corrió desesperado a llamar un plomero. El experto le aconsejó que cerrara la llave de paso y esperara hasta las cinco; le dijo que llegaría con sus aparejos y daría fin al problema. “¡Usted no comprende!” lloró P., y lo insultó. “ El balde se me acaba mientras hablo con usted por teléfono, ya se pierde el agua en la bañera, como la sangre se pierde. No puedo alejarme del baño, no puedo perder toda esa agua. ¿Sabría usted recuperarla?, ¿tiene máquinas para destilarla, para distinguir el agua que salió de la canilla y se perderá en el desagüe? ¿Sabe dónde estará siquiera? ¡Usted no comprende! ¡El balde está lleno, yo no tengo muchos más!, voy a reemplazar el balde lleno, buenas tardes”.
Ya constan siete baldes y tres jarras, nueve frascos sucios con café soluble, un juego de porcelana inglesa, veintitrés cucharas ordenadas entre el inodoro y la pared con sus globos de agua hasta las comisuras. También hay dos paquetes grandes de algodón inflamados con la pasta sutil, pesadísimos. Las zapatillas drenan el líquido con rapidez, hace rato que P. las rechazó y bebió el agua que suspiraron aplicando la cabeza contra el piso, llenándose el pelo de agua. Ahora no puede arrancárselo y eligió pellizcarse el abdomen para castigar su ineficacia.
- ¡Tribulación, luto y desgracia! – grita P. - ¡No puedo contenerla, mi vida entregaría, pero no puedo hacer nada para guardar toda el agua!
A medianoche P. Decidirá cerrar la puerta del baño y sellar el intersticio continuo del marco con toallas y rollos de papel higiénico aplastados. “Prefiero morir asfixiado, (de ningún modo planeo inhalar o beber el agua y destruirla) evitar que el agua se escape y se mezcle con otras es una causa muy noble. Los guitarristas compondrán canciones y los estudiosos darán arduas conferencias; los hombres todos saludarán mi virtud para siempre.”
Sin parar y más fuerte, el trépano de cristal tamborilea contra el balde dormido y estúpido, repleto.
“¡Cuánta agua, cuánto llorar!” dice P. hecho agua, vertido sobre el canasto de la ropa sucia. “Las medias son un filtro maltito en la coladera, el agua sigue avanzando y se diluye lejos como fuego en el fuego, como cielo en el cielo, como agua en el agua”. Se puede oler el agua fría en toda la casa. El olor llega hasta la avenida pero ninguno lo percibe; nadie entiende el agua, nadie sabe lo que es perder de veras.
En tres días P. va a morir de sed. Al sexto día morirá de fatiga, al octavo de hambre. En adelante la muerte de P. será un asunto de todas las tardes.
“¡Insensato!”, dirá su vecino el mecánico. “Debió conformarse con guardar unos cuantos tanques de aguas memorables. Vivir para guardar el agua no es vivir; no hay tiempo para cortarse el cabello ni para preparar locro de maíz.
Son las cuatro de la mañana en casi todo el barrio. P. resolvió sus últimas estrategias y ató la traba de la banderola con el cinto. “El baño no puede llenarse hasta reventar, las paredes son más resistentes que el agua”.
Ahora duerme sentado en calzoncillos con la cabeza erguida entre una escoba y un secador de piso. Sueña que el agua perdida se despierta en los drenajes. Ya está muy diseminada, pero los pedazos de agua se reconocen entre sí y corren a reunirse para volver unidos y limpios hasta el resumidero en el baño de P. derogando mil tiranías. Es mucha agua que sube suave y se estaciona blanda en un fardo plastiquísimo sin tocar el suelo ni los artefactos del baño.
El chorro de la canilla saca la cabeza del fondo del balde y se incorpora sin gotear para mirar a P. dormido. “Pobrecito”, dice el agua y se estira para besarlo. El tanque y los caños maestros suscriben la buena locura del cielo y cooperan abrazando el agua para sostenerla inmóvil.
“No llores, valiente.” – dice maternal el agua – “Acá estoy con vos y ya no existen el olvido ni la muerte.”
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