viernes, junio 09, 2006

Paradoja automática (trastienda del destino)

Enredados con la tarde, arrullados por la miel del sol, los enamorados resbalan por lo eterno; y se tejen, se destejen, se conocen, se olvidan, se recuerdan, se siguen amando y nos vengan.
- Las profecías – dice él tendido, mirando arriba – son vano lirismo. Qué lejos de nosotros, qué lejos… pero mira: se me antoja que aquella plumita de de algodón, esa que cae contra la ventana, me promete el infortunio. Pronto, boquita, porque todo es pronto, vas a llevarme al descuido en la memoria y yo, recuerdo suicida, voy a perderme para siempre, contra el fondo del tiempo.

Ella se incorpora de repente y ya sin calma le pregunta:
- ¿Cómo? ¿Qué infortunio te guardo? ¿Cómo será posible que llores por mí hasta morir? ¿Qué voy a hacerte pronto? ¡No quiero saberlo, por la vida que ya no quiero! ¡Nunca! ¡Cuentas horrible destino, pero yo lo haré mentira!
Entonces ella se desgarra de las sábanas, se viste y se va de la cama, también pronto, como todo lo que se va.
- ¡¿Adónde, boquita, adónde?!
- Adonde nunca pueda lastimarte – contesta, y sale.
- ¡Desgracia!- grita él, llora y grita - ¡Desgracia! ¡Trillado cambio de fortuna, me ha dejado! – y sigue llorando, y sigue gritando, y tomando las sábanas se trenza la muerte sobre el cuello.

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