viernes, abril 28, 2006

Redenciones

Tenía por costumbre, entre otros melindres, apagar con esmero los cigarrillos por la mitad o apenas después. Estando en casa, llevaba mi cigarrillo a medio fumar de punta contra el fondo del cenicero e inclinándolo, arrastrando suavemente la brasa contra la cerámica renegrida, buscaba esa incierta línea divisoria entre el tabaco fresco y el que está encendido y separaba la brasa del resto de la pieza. A continuación ubicaba la colilla con su cuota generosa de tabaco en algún espacio libre del cenicero, – que sin embargo de ser grande, está siempre repleto – y me cuidaba en lo sucesivo de que el filtro no se quemara con lumbres provenientes de próximas operaciones. De este modo fumaba sólo hasta donde quería y garantizaba una ración de tabaco para las horas venideras. Entonces sólo restaba tomar el medio cigarrillo y fumarlo hasta el final, o reunir su contenido con el de otro idéntico y armar un flamante pucho nuevo, munido de la pertrechería que a esos efectos había comprado. La mayoría de mis amistades consideraron mi hábito de reciclaje grave violación al ritual ortodoxo de fumado. "Sos un asqueroso, Demián" – decían siempre.
Cierto miércoles de agosto Ismael vino a casa para discutir sobre un negocio que teníamos en común. Si bien ha dejado de fumar, Ismael recibe los cigarrillos que yo le convido y los fuma gustoso, bien solo o compartiéndolos conmigo.
En algún punto de la conversación mi atado de Philip Morris languideció por completo y nos quedamos sin cigarrillos. Desapasionadamente, Ismael llevó la mano a mi cenicero, se prendió un medio pucho con mi encendedor y siguió hablándome de ese tipo en General Bustos que tan baratos vende los bastidores.
Y yo, entre desconcertado y feliz por haber hallado un par en semejante extravagancia, le dije:
- ¿No te da asco, che?
- Para nada – contestó – Quiero fumar, y acá hay cigarrillos, y esto, – dijo exhalando el humo contra la luz – esto es fumar.
- Está bien, pero es el pucho de otro, Ismael. No es que te lo quiera mezquinar, no. Pasa que es un pucho muerto, y encima, es de otro.
- Que sea tuyo o de cualquiera poco importa. El asunto es mucho más significativo, y va más allá de una cuestión de pudor o reverencia por la saliva de otro tipo. Fijate. Vos dijiste pucho muerto, ¿no dijiste?
- Sí.
- Fijate, Demián. Estaba muerto, preguntale a cualquiera qué hay en tu cenicero y te lo va a decir tal cual. Puchos muertos. Entonces nosotros vamos al cenicero, los agarramos y nos colamos por una desinteligencia de la muerte. Fueguito, fssss..., y tenemos un pucho vivo, uno que si bien no es tan joven como los fasos tiernos que trae un paquete lleno, recupera la lozanía que tuvo el día en que murió. Es una resurrección redonda, ostensible, Demián. El pucho se muere un día y otro cualquiera viene una mano amiga que lo revive y le da continuidad hasta que por fin llega al término de sus horas en el punto justo que corresponde: al final, contra el filtro.
Acabando de hablar, Ismael aplastó el cigarrillo por fin terminado y se quedó mirándome. Nos quedamos en silencio un rato. Cuando terminó el disco de Les Paul que escuchábamos hubo un instante de silencio absoluto y yo volví a hablarle escupiendo un par de palabras entre las que no podía elegir una.
- Está bien, pero... Cierto, resucita un rato, pero al final se acaba para siempre.
- Como todo, Demián. Y no resucita un rato. Vive todo lo que debería. Medio pucho ayer, medio pucho mañana, y se acabó el pucho, ¿me entendés?
- Sí, está bien, qué sé yo.

Perdimos nuestros buenos mangos en el negocio, pero eso ya no es importante. Por mi parte, ahora me ocupo de que nunca me falte un paquete de tabaco fresco, y sólo fumo cigarrillos que yo armo. Y me los fumo hasta el final.

martes, abril 25, 2006

De vanis, amoribus relinquibusque ( super sinum, post pluviam)

- Hubo unas noches azules y rojas, bellísmas. Sin esfuerzo remontamos todos los arcoiris; los más oscuros, los claritos que apenas se ven. Los pájaros azules tienen plumas tibias en la punta de las alas, plumas siempre tibias. Yo no lo sabía hasta entonces, cuando fascinado me frotaba puñados de esas plumas sueltas contra la boca y la nariz, cuando las soplaba y les arrancaba sonrisas y pudores suavemente estrepitosos. Aspiraba..... y le daba un beso lleno de peces plateados y diminutos....
-Y hoy apenas podés caminar, Mauricio.

lunes, abril 17, 2006

Espejo negro

Mirate, mirá como estás. Dale, no te hagas el boludo y mirate. ¿Qué comiste? Dale, contestame, no te hagas el boludo. No podés seguir así, Demián. No te lo digo por capricho, yo todavía tengo que responder por vos, y estoy cansado de tu indisponibilidad permanente, de tu sueño pesado, de tus puntadas en el pecho y de la flema ensangrentada que decís escupir. A ver, mostrame, escupí ahora y mostrame. Pero qué me vas a mostrar… A vos no te gusta laburar, eso es lo que pasa. Si no, ¿qué te costaría pasar un paño a los muebles, eh? Mirá lo que es esto, mirá. Por eso la imagen del televisor tiene poco contraste. Limpiá la pantalla y vas a ver cómo reaparecen todos los colores y te pinchan los ojos hasta dejarte ciego, porque eso es lo que vos te merecés, quedarte ciego, pero ciego de veras. Ahí te creo si me decís que padecés, y que llorás, y que te duele, que siempre te duele. No podés seguir así, Demián, no te lo digo para joderte. Vos sabés muy bien que no podés seguir así.
Mi mamá dice que el Rolando Spadavecchia ese es un tipo repelente, como no conoció en su vida. Y vos justo venís a meterte con la prima, venís a meterte hasta los huevos con la prima. Y sí, claro que hasta los huevos, si yo también sé que es muy hermosa, si la conocimos juntos, ¿te acordás? Un rayito tímido del sol, una cucharadita de miel, ventanita florida de mi vieja tapera… Pero yo ya me avivé, Demián. Eso está bien para los tangos y los sonetos. Anda bien un rato, pero de ahí a vivir así… yo no sé. No te conviene. Te dije que te ibas a matar, Demián. Yo te lo dije. Y ahora decime de una vez, ¿qué comiste? ¡Nada!, ahí está. ¡Pero cómo podés andar así, con el frío que hace, vos sin comer nada! Vamos a hacer esto de una vez, para que te repercuta durante todo el viaje, para que te valga, para que te sirva. Te vas a afeitar la boca. Bien afeitada. Primero los labios, primero esas costras que te vivís lamiendo y nunca se secan. Con una prestobarba bien afilada vas a ver cómo se te borran esas espumitas secas en las comisuras. Asco dan. Después la lengua. Sacá bien la lengua que con la maquinita te arrastro hasta la punta y te limpio todo esel sedimento que te dejan el café y los gases de la digestión que trepan por el esófago todo el día. No te sientas mal ni te avergüences, yo también tengo la lengua sucia siempre, igual que vos la tengo sucia, mirá. Después seguimos por el paladar y le limamos todas las nervaduras, lo dejamos lisito. Ella tiene el paladar bífido y la saliva dulce como el té y el anís, me acuerdo; pero no seas repugnante, Demián, no me hagas recordar eso ahora y abrí bien la boca para que te saque toda esa blasfemia que te retoña adentro. Vos te mordés las contratapas de los cachetes, como yo. Dicen que provoca cáncer, no lo hagas más, y ponete bien bajo la luz del foco que no veo nada y no te puedo cortar al ras las glándulas salivales, esas que sobresalen como branquias en la boca. ¡Che pelotudo, no te muevas! ¡Mirá cómo te corté, mirá! Escupí eso, por Dios. Dale, levantate y escupí, ¡no me vayas a manchar de sangre la remera o el pantalón!
¡Ay, Demián, no! No me llores así, hermano. No, no, pará, yo no quería que llores… ¿Sabés qué pasa? Yo no quiero que te agarres una peste del frío, porque vos sos medio loco, vos sos capaz de salir a la calle enfermo, y yo ni sabría por dónde andás entonces, y me preocuparía mucho, y me daría miedo que te fuera a pasar algo…
En la cómoda hay una botellita de alcohol, hacete un buche y perdoname. Perdoname, no sé qué me pasó que empecé a los gritos, la bronca no es con vos, qué va a ser con vos.
Ay…, vos todavía querés hacer la maqueta de ese barco que vimos en la galería, ¿no es cierto? Esta mañana fui al centro y me acordé de eso, y te compré un estilete. Tomá. Dice el tipo del negocio que no se desafila nunca. No recuerdo bien la marca, en la bolsita no dice nada. Es alemán, muy bueno. Dale, Demián, elegí un color lindo para el casco y después mostrame cómo te quedó. Si vas a usar esas chapitas que me enseñaste el domingo, pelalas bien y sacales después todo el removedor, no seas salame, no arruines las cosas por ansioso. Tomá, también te compré puchos. Tomá. Ponemos la pava y nos tomamos unos regios mates, y nos saboreamos nuestros buenos fasos, ¿eh? Dale, andá a buscar una hoja y haceme un lindo plano, que te salen lindos los planos. Tomá bien las medidas, guarda que el estilete se come un pedacito de la madera balsa, cantado. Dale, y le hacés unos lindos firuletes en la proa, le hacés una moldurita y ahí le pintás unos firuletes lindos. Dale, Demián, hacelo, pero no te pongas así, che…

sábado, abril 15, 2006

Quicios

El barrio era extrañamente familiar, pero eso no era motivo de sorpresa: P. soñaba. Cerca de la última esquina vio una vinería de vitrinas copiosas, tupidas de botellas vacías, de vidrios opacos y gastados, donde la caída de una sola botella provocaría una legítima catástrofe. Adentro, el dueño remontaba con gracia los cincuenta años, camisa beige de mangas cortas, ojos azules.
Contraviniendo el cielo claro, juzgó P.:

- En este barrio vacío, tan tarde de madrugada... Aquél hombre se expone con gran estupidez a un robo inevitable. Aunque... cómo volvería sobre mis pasos para comprar lo que le queda en esa botella de White Horse que tiene entre las manos, que vacía en una copa pesadísima con su embudo, que vuelve a llenar revirtiendo el proceso. Basta. A salvo estoy del peligro, bien está que me despierte.

P. miró el reloj sobre la mesa de luz y se hundió de nuevo tibio y espeso en el sueño.
Aquello que es quimera y magia no es por ello ilógico. Sucede que el damero de silogismos oníricos es especial.
P. caminó de nuevo por la misma vereda del mismo barrio, a la misma hora. El destino exitoso es inútil y apócrifo. Las postreras chances, las circunstancias sucesivas idénticas no son más que nuevas oportunidades para el fracaso inevitable y la muerte última.
El dueño estaba de pie en la vereda, contra el marco de la ventana, apoyado en la fachada abierta del negocio. Miraba una película de acción en blanco y negro que pasaba un televisor en un estante sobre el mostrador, en la pared de fondo.
Sin accidentes mediadores, P. estuvo pronto frente al tendero que escanciaba el whisky para él en otra botella vacía excitándolo magníficamente.

- Qué dulce bebida, qué hermoso es su color.

A la derecha de P., un nuevo cliente pedía algo al dueño.

- Es éste el ladrón, sin dudas. Por eso se lleva la mano a la cintura, por eso saca un revolver delgadísimo, plateado, viejo. Por eso me mira y se saluda feliz por haber elegido esta vinería antes de que algún otro estúpido se la gane de mano.

P. sonrió apenas al asaltante que le convidaba su felicitación y lo invitaba a celebrarla con él. Estaba fatigado como nunca, ahogado por un sopor desconocido, infinito.

- Si hubo un instante en el que debí escapar, lo hubo pues, y ya no existe. Buen perito soy en estas circunstancias. Debo esperar la decisión del ladrón. ¿Decidirá matarnos, decidirá matarme? ¿Qué busca el dueño tras el mostrador? ¿Por qué nadie se horroriza?

Sometidos a la voluntad de una bestia en general, y de un monstruo en particular, nuestro terror se debe a que ellos sólo son capaces de pensar en hechos actuales y que nada saben o intuyen del futuro o el pasado, por más inmediatos que sean. Las palabras bomba y Banco Central se escabulleron absurdamente de la boca del ladrón.

- Mis emociones se diluyeron, voy a despertarme ahora – dijo P.-.

Se incorporó apenas en la cama y repasó el sueño. Se llenó de tristeza cuando supo que se había escapado de una situación excepcional, irrepetible, de una víspera puntiaguda donde la emoción lo llevaba al éxtasis morboso, al sentir más poderoso de todos.

- Imposible será volver al trance, hoy volveré a encajarme en quicios estúpidos, en trillos gastados, en aventuras grises.

Y sin saber que ya estaba a la espera de noticias funestas, como lo son la muerte de un buen amigo o el reclutamiento para una guerra sangrienta y helada en la que perdería las piernas, P. se volvió a dormir.

Simple

Many times I've been alone
and many times I've cried.
Anyway you'll never know
the many ways I've tried,
but still they lead me back
to the long and winding road.
You left me standing here
a long, long time ago.
Don't leave me waiting here,
lead me to you door.


(Paul McCartney)

sábado, abril 08, 2006

Cuento

Consternados, aterrados por los impulsos suicidas de Benjamín, sus padres deciden enviarlo a consultar un psicoanalista. Éste determina en la primera consulta la necesidad de iniciar un tratamiento psicológico. Los padres ruegan entonces al psicólogo:
- Haga lo que sea necesario para a ayudar a Benjamín, lo que sea, licenciado. Ayúdelo.
De inmediato, desesperado por hacerse con auxilio y libertad, el propio Benjamín decide dar principio a la terapia.
No pasa mucho tiempo hasta que el psicólogo conoce todos los pormenores del padecimiento de Benjamín: sabe de sus causas, puede describirlo y hasta sabe por sus estudios algunas maneras de resolverlo.
Sobre el final de dos semanas principalísimas en la instancia terapéutica, Benjamín consigue dilucidar por fin las últimas raíces de todos sus males, y dice estar dispuesto a secarlas hasta matar a todos sus problemas. Cierto viernes posterior Benjamín hace una última sentencia importante y el psicoanalista le pregunta:
-¿Entonces qué querés hacer, Benjamín?
- Ya se lo he dicho de todos los modos posibles,- contesta Benjamín- se lo he demostrado largamente y sé que me comprende. Yo me quiero matar, doctor. Eso es lo que quiero.
El psicólogo reflexiona un instante con los dedos cruzados entre las piernas, mirando fijamente hacia la alfombra del piso cerca de las zapatillas de Benjamín.
- Entiendo – dice levantando suavemente la cabeza, mirando a Benjamín de nuevo. - Si eso es lo que verdaderamente querés, andá y matate.
Benjamín se levanta, se despìde del licenciado y regresa a su casa. El martes siguiente, según cierto método de su agrado, Benjamín se quita la vida.

El psicólogo procedió correctamente. Todos querían ayudar a Benjamín, el propio Benjamín anhelaba socorro. Y lo único que Benjamín quería hacer era matarse.

Bienaventuranza

And we'll bask in the shadow of yesterday's triumph,
and sail on the steel breeze.
Come on you boy child, you winner and loser,
come on you miner for truth and delusion, and shine!


Jugar al amor, a la pregunta, a la razón, a la verdad, al paraíso, a la ciencia.
La verdad refutada es el génesis de otra verdad que eleva la entropía y alimenta el desconcierto. ¿A dónde vamos? Decidámoslo hoy, creámonos la mentira de turno y pongámonos a su servicio.
Estos textos son tristes, anhelantes de suicidio y destrucción que legitime las lágrimas y el dolor, que enriquezca de muerte los corazones.
Los malos amores, la opresión sistemática, minuciosa, agobiante, el sentimiento perpetuo de frustración y prisión, las esperanzas muertas, los horizontes sombríos cancelados con murallas heladas. No existe mayor virtud que el haber padecido la gran tristeza en el pecho ni nobleza más honda que el haber vivido rendido y acabado.

lunes, abril 03, 2006

Muerte

No constituye gran disparate decir que un cuerpo muerto es capaz del dinamismo propio de uno vivo. Apenas consumada la mudanza del segundo en el primero, se disparan mecanismos que pruducen y liberan fluidos sometidos a presiones propias de lo que se halla repentinamente cancelado; en adelante, y por largo tiempo, ha lugar la proliferación de siniestros organismos que bullen en la fervorosa descomposición de los tejidos, que producen olores agrios y duros capaces de alejarnos a toda prisa de la vecindad con cuerpo muerto. Sepultados, los despojos son parte integrante de las placas tectónicas que con secreto furor avanzan incontenibles e, insepultos, se someten a los designios invariables del sol y los vientos, cuando no a la voluntad de manos llenas de pulso, ávidas de construir instrumentos de viento a partir de un fémur, o corporaciones bienhechoras, tal es el caso de las cátedras de anatomía en las universidades públicas.
Tampoco es novedoso afirmar que el vigor siniestrado no se disipa en vano, sino que, de a partes, se abriga en nuevos quicios. Corresponde a esta intromisión en la intimidad de las cosas muertas confesar aquello a lo que ha dado luz. Inocente o endemoniado, el entorno intenta vanamente reanimar al cuerpo; las bestias lo acarician con violentos zarpazos, los soles del verano lo arrullan con gritos, las larvas se empeñan en estimular cada vaso, cada nervio, en dar vida minuciosa y eficaz a todo el cuerpo. Al mismo vectorial pertenecen otras congregaciones de estímulos no mucho más efectivas:
-¡Levántate, Ñ.!- llora una mujer derramada contra el féretro- ¡Afuera está el sol que besa las mejillas y les restituye la tibieza! ¡Vamos, siéntate, amor!
La cara de Ñ. tiene un corte minúsculo y morado bajo el pómulo izquierdo, apenas sobre la línea de la barba.
Y sin importar que es venite de marzo y hace frío, todo está perdido.