miércoles, octubre 17, 2007

Ahí estás, quién sabe qué furia te ha escupido o cuál malentendido te acomodó en tan mala montura. La escalinata es ancha y larga, pero no eterna, bien sabés que lo eterno no existe cuando vas sobre la estertorosa bicicleta, bajando una escalera de velocidad y de sueño. Los primeros escalones han sido un acostumbrarse a lo falso y accesible, yo puedo bajar esta escalera en bicicleta, fácil es contener el equilibrio; pronto el rodado rodante te traquetea más y más fuerte entre las piernas, pronto uno y muchos pulsos sin pausa te recuerdan aquello sacrocoxígeo (que es rudimento de una cola de mono abolida por la burocracia evolutiva) y te lo llevan a golpes de martillo hasta la base del cráneo, a los temporales y hasta los dientes y la lengua que escamotea con gran milagro las mordidas incontrolables del mal piñón, de cada escalón traspuesto, ¡taf! ¡traf! y ¡prrrr! que hace el pedal cuando gira en falso con tu pie lejos, tengo culo y me duele, este asiento es muy duro.
Un rebote imprevisto parece una mentira, ya sabés que hay que pararse sobre los pedales y hacer de todo el cuerpo un elástico atento; todos los escalones son iguales y están sanos, vas a bajar, vas a llegar ahí donde te ves doblando a la izquierda; la bicicleta va a estar sólidamente parapetada en sí misma, quizá el buen bicicletero para calibrar el descarrilador y la tensión de los cables… ¿Qué cables? Si la carrera termina, si un día entre los escalones, los minutos y los días conseguís bajarte de la bicicleta mansa: bicicleta y sueño, ahí se quedan juntos, meses más tarde se congregarán dos cervezas y un amigo para escuchar tu peripecia. Todavía no es tiempo.
Pero no, que ni blando ni halaguero, los escalones son fatalmente iguales unos con otros, y entonces ¡desgracia!, velocidad final es igual a varias pomadas multiplicadas por la aceleración de la gravedad y alguna de esas pomadas es etcétera = gran incertidumbre, tu cuerpo quiere ordenarse sobre los giroscopios y reivindicarles toda la física que les atribuye la televisión por cable, y las maniobras sucesivas dicen todo lo contrario, la bicicleta no hace más que desviarse a cualquier lado…; mejor es no moverse porque trjjjj, porque un pedal o una ola de rayos raya el borde de un escalón con todo el pecho y tenés que deponer todos tus planes, como la intemperie deroga el alcohol etílico. No hay nada que hacer, la velocidad es inverosímil; la pared, la explanada, la pared y la explanada, la explanada y la pared van a ordenarte vigorosamente contra planos lisos y sinceros, van a quebrarte huesos importantes. No, no, no es posible, Un salto curvo, un salto imprevisto como toda la bicicleta, la carrera y el sueño te llevan de punta al último escalón donde hay una cuña honda, donde la rueda se encaja para siempre y la horquilla se quiebra. Finalmente vos, vos y bicicleta en una cabriola de mal circo volando rodantes a tres, a seis y a diez metros sobre la explanada, qué altura formidable, transponiendo la línea de la pared y vos, vos agarrado con todas tus almas a la bicicleta que quiebra el agua mansa del estanque. Los dos se hunden un metro, los dos salen desesperados tosiendo agua, vos y bicicleta se han dado un ridículo chapuzón y ahora salen alzándose de las axilas, sosteniéndose compañeros de la burla que les echan esas señoras inglesas del siglo dieciocho providenciales en cualquier sueño donde hay escaleras o bicicletas, o las dos cosas. Ni vos ni la bicicleta son capaces de decir nada, ensayan varios pensamientos pero no convidan a los demás la alegría de haber sobrevivido a semejante travesía. Bien hacen: dónde se ha visto un sueño tan deshonroso, mejor hubiera sido que te rompieras el cráneo en la explanada, la boca contra el paredón… La curiosidad insolente es preferible a la burla, mucho más si se trata de no estropearse la reputación en un sueño.

viernes, octubre 05, 2007

Never-ever-mind

La ropa sin planchar
¿y las cifras? ¡sin sumar!
el cigarrillo a la mitad.
Dejar la puerta entreabierta;
que todo eso, mejor está.