sábado, julio 22, 2006

Fácilmente metafórico

Arturo ha decidido matarse. Se ha estropeado algo irrecuperable, dice Arturo, y por eso ha decidido matarse. Vamos calmos a las comparaciones, las polisemias y las alegorías. Vamos con Arturo, mientras desenrolla manso el alambre, y lo estira, y dice que el alambre es el tiempo que se desenrolla continuo y se acaba sin accidentes que presagien el fin. Como el alambre. Se dobla y se tuerce, pero ahí se queda, sigue Arturo, de una punta a la otra no es más que alambre o tiempo. Ahora Arturo se agacha, fija con tornillos un asidero curvo en el zócalo y ata la punta del alambre con buena pinza. Aquí es donde la vida empieza, cuenta, carraspea y se levanta seguro. Arturo sabe mucho de tacos fischer y accesorios para taladros. El soporte está formidablemente bien puesto. Las poleas por las que ha de pasar el alambre son cuatro y lo dividirán en regiones sobre las que se podrá deslizar con un margen muy mezquino. El cambio de hábitos rotundo es imposible, los sucesos y su recuerdo fijan la vida al muro.
Marina, en la pared opuesta al soporte, es la polea que clausura el primer tramo de alambre. Entre éste y Marina el alambre fluye paralelo al plano del suelo y de la puerta cerrada, a la altura de un tropiezo. Todo lo que hay antes del primer amor vive ahí, en el aire ignominioso y frío que está cerca del piso.
Siempre paralelo a la pared, siempre separado por unos centímetros, el alambre sube desde Marina hasta Daniela, que está a tres metros justo sobre Marina y es otra polea. Entre Marina y Daniela he subido bastante, dice Arturo con certeza matemática. Me mantuve a la misma altura y avancé por esa dirección hasta Laura, que es otro punto de esa dirección pero está más adelante, sobre la arista que forman la pared del fondo y la de la izquierda en mi dormitorio. Laura es entonces un punto de inflexión y el paso de un plano a otro, al de la pared tras la cabecera de la cama. También es la certeza de que el espacio no tiene más que tres dimensiones y que la vida es el esbozo de un plano que lo corta por algún lado. Por eso todas la vidas valen lo mismo, dice Arturo atornillando a Laura con fuerza en su lugar, porque no es gran virtud para un plano andar cortando el espacio. Todos lo hacen del mismo modo. Desde Laura hasta Clara el alambre permanece amesetado, pegado a la pared de fondo; en Clara se dobla otros noventa grados, esta vez hacia abajo. El rifle está sólidamente adosado a la pared, escondido tras una cortina. El alambre poco relajado termina en el gatillo que se va hacia atrás cuando el empujón de un mal pie tensa el sistema en algún punto. El blanco fijo es la cabeza de Arturo, invariablemente acostado en la cama esperando que algún estúpido venga queriendo socorrerlo, porque dicen que Arturo está deprimido. Así es como Arturo pasa dos días encerrado en su casa felicitándose por el magnífico pertrecho metafórico: por separado, las piezas son un mapa potencial de mi vida; es posible no nacer como es posible no montar ningún aparejo y dejarse de jorobar. Si se decide desplegarlo, el tendido puede explayarse desde cualquier parte, pero siempre termina en un rifle que apunta a la cabeza y mata.
Y siempre existe un rifle que apunta a la cabeza, se puede morir en cualquier momento, pero el disparo no sale a menos que se arruine algo irrecuperable. Y eso es precisamente lo que ha sucedido, según contó Arturo antes de empezar a trabajar.

- Pará, Claudio. Quedate ahí, no camines más. La situación es muy delicada, nadie puede solucionar mi problema. Imaginate… un castillo de arena, ¿no? Se ha desmoronado el trono de la estancia principal, adentro del castillo, tras los muros de arena. Penetrar el castillo sin demolerlo es imposible. Nada puede hacerse, todo está perdido. Hay cosas irrecuperables, hay gente que se muere, Claudio.
- No digas estupideces, ¿querés?
- Siempre aparece un imbécil que tira el castillo intentando refaccionarlo. Ése no sabe nada, Claudio. Imaginate un castillo, dale. Uno de naipes, uno de arena, uno de fósforos. ¿Vos sabés lo que cuesta armar uno de esos? Qué vas a saber…
- Debe ser complicadísimo. Voy a pasar.
- Y bueno, dale.

miércoles, julio 05, 2006

Coro sofócleo ( La verdad en su mínima expresión. La verdad.)

Me preguntó tras la puerta si alquilábamos habitaciones. Yo no abrí. Le dije que no y le pedí que me esperara. Crucé el zaguán, prendí el cigarrillo y me asomé por el balcón para indicarle con la mano las dos pensiones que están antes de la plaza. Me medí las costillas con el borde de la reja y saqué el torso hacia el tendido del trolebús. Estiré un brazo derecho muy delineado y separé todos los dedos de con el cigarrillo calzado después del índice. El cigarrillo estaba alto, la mano estaba alta, el brazo estaba alto. La vereda estaba limpia. El viajante me pidió disculpas por la irrupción y yo le dije que su pregunta no me había molestado. Cerré los postigos y cuando volvía a la cocina raspando la alfombra con los pies, pensé: si, como supongo, hubiera separado todos los dedos, mi cigarrillo se hubiera caído. No todos los dedos son todos los dedos.

martes, julio 04, 2006

Celebración

Un emporio de frutas mudas, de perfume azul dormido; una voz fractal de vidrio colorido; un cuello de cintura ubicado a destiempo, sorpresivo. Maravillas, besos frescos.