martes, mayo 30, 2006

Catálogo

Constan en un apartado ordinario de la cómoda nutridas nomenclaturas de metáforas y epítetos de la luna, esbozos de sueños, monedas de una sola cara, profecías de que existe un color invisible, estuches con forma de libro, rompecabezas de alambre, números de teléfono apócrifos...
Existe también un magistral catálogo que repasa prolijamente todo el contenido de ese cajón. Manos y ojos profanos insisten en añadir a la lista la presencia del propio catálogo. Con todo, el juicio impoluto del verdadero científico pregona la estupidez de semejante inclusión:
- Cualquier añadidura practicada en semejante catálogo tiene por único objeto la consecusión de una nómina perfecta a la que no escape ninguna suerte incluida en el cajón. El catálogo desprovisto de su autorreferencia será uno de cierta especie; aquella nomenclatura que se incluye a sí misma pertenece a otra categoría que ha de representarse mediante un signo distinto del que seguramente se ha usado para nombrarla. Es, pues, imposible consignar en el nomenclador un término que se refiera a éste sin alterar sustancialmente su esencia y transferir un halo de imprecisión al signo previamente elegido.
Existe, sin embargo, la posibilidad de elaborar un segundo ejemplar que enumere todas las suertes cobijadas por el cajón de la siguiente manera:
a) Catálogo de elementos que se encuentran en este cajón.
b) Elementos que se encuentran en este cajón.
Pero será entonces evidente la necesidad de una tercera lista que agregue a la propuesta una entidad c) que desplace un puesto a la consignada en lo precedente como a).

Abrumado por el desconcierto, el científico postula por fin la destrucción del opúsculo y el cese en cualquier intento por describir el contenido del cajón de la cómoda que nos ocupa. Como corolario, declara inútil cualquier especie de prescripción póstuma y recomienda el suicidio.

El artista en cambio se sirve de la lista inconclusa y teje formidables discursos pictóricos con los elementos que guarda en el cajón.
- Veamos... Ya no queda bermellón. - Dice, vuelve a poner la lista bajo la caja de pinturas y cierra el cajón. Mientras se incorpora, cierra los ojos, recuerda los besos que lo salvarán de la muerte y suspira sonriente. Sale de su habitación y se encamina a la librería, silbando.

viernes, mayo 26, 2006

Cinco minutos de bar

- Así viene la mano, Juan Carlos. Desteñido, desnutrido, sorbiendo el pucho como una hebra de cardo, llenándome la boca de amor seco. El amor seco es ese yuyito con la punta bifurcada, negra, ése que se te pega en las botamangas del jogging. No me digas que te clavo los ojos, Juan Carlos. Los que se clavan son los ojos oscuros, los míos se beben la luz sin fin, es espantoso.
- Pero… ¿qué le dijiste?
- Le pedí que me espere, qué le voy a hacer.
- ¿Y?
- Me pidió que se la junte para el lunes, que los negocios, que la amistad… Que los entreveros no son cosa que le guste mucho. Ni pullover usa, ¿te fijaste? Ni la lana enredada le hace gracia.
- Estás exagerando, Tito. Mirá si va a pensar en esas cosas…
- ¡Claro que sí! Fernet o Coca, soda o vino, mostaza o mayonesa. Se viste de un solo color. Ese señor sabe lo que hace. ¿Vos le sabés el apellido? ¿Vos le viste el auto? Busca giles acá adentro, les paga una ginebra y les presta plata. Ese señor sabe bien lo que hace, no se le escapa nada.
- Capaz que tenés razón, Tito. ¿Y vos, entonces?
- ¿Qué?
- ¿Vos sabés lo que hacés?
- ¡Claro que yo sé lo que hago! Yo soy un boludo crónico. Me gusta endeudarme, me gusta olvidar las cosas, me gusta perder el reloj todos los meses, me gusta entreverar todo y meterme en quilombos hasta los huevos. ¿No ves que tengo pullover? Pullover con trencitas, y hasta la barba se me enrula. ¿No ves que vos sos turco y yo soy armenio? A mí me encanta mezclar las cosas y sacarme los ojos todas las tardes. Con ese tipo somos sustancias recíprocas, uno para otro.
- Bueno, che… yo decía nomás, no te calentés.
- No me jodas, ¿querés? Vamos.
- Bueno, vamos.

miércoles, mayo 24, 2006

La musa maquinal

Me dormí muy tarde. Habrán sido las tres. Cuando tenía once, ahí sí dormía. Después vino todo eso del dolor en el hombro, de tener que masturbarme para dejar de pensar chanchadas, de la obsesión por abrir las ventanas, del bufidito en la garganta…
Ahora estoy lleno de berretines, ya no me puedo dormir en cualquier parte, ni a cualquier hora, ni cuando estoy muy cansado.
Marcos me contó del campito cuando yo tenía siete. Él le decía bosquecito y todos se reían. Nos sentábamos en la rampa de mi casa. A mí me parecía bien que se le burlaran, es un tartamudo maldito. Pero yo no hacía nada, solamente miraba porque cuando tenía siete no me interesaba casi nada.
Ahora sí, de repente las ganas de robarme unas hojas del campito y armarme uno me pusieron a trabajar dos semanas. Hambre parece que tuviera, pero no como el hambre que me da el domingo al mediodía. Yo ahí no sé qué hacer, me tengo que ir a sentar en las vías hasta que el olor a humo de las casas me indigna y me suelto abajo corriendo para ver si ya está el asado.
Éste es un hambre distinto, más prolijo, lleno de reglas. Son las seis y media y ya estoy levantado. Anoche recorté suelas de una cámara de bici y se las pegué a las zapatillas. Seguro que si me descubren es por las huellas, y yo no puedo andar tirando un par de zapatillas por no animarme a comprar un faso. El año pasado había un programa en la tele. Lo pasaban los viernes, era de detectives. Siempre investigaban varios asesinatos. Siempre atrapaban al tipo. Una vez rescataron la huella entera de una palma en una sábana, algo increíble. Pintaron la tela con un polvo parecido a la mina de los lápices y después trajeron una máquina negra y proyectaron una luz verde. Ahí estaba la mano, clarita. Parecía que se levantaba de la sábana. Sentí lástima por el tipo, como me pasó con Edipo. Siempre me dan lástima los delincuentes. Yo sé que no se debe matar, pero hay gente que se enferma de dolor, o de locura y que termina haciendo cosas que se castigan. Yo los perdonaría, pobres. Yo podría ser uno.
Vi que en los tribunales hay crucifijos en la pared del fondo, arriba del juez más alto de los tres. El Cristo siempre hablaba de perdonar, tendrían que hacerle caso o sacar las cruces.

Desayunar me da asco, pero tengo miedo de desmayarme en el campito. Por eso le puse mucha azúcar al café con leche. El azúcar sirve para estar despierto, lo dijeron en el programa de detectives.
Me faltan tres cuadras. Yo me hago el malevo, pero la verdad es que tengo miedo.
Una vez pensé que en invierno no pasaban cosas importantes. Y que si pasaban, se olvidaban rápidamente. Eso no es cierto, che. Yo puedo morir en un rato, morirse es una cosa muy importante y hoy hace mucho frío. Cuando pasé por el almacén del Madera sentía mordidas secas en los cachetes, mordidas sin labios en los cachetes y en las piernas, donde te pegan la paralítica.
Mirá lo que te digo. En mi barrio los domingos siempre son nublados. En el centro no es así.
Allá se ve la canchita, está toda escarchada. Con los botines de Matute se juega fenómeno, por más que esté llena de barro.
Tengo miedo. Yo no sé si ese tarado me lo dijo para que me asuste o si es cierto: en el campito hay cuatro postes escondidos. A un metro y pico del suelo les clavaron una ratonera. En la parte donde va el cebo llevan un pedacito de caño con un cartucho de escopeta adentro, apuntando a las plantas. Del elástico sale un alambre que va por el costado del palo y sigue por el piso, apenas arriba, entre los yuyos. Si tropezás, sale un tiro. No se ve nada desde afuera.
Ya no falta nada, es en la otra cuadra.
Andrés me mostró un video donde chocan dos galaxias. Vienen girando, se acercan, se tocan, se abollan un poco y se unen, pero no del todo, como si estuvieran soldadas con autógena. Después se separan, se separan de repente y se van desarmando como trapos deshilachados, como papel mojado, sin dejar de dar vueltas, cada una para su lado. Se les desprenden partes grandes que viajan despacio y se gastan contra el cielo, y dejan una estela de humo. Como aviones a chorro, iguales.
Una vez fumé y vi algo parecido. Puse un disco de mi mamá y me acosté a escuchar. La música era gigante y crecía, y crecía. Se inflaba como se infla el pecho cuando respiramos: despacio, pero con mucha fuerza. La música era invencible. Todo era música.
Cuando me acuerdo de las trampas pienso en el dueño del campito. Él encontró el terreno, consiguió las semillas, se atrevió a plantarlas y cuidó las plantas. Las plantas son suyas y yo vengo a rompérselas para robarle pedacitos.
Debe haber estado muy furioso cuando puso las trampas, cansado de que le arranquen las flores.
Yo pienso que puso cartuchos de escopeta porque un escopetazo es como una escupida de furia, de insultos asesinos, de bolitas de fuego y saliva. Cuando el tiro da en la cabeza el cráneo se parte en muchos pedazos sucios que se proyectan por todos lados, como los pedazos de las galaxias que me mostró Andrés, como los pedazos gruesos de la música de mi mamá.
Sé que soy un cobarde porque me conformo con imaginar el estallido y me asusta que la cabeza de veras me explote. Yo sé que soy un cobarde. Si me imagino el estallido puedo contárselo a Marcos para que se muera de envidia, a Matute, a Nico. Andrés me escucharía con atención y eso me gustaría mucho. Él sabe muchas cosas y me gusta parecerle interesante. Pero los valientes, los valientes verdaderos no necesitan andar contando nada. Si la trampa me dispara no voy a poder describírselo a ninguno. Yo sé que no soy muy valiente, pero cómo me gustaría… Por eso no le conté a nadie que iba a venir. Por eso vine solo.

lunes, mayo 22, 2006

Pólemos

- Yo soy sombra helada, tinta negra que sorberás un día por la nariz, ahogado de cara en el barro.
Ni los reyes más poderosos han dejado de doblar por mí las rodillas en su final reverencia. Oye bien lo que te digo. Ejércitos enteros de campanas tañen ahora mismo en todas partes llamando a muchos hombres para celebrar mis negras bodas.
Con absurdo garrote me huelgo derribándolos y ellos huyen fascinados de terror.
Ni el más artificioso faraón, ni Lázaro cortaron del todo las trenzas que los arrastraron al final. ¿Dónde está Lázaro, hombre soberbio?
¿Qué delirio te pone a sostener mi estela de púrpura? ¿Por qué buscas hoy mi abrazo y no esperas la hora de tu cosecha?
Yo soy furia dolorosa que oscurece los pechos más rojos, ¡No quieras tu desgracia, no sabes lo que haces!

- ¡Calla, mentirosa! Tú eres luna buena y tranquila, musa cien veces formidable, musa y memoria. ¡No sigas, mentirosa! Muchas veces te he visto paciendo en la ribera del mejor amor, engalanada de flores ahí donde vive la virtud.
A la carrera te sigo, por las suaves praderas que peinas al paso, y quiero despeñarme en tu garganta, y quebrarme como un grito.
No me asustan los hedores que finges, ni tu promesa de olvido. Jamás se ha diluido el recuerdo de aquellos que decidieron seguirte. ¿Por qué no lo niegas? ¿Por qué no me das la mano, me besas y me enseñas que digo mentira?
No puedes. Tú sigue tu paso y déjame perseguirte. Ya nunca me hundiré perdido bajo tus pies.

- No sabes lo que dices.

(sale la Muerte)

domingo, mayo 21, 2006

Poesía

- Entonces estás muy triste, y cada día más triste hasta cierto día, que es el último. Ése día es el de tu muerte. Más adelante mucha gente te ama, de todo corazón te ama y llora lágrimas agrias que revientan contra las palabras que has dejado escritas. La tinta se corre y ahí hay una señal de algo que no sé qué es, pero que hace llorar más al que tiene el libro entre las manos , más y más fuerte, y cada vez te ama mejor, pero a vos ya no te sirve. Ése tipo también hará poesía un día, y va a terminar igual que vos.
Así funciona la poesía, Demián. Así funciona, pero yo no te sabría decir qué es.

Demián inspira, levanta la cabeza y se encaja en una sincera sonrisa. Los ojos le brillan, como brillan los ojos cuando se mira algo que se desea y se puede conseguir fácilmente. Sonríe, Demián sonríe y dice:
- Bueno.

lunes, mayo 15, 2006

El mejor amor - texto joven, craso y desnudo

Él: Vine, humildemente, a engañarte, a confundirte con sofismas buenos y capitales sutilezas. Me creerás pronto muy hermoso, luego vas a verme especial, elegido entre muchos; pensarás, finalmente, que te has enamorado de mí. Por cierto, yo ya te amo, y siempre voy a amarte. Sin principio ni fin te amo, pero vos no me amás y tampoco vas a amarme, jamás.
En soledad balbuceo milonguitas y poemas; vine a cantártelos ahora, a mentirte con toda sinceridad, a poner brillos y colores nuevos en los versos más trillados de todos: te quiero, y sólo así será posible que sin haberme buscado, me ames.
Mañana vas a decirme que podés verme con tu boca, que allá adelante el horizonte se nubla de rosa, de verde, que nada hay más que vos y yo.
No te enojes conmigo, yo necesito mentirte y con honestidad marcial no te lo puedo esconder.
Dejate convencer, por mi vida... dale porque, al final, se van a secar mis acechanzas, y por más que me esmere en llenarte de milagros, en ser espejo luciente del mejor amor, vas a conocer un día que ya no me querés, y de que nunca me has querido, sino que todo ha sido ilusión. Y allí, cuando más desconcertada te sientas vas a estar llena de verdad, y me vas a abandonar, para siempre.
No te austes, boquita mía, no te asustes: como la primavera, como la nube de lluvia, voy a quedar atrás un día, y voy a ser recuerdo suicida. ¡Pero lejos está esa tarde, todavía no es ese tiempo, dame la mano! ¿Vamos?
Ella: Vamos.

domingo, mayo 07, 2006

Súplica

Memento mihi, Mater Mors...

Crasitud (II)

Lejos de la menta buscábamos frescura. Encontramos el anís y sonreímos.
Necesitábamos nuevos colores que resonaran en nuestros pechos; eufóricos, dulcísimos conocimos la música del sol. Traspusimos alambrados, hicimos crepitar el pavimento de los trillos más gastados y los aniquilamos con el fuego de la revolución; rompimos filas de héroes – los más salientes entre los enemigos - y hubimos paz en su desbande y su perdición.
Reemplazamos la miel fresca de la luna llena por atardeceres mansos, redondos, perpetuos.
Buscábamos retratos fidedignos de las hazañas más esforzadas y en su lugar suspendimos cuerdas inasibles por donde trepar al cielo…

Hallamos así indicios de la dulzura lejos del amor y perseveramos necios en los múltiples senderos hasta que dimos con el pecho en el vacío y, a la carrera nos topamos con la muerte.

viernes, mayo 05, 2006

Emporio, pentecostés, catálogo

Crónicas de mis ojos verdes, Acerca de los espacios interdentales, La gran consciencia plástica ( simulacro de las oquedades, premonición de los sonidos, palabras de colores), Atlas de un cigarrillo encendido y consideraciones tocantes al humo, Conjeturas sobre la colocación de ciertos bulones en el pasamanos de un coche del Corredor Celeste, Proyecto de refacción y apuntalamiento de los breves terraplenes en la Plaza Colón, Catálogo de plumas grises y semillas de panadero, Selección de textos oportunos para escribirse en el borde de un billete de dos pesos, Letras intertextuales ( lexemas amparados en el vano de las letras "p"), Señalamiento de los...

jueves, mayo 04, 2006

La cuestión homérica ( recorte del mito)

Primero la cita lejana de abril,
tu oscuro balcón, tu antiguo jardín.
Más tarde las cartas de pulso febril
mintiendo que no, jurando que sí.

Romance de barrio tu amor y mi amor.
Primero un querer, después un dolor,
por culpas que nunca tuvimos,
por culpas que debimos sufrir los dos.

Hoy vivirás
despreciándome, tal vez sin soñar
que lamento al no poderte tener
el dolor de no saber olvidar.
Hoy estarás
como nunca lejos mío,
lejos de tanto llorar.
Fue porque sí,
que el despecho te cegó como a mí,
sin mirar que en el rencor del adiós
castigabas con crueldad tu corazón.
Fue porque sí
que de pronto no supimos pensar,
que es más fácil renegar y partir
que vivir sin olvidar.
(...)
Homero Manzi