lunes, agosto 14, 2006

Ars redendi

Córdoba, 17 de mayo de 2005

Señor gerente de La Constancia Compañía Argentina de Seguros SA (ex La Porfía Compañía Argentina de Seguros SA):

Amparado en la fantástica esperanza de que mis palabras lleguen por fin a sus manos, a sus ojos o a lo que sea utilice usted para interpretar aquello que los demás suelen comunicarle, he decidido escribirle.
Una sucesión finita de circunstancias ha complementado mis intenciones originales de tan sólo solicitar por decimosexta vez el pago correspondiente al siniestro número 57683 ( se adjuntan formulario de reclamo administrativo en vuestra compañía y en la que ampara mi vehículo, fotografías de los dos automóviles siniestrados, originales y copias de siete presupuestos de reparación, fotocopias de DNI, Cédula expedida por la Policía Federa Argentina, carné de conductor, tarjeta verde, credencial de regulador de equipo de GNC (1) ) con la crónica y relación de los múltiples incidentes sucedidos en los quince anteriores intentos de buen suceso.
Regularmente, (llevo siete años abocado a este noble emprendimiento de cobrar los cincuenta y tres pesos correspondientes a la reparación de la óptica trasera derecha de mi Peugeot 504) a partir del primer año completo de ineficaces reclamos, no explico a cualquiera todos los pormenores del asunto pero, sabrá, usted no es uno de tantos obreros tan deliciosamente enseñados en el arte declinatorio de reclamos de

(1) Portada de Sargeant Pepper’s lonely hearts club band, figurita número diez del álbum “Locademia de policía” – Panini, 1992-, autógrafo de Mark Knopfler, también adjuntos.


terceros. Por esa, entre otras circunstancias, voy a narrarle las etapas que he podido salvar del onírico entrevero que suele cundir en nuestro juicio con respecto a aquellos hechos a los que las adolescentes o el buen burgués suelen guardar en el folio que lleva el rótulo de fantasías. Sueños en general, prodigios en particular.
Los detalles del siniestro constan con todos sus firuletes en las dos denuncias administrativas (“Estado del tiempo: a) Despejado, b) Neblina, c) Llovizna, d) …”).
Porque deseo se apiade de mí, y sólo por eso, le diré que era un viernes de noviembre en el año 1998. Yo era joven, brioso, inocente y bienintencionado. Si le interesan algunas confidencias, aún creía en buenos amores y pago de siniestros.
Vuestro asegurado (le ruego me disculpe, su nombre consta en la documentación pero yo lo he olvidado) salió presto de su Ford Fiesta para pedirme disculpas y para escribir con letra prolija en un papelito amarillo algunos de todos esos datos que las compañías de seguros procesan en maquinarias secretas que los convierten en dinero.
Él me habló con esa ternura que nos despierta el pelo que se nos cae para no crecer de nuevo o el tiempo que se escapa para siempre; convencido de que cuando se hace causa común, más y mejor se puede contra la calvicie o la muerte misma.
Volteó un par de veces para mirarme y alabar a vuestra empresa, los dos autos que le repusieron a su cuñado de acá, el excelente servicio de sepelio que recibió su prima del medio de allá…

Con toda la documentación entre las manos salí una vez que mi casa fue el jueves y fue también la mañana.
En el papelito constaba el domicilio de las oficinas comerciales junto con otro, donde sólo se recibían reclamos de terceros.
Yo había tomado la precaución de pedir asistencia cartográfica a mi hermano mayor, que es un nomenclador con menos avisos comerciales que los ordinarios.
Otra vez, como agua en el agua , la mayoría de los números que dan orden a los hechos que se concatenaron ese día se diluyeron; y aunque todavía estoy seguro de que entrar en las oficinas es lo que sucede a llamar a las puertas, y no al revés, no tengo más certezas que las de esa especie.
Acabó noviembre; se terminaron los quince días que le siguen. Para entonces había yo transitado topografías de lo más diversas buscando el escritorio adecuado para pedir mi dinero. Se turbaba muchísimo mi amigo el ingeniero cada vez que le describía los accidentes de un pasaje cercano a la oficina que yo buscaba. Él me decía que le estaba refiriendo la forma de algo que se llama banda de Möebius; me mostraba un libro con fotos de pinturas de un alemán, y me preguntaba perplejo por la ubicación precisa del lugar que le representaba con mi crónica, sin que yo pudiera contestarle con certeza.
Con todo, las mayores extravagancias no se daban en el espacio, sino en el tiempo. Pasaba que los martes y los jueves (días de atención al público) era imposible hallar siquiera el barrio buscado. Parroquianos de bares circundantes abocetaban incorpóreos planos recargados de útiles admoniciones para tener amores dulces y perdurables o buen suceso en la pesca de dorados. Al trabajar de manera simultánea, los improvisados cartógrafos se complementaban coincidiendo siempre en los trazados fundamentales de cada mapa. Pero si los interpelaba por separado, en forma sucesiva, la correspondencia entre sus descripciones se apagaba, y llegué a veces a desconocer todas las calles que se me nombraban.
El predio grande de la telefónica, (el que tiene el alambrado) y el paso a nivel estaban presentes en la mayoría de las instrucciones. Las vías del tren desaparecían los martes; los jueves llevaban directamente a la barrera alzada. Bajando por la avenida se llegaba sin dificultades al cerco perimetral de la telefónica.
Haciendo uso de todos los talentos que he perdido, caminé junto al alambrado. La curvatura era ligera pero evidente. Quince cuadras me revelaron una certeza indestructible: a pesar de su convexidad, el alambrado nunca renunciaba a su paralelismo con la calle que acompañaba al terraplén del ferrocarril.
Adecuarme a semejantes singularidades orográficas, no voy a mentirle, fue muy dificultoso. Me adscribí a ellas sin pretender interpretar nada.
Renuncié así a ensueños tales como doblar en la próxima esquina y desvincularme de la vecindad con el diabólico contorno de la telefónica; ir a Buenos Aires por la ruta número seis o sufrir la congoja legítima de cuando la muerte nos separa.
Invertí seis o siete jueves más en tratar de aprender a darle buen uso al sendero junto al cerco. En definitiva, la huella entre los yuyales no era más que un camino, y los caminos sirven para llegar a algún lado.
Por fin me retiré de la contienda cuando me hallé en la playa de estacionamiento de la telefónica, detrás de un tejido metálico que jamás había transpuesto. Salí del descampado por cualquier parte y corrí a encerrarme.
Los domingos que son de verano… Ahí se yergue el edificio, contrastando insolente con las casuchas del barrio. Escrupulosamente delineado y aislado, garita, handy, alarma.
Es la locación equivocada en el momento preciso, o es el sitio y no el día. Cualquier otra combinación es una sola: es una recepcionista que me ha pedido que espere, es un sillón que me arrulla silente. Flujos y reflujos de manos estrechadas y palabras benignamente proféticas.
Catalina dice que me comunique por carta o por fax a la Superintendencia de Seguros de la Nación….. ¿Para contarles que hay unos ladrillos y unas argamasas muy específicas que se abrigan pudorosos de mi vecindad?
No lo sé.
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24 de mayo

El pecado se paga, Señor Gerente. Sargeant Pepper’s no es de mis favoritos, a pesar de que suela decirlo; tampoco padezco delirios especiales con la música del señor Knopfler.
Cuando recorté la cara del Sargento Carey Mahoney de aquella figurita número diez, no estaba en mis planes completar el álbum. Quizá por eso no recuerde si finalmente conseguí la número sesenta y seis, talvez por eso pegué la porción de la diez en su esquina y coloreé con descuido el espacio restante. Quizá por eso jamás, jamás vi otra figurita con ese número.
El pecado se paga, Señor Gerente. Y todo pecado es de muerte.
Está escrito que el Castigo Divino se aleja infinitamente de sus tristes remedos terrestres. Yo lo asocio al desconcierto y la duda, aunque, sabrá, no puedo afirmar nada.
Decir que me gusta Sargeant Pepper’s tiene, a largo plazo, el mismo efecto que padecer esa preferencia. Incluso la misma apariencia: el disco que gira y gira todos los días, los vecinos que lo escuchan, el gran afiche en la pared de mi dormitorio; puros títulos y procedimientos despojados de toda intención. Recortar una figurita y darla por buena promueve otra conducta también funesta e inesperada: completo el álbum de ese modo, ya no se han de comprar nuevos sobres. No se espera algo que se tiene ya entre las manos, por más placebo esto que sea.
Pensar que todos los impedimentos para cobrar mi dinero no son consecuencia de las faltas que le menciono es tan absurdo como descreer del Infierno.
Julio se adelantó este año. Era un julio impostor, apócrifo. Los sentimientos cambian, Señor Gerente.
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3 de junio

En los últimos días no me he sentido muy bien. Sin embargo debo escribir todo esto tan sólo para que no se pierda. Catalina insiste en que no continúe; dice que irá a hablar con usted cuando pueda, pero yo no puedo creerle. Las enfermeras dicen cualquier cosa para detenernos la lengua y las manos. Que tengo que descansar, que no sé qué puta de la presión…
En realidad, como lo habrá notado usted ya, no tengo intenciones de recibir la indemnización por los daños.
Sólo quiero que sepa que renunciar a algunos deseos y proyectos (por cobardía, libre ejercicio de voluntades ajenas, por la muerte misma del titular de las voliciones) no es algo más.
Un plan es, convengámoslo, una segunda realidad, conformada por tiempo y espacio; eventos específicos, personas y volúmenes diversos e infinitos. Los planes mueren, Señor Gerente. Y sus restos se degradan. Ocurre que no siempre se descomponen hasta su mínima expresión. Y ahí puede ver usted todo tipo de teorías drenando líquidos repugnantes, hombres que caminan con la dificultad propia de un cuerpo en eterna corrupción; conjunciones, verbos y sustantivos incomprensibles, mezclados en la confusión ferviente y patética de lo que se pudre.
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6 de junio

Ha ocurrido algo insalvable: pugnar por lo inalcanzable es obstinarse en atravesar la podredumbre que prolifera en aquella realidad ni futura ni pasada. Muerta. Y es, por supuesto, contaminarse con todo aquello, alimentarse con los despojos y los entes inconclusos, imperfectos.
Toda realidad paralela, sabrá usted, Señor Gerente, es una reproducción de la actualidad que nos incluye, es función de la real realidad. Ahí están mi representación, la suya, la de estas hojas…
Sucede que tras el espejo soy tan sólo algo que se me asemeja, otra cosa producida con mi sustancia.
Alimentarse es, a largo plazo, reemplazar partes de nuestro cuerpo por los alimentos. Alimentarse durante el crecimiento es crear con los elementos nutricios nuevos distritos en el cuerpo. Una mala alimentación no requiere suplantar todo el cuerpo por inmundicias. Sólo bastará usarlas para conformar órganos primordiales o sus partes más importantes. Es suficiente convidárselas a las porciones sanas del cerebro. Yo ya pagué, Señor Gerente. La óptica fue instalada hace meses. Yo ya vendí mi 504.

Córdoba. Hospital Neuropsiquiátrico Provincial.

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