sábado, agosto 12, 2006

Tres discursos para un daimonium ex machina

Nosotros también, milonga,
pensando en tiempos remotos,
con muchos boletos rotos
tendremos que ver si hay Dios.


El púlpito es modesto. De la misma madera encerada está hecha la cruz. La cruz vacía significa que Cristo resucitó y vive para siempre.


Nosotros siempre llegamos tarde. Mi mamá se levanta tarde los domingos y vamos a la iglesia en un taxi. Llegamos como a las diez y media, apenas empezado el sermón. Ya no es hora de que mis hermanos y yo vayamos a reunirnos con los otros chicos en las clases bíblicas que con tanto esmero nos preparan Claudio y Rubén. Siempre deseamos escaparnos al patio o jugar al teléfono descompuesto con el grupo. Es la única parte que me gusta de la clase. Ésa y la del amigo invisible. Hay una chica más grande que gusta de mí. Una vez escribió una tarjeta muy angosta que decía "Para Orestes", y me la dio cuando salíamos. Ella dice que quiere ser mi amiga, pero apretó mucho la lapicera para escribir. Los que se enamoran escriben muy fuerte porque están nerviosos y apurados, como escondidos de los otros. La letra sale muy gruesa. "Para Orestes" puso. Hizo una O muy cuadrada.

Los helechos cuelgan mudos a los lados del altar. Las paredes son lisas y blancas.

El pastor Ernesto hace que todos lloremos. Yo me acuerdo de un pasaje que habla del gemir y el crujir de dientes, y de llorar. En el Infierno hay azufre caliente, es un lago naranja en medio de unas montañas rojas donde nos tiran a todos a llorar. Los mentirosos, los fornicarios y los ladrones se van al Infierno y se quedan ahí para siempre. Todos los domingos, el pastor Ernesto les habla a los que están parados al fondo y los invita para que suban y lloren con él. Después les dice que reciban al Señor Jesús en su corazón y los lleva a una de las piecitas que tienen la puerta al costado del altar. Cuando la reunión termina y estamos afuera mi mamá se va acercando de a poco a la mujer del pastor para hablarle. Parece que le tuviera miedo. Admiramos mucho al pastor y a su esposa, y a sus hijos. El más chico se llama Ismael y anda siempre en un triciclo a baterías porque no puede caminar. Todos lo quieren mucho, lo saludan y le dan besos.
A mí me gusta el desodorante que usa el pastor y le miro mucho la camisa a rayas finitas que casi no se ven. Me gustaría olerlo de cerca y tocarle el pecho con el mío dándole un abrazo. Me gusta el pastor, y me gusta su esposa. La hija más grande de los misioneros de Canadá también.

La alabanza se es insoportable. Hay tramos en que se funde con la oración. Muchos van hacia delante y levantan las manos para estar en Dios. Toda la iglesia deviene en un buche gigantesco de caña, de ojos cerrados. Es una tibieza muy fina, invisible. Entonces empieza el pastor con que toca, toca, Señor y reprendo todo espíritu de codicia, todo espíritu de blasfemia... Yo me reclino más en el banco y levanto el mentón para seguir viendo, déle un aplauso a Jehová... Ahora sólo me interesa el pastor, trato de zambullirme en su caldo celestial y hablar con él desde acá. Él me escucha, ¿no es cierto, querido? Toca, toca señor, hosanna. Ahí, en ese vértice, en esa cara… pero, fíjese bien, amigo mío, todo está perdido. Alguna vez lo ha pensado, y otra vez, entonces la oración y el ayuno, y te has perdido tristemente, te has envuelto de nuevo en cualquier parte, y necesitás cada vez más Biblias y más pasajes esclarecedores. Repítalo con fuerza mi amigo, no tenga vergüenza: toda experiencia es fortuita, incluso la más perseverante, porque todos somos el mismo. Torciste tantas interpretaciones… te lo has creído, has vivido triste pero nunca lo comentaste con nadie. Ahora, ahora que te vas a callar, respirá profundamente, así, justo. Y enderezá bien esos sentimientos que aplastaste, limpialos de acasos y decilo conmigo, como lo has dicho solo tantas veces: los sentimientos son la verdad, porque son incorregibles, porque ni diez Biblias los cambian ni los van a cambiar. Cuando eras joven… esas dudas… ¿te acordás? Dos o tres incertidumbres, nada más. Entonces iba uno de los ancianos a tu casa y juntos las aplastaban una por una con los Ríos de Agua Viva, y terminaban riéndose (vos a desgano, aturdido, con más preguntas) de los pentecostales y las iglesias brasileras. Pero apenas se iba, otra vez la conjetura ilimitada, escribiendo y escribiendo suspiros de maldad incontestables. Basta, hoy basta. Esas dudas son certezas pero de otra cosa. Te han quebrado las piernas, te han llenado los pulmones de sangre… por favor, sin dramatismos, es hora de renacer entonces. Ahí está, vamos afuera. Una persona tan inteligente como usted, mi amigo, es irredimible.

Termina la reunión, el pastor baja y viene directamente hacia mí. Qué quién soy, que soy Dios, ni más ni menos, etcétera, y basta de mentir, ¿eh? Vamos a almorzar a un lugar que conozco. Que mi familia, que no tiene importancia, otra vez etcétera. Y acá tiene, estimado, un para siempre. Ni más ni menos.

1 Comentarios:

A la/s 14/10/06 04:37, Anonymous Anónimo dijo...

Pero no olvides al que "escuchaba un llanto lejano, el de su propio corazón."

Cuando uno destruye todo, uno no deberia olvidar de destruir lo que causo esa conclusión o arrebato: uno mismo.

Don't die again. I'd miss you, jerk.

 

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