domingo, diciembre 10, 2006

El lector en el texto (II)

El tiranuelo encuentra el libro, ese libro donde se cuenta cómo iban venderle sus últimas palabras y también la peripecia de su muerte.
Mancillado en su visera y sus anteojos espejados, ordena a los secretarios y generales que se busque y se aprese al vendedor de gritos y palabras que tal muerte le prepara.
Con gran esfuerzo, los secretarios consiguen explicarle que el libro contiene ficciones diciéndole que “son como maquetas de edificios que no están en ninguna parte, Presidente, o como mentiras”, y que los vendedores de gritos y palabras no existen. El tiranuelo entiende entonces que debe capturar al Autor del libro porque “este cuento es un insulto”.
Los secretarios organizan un comité de averiguación cuya primera medida es retirar de la venta las Obras Completas del Autor. La investigación avanza rápidamente y hacia el final del primer mes, peritos infiltrados en bares y universidades públicas averiguan que el Autor fue una suerte de loco que hablaba para atrás y de costado, que vivía en Europa, y que murió en una ciudad de francesa adonde van a morirse los escritores latinoamericanos.
Aterrados por las malas noticias que deben comunicar al tiranuelo, los peritos del comité eligen democráticamente a un delegado, y ese delegado realiza un parte verbal ante el propio tiranuelo.
- Carajo - dice el tiranuelo - ¿quién va a pagar por esto? Los huesos son inimputables, ¿cómo se hará justicia? – y convencido de la existencia necesaria de cómplices del Autor, ordena que se reúna otra junta investigadora para buscarlos.
Esta vez las averiguaciones son lentas y difíciles; al parecer, el Autor no sólo ha escrito por su cuenta, sin ayuda de escribas sino que, además, las pistas dan a entender que todas las ideas de sus cuentos le pertenecen. Otra vez el miedo de confesar el fracaso y otra vez la elección de un representante de la junta para que se las vea con el Presidente.
- ¿Cómo? ¿Nada? – El Presidente está furioso, como nunca - ¿Y la investigación, y los expedientes?
- Aquí están, señor Presidente. Y estos dos libros del Autor no fueron quemados. Uno contiene el Cuento, el otro narra la historia de cierta familia en Banfield que quizá pueda aportar datos.
- ¡Aportar datos! ¡Contra la investidura del Presidente, estúpido! ¿Y mis derechos? ¿Qué piensa usted que es esto? ¡Deme!
El tiranuelo toma uno de los libros y lee la contraportada en voz alta:
- “Bla bla es uno de los libros legendarios de Bla… miserias de la rutina bla bla… imaginación creadora y humor corrosivo bla... contra la solemnidad y el aburrimiento bla…” ¡ Aquí tiene!: “ Sin duda, el Autor sella un pacto de complicidad definitiva e incondicional con sus lectores”. ¿Ve? Indague, encuentre a los lectores que se confiesen cómplices del Autor; tortúrlelos y hágalos desaparecer, ¿comprende?
- Sí, Señor.

Entonces fueron secuetrados muchos idiotas y al final sí, se hizo justicia.

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