jueves, noviembre 16, 2006

Una gesta doméstica

El plan estaba hecho desde siempre. Constaba de dos o tres certezas (la hora en que su abuela, que jamás sale de la pieza más que para ir al baño, apaga el televisor y se duerme pesada y grande, la seguridad de que la tía Mabel no vuelve hasta las seis de la mañana, el patio confidente al que, desde el fondo, fluye la cocina repleta de un televisor solitario y chico, tan viejo como útil para ver pornografía en secreto) pero, fundamentalmente, de su ingenio. Nada le costaba fingirse dormido antes de que la tía Mabel saliera de noche, de sobra sabía en qué ferretería comprar el adaptador para el coaxial que el televisor de la cocina reclamaba para mecanizarse con el cable, con la videocasetera, con el masturbarse los sábados.
El problema más grave se presentaba cuando la tía Mabel desistía de su salida. La Norma no viene, Fer. Y la verdad es que hace frío, mejor me quedo. ¿Vos qué decís?
Dale, quedate, soltaba Fer apretado por esa resta infinita que representaba otra persona en la casa una noche de pornografía. Contundente, una desgracia, la tía Mabel se queda.
Pero Fernando es un adolescente castizo, y es proverbial que Fernando sabe esperar a que la tía Mabel se duerma para entrar lento como miel en su pieza, para hacer tronar las agachadas en el baño y entrar elástico a la pieza, haciendo de sus dedos y sus piernas remedos de las flechas de Zenón que en su marcha precisa como el color negro multiplican el tiempo y le besan las partículas más ínfimas.
Así esperaba al segundo elenco de ronquidos de la tía Mabel y se levantaba despacio de la cama sin blasfemar la oscuridad, ni con el encendedor. Entraba a la pieza, se quedaba esperando a que las pupilas se le dilataran y se llenaran de todo lo azul que el cielo del patio ponía en la cara de la tía Mabel. Está dormida, dice Fernando, y hace dos pasos hasta el mueble del televisor, se agacha mirando la cama hinchada de Mabel, remueve la hojarasca de manuales y agendas sobre la videocasetera; se pone los cables al hombro y sale de la pieza mirando fijamente a la tía Mabel. El trayecto oscuro está descontado, la distancia hasta la cocina, destruida decenas de veces con cada sábado de cables al hombro y videocasetera entre las manos de Fernando que bien podría vivir ciego en esa casa.
El frío no importa, Fernando avanza por el patio en calzoncillos. Entra a la cocina, monta los pertrechos. Falta el adaptador, que está sobre un aparador muy alto y sólo es conocido de su hermano Abelardo. Quién sabe con qué género de improvisación insolente Abelardo (que es mayor, que es el que compra los casetes) recorre esos sábados y viernes que por derecho le corresponden. En los de Fernando nada es azaroso. Sólo una vez perdió su ficha adaptadora y tuvo que ir a la ferretería del Shopping a comprarla por un precio que, leído desde la nobleza de la causa, no fue tan elevado.
Pero allá Abelardo y su impericia. Con nosotros Fernando, hábil y oscuro mentiroso, capaz de ir a casa de su abuela en cualquier siesta de casa milagrosamente vacía para ver su sagrada pornografía. En casa ni siquiera tiene una radio, la casa de sus tías es un modesto paraíso electrónico. Acá Fernando, hoy, esta noche, con nosotros en la cocina, sacando los casetes de donde su fluida previsión los ha puesto a las nueve de la noche, en la caja de una licuadora que nadie usa. Los videos son cuatro, desde el jueves está pensando en uno y es el primero que saca de la caja y pone en la videocasetera. El aparato es muy ruidoso contra tanto silencio en tanta noche. La banderola del frente de la casetera es la conjunción más débil de la sinfonía. El resto de los ruidos (el borde pivotante del casete que revela la cinta golpeando contra los ganchos que lo tiran hacia atrás, los motores y cabezales bufando según la partitura que de memoria conoce Fernando) lo asustan como martillazos de batán. Pero todo pasa rápido. La película comienza y Fernando busca la escena que ocasionalmente más le interesa. Entonces el FF o el RW, los Pause y un nuevo FF hasta una parte en la que se detiene por segunda vez en el mes. La percepción aurática se disipará algún día, pero hoy al menos, todo lo repetido es nuevo y valioso, refrendado por la orquesta de silencios y precisiones que tan bien supo dirigir para llenar la oscuridad de pornografía, de privilegio sólo para Fernando…
- ¿Qué hacés, Fernando? Pendejo pelotudo, me vas a romper la video en el piso. Acostate ya – Dice la tía Mabel con un vaso de agua en la mano. Mabel prende la luz del patio y vuelve a su pieza. Fernando ve morir su erección con estúpidos corcoveos y se levanta despacio. Sin decir nada, cruza el patio, se calza en la cama y piensa en la afrenta hasta muy tarde. La luz del patio queda prendida hasta la tarde del domingo. A esa hora vuelve a llenarse de sí misma y cristaliza el dolor de la sorpresa y la vergüenza del fracaso hasta entrada la noche. Más tarde cualquier mano la apaga y todo el asunto termina.
No sólo el amor desengaña.

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