domingo, octubre 15, 2006

Verano

El primer verano no vuelve. Hay los otros, cargados de brisas añejas, de noches de pasto con exceso de rocío y pies fríos lejos de la ciudad; hay la retórica de los paraisos ruludos en los barrios, del olor a siempreverde; están los mismos caminos del primer verano, ése que es un cliché con botón de encendido en la memoria de cualquiera, ése que parece que vuelve a funcionar todos los años, desde octubre. Hay llaves para descifrarle partes, existen algunos muy voluntariosos para reunir todos los pedazos que pueden en otro primer verano que se escapa, que no vuelve, que pide coincidencias imposibles entre una fecha y una gran lluvia para imitar en todo al primer verano. Pero la granizada se despedaza en cualquier parte, lejos de la compañera del primer verano, y no nos sorprende como entonces buscando un reparo, arruinándonos de agua. Qué lindo fue mojarse en ese verano. Los de la luz habrán tomado medidas desde aquel primer verano y este año ya no habrá gran apagón ni aventura doméstica de meter toda la comida en el freezer, que es el único sitio que conserva el frío por un día o dos. En la avenida no habrá un choque ni una insiginia de Peugeot raspada para llevarse de trofeo cuando las grúas se hayan ido. Tres lunas, un racimo de tardes vacías en febrero que se iban descubriendo por primera vez, que aparecían por primera vez y se nos enseñaban únicas con gran pertrecho alegorizante, con gran mentira... El primer verano vacío y falso, el primer verano que se va llenando de todos los otros y forma un verano único y ficticio, sin un solo instante de insatisfacción, un verano idéntico al primero que no vuelve, porque nunca existió.

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