sábado, octubre 07, 2006

Trajeron el féretro del tío Hugo – Dijo mamá.

El tío Hugo murió hace dos mayos, nadie recuerda el día. Yo me torcí los dos tobillos bajando la escalera de la Municipalidad para ir a casa, para saber más. Recuerdo, pero no me interesa porque es algo que ya pasó. Me dolió un buen rato; a la madrugada ya había un olor espantoso en la iglesia de Bialet Massé y yo dormí muy mal en el asiento de atrás del Volkswagen Gol de mi primo Gabriel. Creo que con mi hermana.


Debe estar lleno de tierra, pero no. Unos grumos bien oscuros arriba y nada más. La tapa está suelta, cuidado cuidado, ahí está, lo pusimos arriba de mi cama destendida. ¿Cómo lo acomodamos? Así, asá, guarda que se cae. Ya sé. Traeme cinta de embalar de esa que hay, total es como una maqueta del tío Hugo, él no siente nada y… y capaz que hasta él mismo se hubiera atado bien con cinta para no abrirse: era guapo, era gaucho, muy habilidoso y de pocas pulgas.
Algo salió mal, yo no sé cuándo. Mi mamá no me trajo la cinta gruesa que le había pedido y el tío Hugo se nos dio vuelta en el piso, sobre mi sábana, que siempre está arrastrándose por el piso. Mamá se preocupó mucho: íbamos a tener que verlo para juntarlo, todo seco y desarmado como un guiso de barro y de huesos. Yo lo quería ver pero tenía miedo de impresionarme. La tapa no se había corrido mucho y parecía estar clavada todavía. No recuerdo cómo pudimos acomodarlo boca arriba otra vez. Mi mamá siempre estaba conmigo, pero yo no la veía. Su voz era como una conciencia alternativa que yo escuchaba solamente cuando me hastiaba del olor y el esfuerzo por acomodar al tío Hugo. Me pareció haber escuchado que teníamos que acomodarlo para sepultarlo en otra parte o para cremarlo. Acomodarlo. Sonaba a cada rato. Lo decía yo, lo decía mi mamá.
El cajón quedó destapado del todo y la tapa perdida de repente. No me importó. Ahora yo estaba solo y era mentira que me molestara el olor. Apenas lo sentía. No sé cuándo supe que el féretro era retráctil. Ahí estaba una caja cuadrada y sin tapa llena de tío Hugo y de un fluido naranja muy traslúcido. Me lo habían separado en dos o tres porciones, contando el cajón de muerto. Acomodarlo pasó a ser otra cosa entonces: yo tenía que meter las dos cajas en el féretro y ponerle la tapa. Entonces el tío Hugo iba a estar entero en un solo recipiente, salvo el granulado que había que sacudir de mi sábana. Vacié una de las cajas en el cajón y encajé la otra cerca de la cabeza, que parecía de chancho y no tenía ninguna expresión.
Terminé, dije, pero ahora había otra caja llena de tío Hugo. La puse sobre el cajón y salí a contarle a mi mamá que alguien se había robado todo. Volvimos juntos a la pieza, que no era la mía, aunque tuviera mi cama. Mi mamá me hizo ver que las cajas con Hugo estaban en un placard y me consoló, como siempre. Entonces me desperté.

2 Comentarios:

A la/s 26/10/06 02:23, Anonymous Anónimo dijo...

Un loquito me mando de petrovich center para acá. No me la voy a agarrar con vos, porque solo contas la historia del tío Hugo, y, como dicen en la facu, el narrador no es el autor. Así que, señor narrador, lo elogio por su exposición. Tenés ideas buenas. No escribas tanto que, como dice Sancho Panza, "de la abundancia salen los desechos" (la clave al ángulo). Y no te parezcas a Playo.
Esteban

 
A la/s 5/11/06 00:29, Anonymous Anónimo dijo...

hola imprecionante;me fascina la forma de contar la historia.A la vez que me inpresiona el tema,ya que a todos nos perturba todo lo relacionado a la muerte.y mas cuando nos toca de my cerca.Sofia

 

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