sábado, febrero 17, 2007

La intersección de las calles Nora López y Jorge Dalmaso, como es previsible, genera cuatro esquinas. El damero se llena con cuatro edificios: una penitenciaría, una clínica de maternidad, una batería de salas velatorias y un café. Las diagonales del cuadrilátero pueden escribirse así: maternidad-penitenciaría; salas-café.
El alcance semántico de la maternidad es grueso e inexorable, pero maravilloso. En las maternidades se nace, los nacimientos son la primera puntada del Destino en un género blanco que sirve tanto a Sandro Botticelli como a una modista de barrio. La tela es como el océano por donde viajar a cualquier parte del planeta. Cualquier Destino parece posible.
El signo constituido por la casa de exequias tiene un peso idéntico al de la clínica, pero opuesto. Allí, al menos en una prórroga simbólica, las personas mueren y los dependientes se ocupan de lacrar el expediente que se abre en las maternidades.
Entre la esquina de la maternidad y la de las salas puede trazarse un segmento de recta perpendicular a la aguja de la brújula. Ambas plantas están trazadas, con precisión apocalíptica, al norte.
El café no es alguno excepcional. Como sus congéneres, es una habitación similar a un living áspero diferido hasta la vereda. Sus funciones primordiales son el solaz y la nutrición de vecinos y trabajadores de la zona.
En la última esquina, un alambrado abraza las ruinas de una inmensa cárcel que la Administración Nacional porfía en utilizar "para seguridad y no para castigo de los reos".
Los barrios de la ciudad se parecen bastante. Sólo los estadios de fútbol, los cementerios y los hipermercados les dan una historia, un perfume o una mayúscula entre los nombres.
La esquina de López y Dalmaso no es públicamente excepcional. Sin embargo, practicada la hermenéutica adecuada, la intersección se transforma en un repetido impacto de baquetas que pronostican un arcano, o, por lo menos, una canción de rock.
Tres profesores de filosofía del Colegio Nacional asisten al bar de López y Dalmaso y se esparcen con lo que dieron en llamar "puterío epistemológico", una suerte de contrapunto enciclopédico que termina en la ebriedad o en la nada. El profesor Carreras, el más pedante de los tres, acostumbra anotar las pobres revelaciones que de tanto en tanto iluminan la mesa con la luz de un fósforo. Es cierto que los tres son muy lúcidos y conocedores de la disciplina, y que, muchas veces, consiguen destrenzar cuestiones capitales en un puñado de palabras. Pero también es verdadero que sólo el profesor Carreras tiene la prudencia o la soberbia necesarias para desenredar los párrafos pesados de la tontería y escribirlos en su libreta. La improvisación de postulados se somete siempre a una doble evaluación. Suponer que se ha tenido una idea genial es el primer juicio sobre la idea. Si se resuelve comunicarla, habrá lugar a enésimas opiniones. El vino entorpece todas las instancias del trámite poniendo y sacando nubes de acaso de manera aleatoria. Cualquier estupidez puede ser arrancada de la ignominia y ubicada en el Panteón de Roma.
Obedeciendo esta providencial agenda, el profesor Carreras anotó en octubre:
"La correspondencia entre la Tabla de Verdad ideada por los escoliastas y las cuatro esquinas de Dalmaso y López es irrefutable. No descarto la posibilidad de que el propio Aristóteles haya vuelto a nacer en la esquina de Dalmaso y López. Sucede que, sin incurrir en acrobacias o escondrijos leguleyos, cualquiera sabe que la Maternidad es el universal afirmativo "todos nacen", las salas velatorias significan que "ninguno es inmortal"; el boliche grita hasta las tres de la mañana que "algunos se divierten" y en el triste revoque que cubre las almenas de la penitenciaría puede leerse, como un murmullo perpetuo, que "algunos no son libres".
Que sí o que no, para todos o para pocos. Toda clase de silogismos puede plantearse mediante la observación de la esquina de López y Dalmaso.
La expresión “Sócrates es mortal” se escribió bastante lejos del Club General Duarte. Pocos estudiantes del Colegio Nacional la identifican con un pase-gol hecho desde un monasterio francés y, a decir verdad, la mayoría la esquiva y la dejan seguir su marcha hasta perderse en los fondos de alguna casa vecina.
Esta esquina está en el Barrio, fácilmente accesible como los cigarrillos del kiosco. Y, si bien las aulas del histórico Colegio Nacional son muy pintorescas, los adolescentes son más propensos reconocer méritos en el riff de Day Tripper que en la arquitectura barroca.”
Traspuesto cierto pudor que le produce leer su etílico anotador, el profesor Carreras decidió visitar la Dirección Municipal de Catastro para obtener una copia del trazado de la esquina a partir del cual escribir un manual de Lógica para el Colegio.
El documento no existía. Es probable que el profesor Carreras haya olvidado rápidamente la diligencia o que la haya reemplazado con otra aun más absurda.
El Director de Catastro, castizo egresado del Colegio Nacional, formó en secreto una comisión de artistas plásticos y poetas para confeccionar los planos faltantes.

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