jueves, febrero 08, 2007

Instrucciones clandestinas para supurar a Martínez

Estimado señor Gandolfo:

Espero se haya establecido cómodamente en la habitación que hice acondicionar para usted. Los criados tienen órdenes de servirlo como a real persona. No tenga cuidado en pedirles nada, están a sus órdenes como si usted les pagara.
Me ha llegado esta mañana la noticia de que Martínez está de regreso. Por circunstancias que encuentro vergonzantes, resolví hace tiempo alojarlo y servirlo cada vez que lo requiere.
No se alarme sin embargo. La situación no es extraordinaria, muchas veces me impuso Martínez su puntiaguda compañía. Supe alejarlo con astucia y prontitud en cada oportunidad.
Todavía constan en mi habitación dos sillas con una inscripción en la ribera del respaldo. Una dice “tu silla” y la otra “mi silla”.
Martínez y yo dormíamos en el mismo cuarto hace unos años. Una tarde tomé las sillas y les adherí las placas con los grabados.
Dije a Martínez:
- Si hemos de convivir, distribuyamos con justicia los recursos.
Asintió Martínez con un solemne cabezazo, y continué:
- Cada uno tendrá una silla. Mirá: “tu silla”, “mi silla”.
Vos te vas a sentar en tu silla y yo en mi silla.
Martínez estuvo de acuerdo otra vez y cuando tomaba la primera silla y la acercaba a su cama, lo interrumpí de esta manera:
- ¿Qué tenés en la mano?
- “tu silla”- dijo Martínez.
- ¿Cómo que mi silla? Hemos convenido las cosas hace un instante y ya estás zafándote de las normas. Vos te sentás en tu silla, ¿comprendido?
- Desde luego, esta es “tu silla”.
- Si es mía, yo me siento ahí.
Martínez dejó la silla que asía y tomando la otra, dijo:
- Está bien. Pero acá dice “mi silla”, y yo entendí que…
- Tenés razón, Martínez. Esa también es “mi silla”, por lo tanto sólo yo puedo darle uso.
Episodios como el que le transcribo ofuscan notablemente a Martínez y ponen en duda sus convicciones más hondas. Pero no se confunda. Martínez es un hombre violento. Si en verdad desea permanecer en la casa, nada conseguirá con ardides como ése.
No intente procurarse el favor de Martínez. Tarde o temprano, y de manera invariable, Martínez va a traicionarlo.
La experiencia demuestra que los siguientes procedimientos operan satisfactoriamente, alejando a Martínez por espacios prolongados de tiempo:
Tiene Martínez especial predilección por jugar a las cartas. Malena esconde unas barajas preparadas. Pídaselas e invítelo a jugar cada tarde. Gánele doce manos seguidas durante tres días consecutivos. Piérdalas todas el cuarto y gánelas todas el quinto. Sobre el final del negocio susurre que “Alejandro de Macedonia se embriagó una tarde y perdió cinco mil hombres en pocas horas. Al día siguiente se hizo con Persia, por eso aún se lo estudia y admira.”
Martínez sufre cólicos intestinales con frecuencia. Me confesó dolores tan insoportables que no vacilaría en dispararse a la cabeza en medio de un espasmo. Invente cualquier excusa y lleve las pistolas y escopetas del depósito al baño. No las retire ni permita que Martínez lo haga.
Martínez es incapaz - preste especial atención a la palabra - de permanecer en soledad sin deprimirse.
Trátelo con indiferencia, pero sea cauteloso. Nunca de indicios de que existen instrucciones clandestinas para segregarlo.
Ante un requerimiento de Martínez, usted no sabe cómo salió el partido de anoche, ni escuchó el pronóstico; no lleva fuego consigo, no sabe hacer asados, no puede hacerle la gauchada de tirar de esta soga ni de alcanzarle un martillo (porque usted tiene las manos ocupadas en otra cosa, porque no lo oye), no quiere ir a tomar cerveza a la galería ni sabe dónde está la sal, no tiene dos de cincuenta para cambiárselos por uno de cien, no sabe el teléfono de la empresa que trae el gas envasado; no puede decirle la hora porque su reloj se atrasa; nunca escuchó el disco que Martínez lo invita a escuchar ni puede hacerlo ahora; no puede llevarlo al hospital más cercano y mucho menos sabe aplicar primeros auxilios.
Frente a cualquiera de estas solicitudes, por favor enciérrese. Y finja que trabaja.

Con hondo placer colaboraría con usted en estos menesteres, pero por desgracia me hallo muy ocupado. Algunos de mis negocios actuales son tendientes a prohibir definitivamente el ingreso de Martínez a mis propiedades, pero el suceso es todavía incierto.
Pronto estaré con usted para regalarlo en persona, como lo tiene merecido. Quieran las gracias que aquel día nos encuentre ejecutando la abolición definitiva de Martínez. Será una jornada excepcional.


Héctor Castaño

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal